El rey de España, Felipe VI, y el de Marruecos, Mohamed VI.

El rey de España, Felipe VI, y el de Marruecos, Mohamed VI. Efe

África

De la Marcha Verde al gas de Argelia: medio siglo de turbulencias entre España y Marruecos

Desde la Marcha Verde en 1975, Madrid siempre ha entendido que le conviene llevarse bien con su vecino del sur. 

6 noviembre, 2021 02:45

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El 6 de noviembre de 1975, el doctor Hidalgo, parte del “equipo médico habitual” reconocía en la prensa su error. “Estábamos equivocados”, decía el doctor tras comprobar que la hemorragia del dictador Francisco Franco sufrida la noche del lunes 2 al martes 3 de noviembre no era producto de una peritonitis.

Ese mismo día, las Casas Civil y Militar emitían hasta seis comunicados distintos, dos de ellos firmados por los médicos, informando del estado de Franco, que se recuperaba favorablemente del episodio que a punto había estado de acabar con su vida. Esa misma noche, después del último de esos informes, una nueva hemorragia acabaría con el Jefe del Estado en el hospital de La Paz, del que ya no saldría.

En el Palacio de El Pardo se sucedían las visitas y las charlas inquietas. Desde el 30 de octubre, la jefatura del estado la ocupaba de nuevo el príncipe Juan Carlos, asesorado por el presidente del gobierno, Carlos Arias-Navarro. En las Cortes, se preparaba el espacio en la tribuna para que se produjera en cualquier momento el juramento del nuevo rey.

Franco se moría y el país navegaba a la deriva, dividido entre nostálgicos, revolucionarios y una mayoría silenciosa que no sabía muy bien si apoyar o temer lo que estaba por llegar. Lo normal habría sido que el Ejército se hubiera centrado en la sucesión, tomando posiciones para mantener el control interno del país. Solo que no podía. Ese mismo día, a primera hora de la mañana, unos 200.000 marroquíes cruzaban la zona de exclusión marcada por España en el Sáhara Occidental.

El movimiento -temerario, pues dicha zona había sido minada por el ejército los días anteriores- iba en contra de todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y formaba parte de la llamada Marcha Verde: trescientos cincuenta mil civiles que, azuzados por Hassan II, cual Mussolini entrando en Roma, pretendían ocupar “pacíficamente” la parte española del Sáhara antes de que los propios saharauis tuvieran acceso a un referéndum de autodeterminación pactado con el gobierno español y con las Naciones Unidas. Nadie pensó que se atreverían, pero se atrevieron. Nadie reaccionó porque nadie había al mando. La invasión de lo que aún era territorio español quedó sin represalia posible. Hassan II se había salido con la suya.

Relación tóxica

Pasado el Rubicón de la frontera de Tarfaya, rumbo a Al Aauin y más allá, la Marcha Verde solo duraría tres días más. Los suficientes como para que echar a toda esa gente supusiera una matanza que nadie iba a querer asumir. El rey alauita podía haber mandado al ejército, pero habría sido repelido de inmediato. ¿Qué hacer con cientos de miles de niños, mujeres y hombres subidos en burros? ¿Dispararles a discreción? Marruecos se hizo con el territorio español y al permitirlo, España vendió a sus propietarios originales, los saharuis, que casi medio siglo después, aún piden desde sus campos de refugiados un referéndum que nunca tendrá lugar.

La Marcha Verde, de la que hoy mismo se cumplen cuarenta y seis años, se pone siempre como ejemplo de la capacidad de acción directa por parte de nuestro vecino más beligerante. Marruecos siempre ha jugado con la baza de los escudos humanos, sea en forma de familias de nómadas, sea en forma de inmigrantes saltando vallas imposibles en Ceuta o en Melilla, sea en forma de unos cuantos “despistados” ocupando como quien no quiere la cosa el islote de Perejil, una de las crisis diplomáticas más absurdas que se recuerda en la historia reciente de Europa.

La importancia de la Marcha Verde para España no es tanto su efecto real -España iba a abandonar esos territorios de todas maneras- sino sus efectos diplomáticos -un país que es incapaz de mantener su palabra con los débiles es un país obligado a postrarse ante los fuertes- y el equilibrio de fuerzas: si Marruecos lo había hecho una vez, y con éxito, ¿por qué no iba a hacerlo más veces? ¿Qué le impedía una toma “pacífica” de las últimas colonias españolas en territorio africano y cómo iba a reaccionar España si eso sucediera?

La relación entre España y Marruecos se ha basado desde entonces en la realidad de esta amenaza soterrada. Todos los gobiernos han entendido que les conviene llevarse bien con su vecino del sur. Todos han comprendido, empezando por la Casa Real, que el apoyo de Marruecos en el control migratorio, en los acuerdos de pesca, en la lucha antiterrorista (recordemos el salvaje atentado contra la Casa de España en Casablanca del 16 de mayo de 2003, preludio de lo que se vería diez meses después en Madrid) y en la unión ante enemigos comunes cuando estos surjan es de vital importancia.

Enfrentamiento en Ceuta 

Esta relación bipolar hace que del odio se pase al amor y del amor al odio en pocos meses. En el centenario del desastre de Annual, que acabó con buena parte de las posesiones españolas en territorio africano dentro de las interminables Guerras del Rif, Marruecos y España vivieron unas semanas de tremenda tensión el pasado mes de mayo, cuando casi 8.000 inmigrantes consiguieron entrar en la ciudad autónoma de Ceuta. Estos tomas y dacas llevan siendo constantes desde la llegada de Mohamed VI al poder, tras más de dos décadas de entente entre Hassan II, Juan Carlos I y los gobiernos socialistas de Felipe González. Son ya 22 años de amenaza silenciosa, de cerrar y abrir fronteras, de utilizar a los subsaharianos que llegan desesperados al país como elemento de confrontación con España.

Marruecos no es solo nuestra frontera estatal sino continental: de cómo se apliquen en la contención de migrantes de otros países depende nuestra capacidad de acogerles o acabar desbordados entre la falta de medios. Negar que Ceuta y Melilla viven en una situación de constante atosigamiento es mucho negar. Si no hay miedo, cuando menos hay inquietud. No ya respecto al inmigrante concreto sino a las intenciones de quien lanza a esos inmigrantes en masa a un territorio que no puede asumir ese peso. Este mismo verano, la presencia del líder político Santiago Abascal provocó un enfrentamiento político no ya entre países sino entre fuerzas de un mismo país, que vuelve a no tener bien claro qué posición tomar al respecto y oscila entre la hostilidad y el apaciguamiento.

Con todo, mientras la presión no ceja sobre las ciudades autónomas, hay otros asuntos en los que Marruecos y España están obligados a entenderse y lo hacen. La pesca, por ejemplo. En esto, ambos países son socios frente a los saharauis y la justicia europea, que acaba de anular los aranceles pactados con Marruecos para la pesca en aguas del Sahara Occidental, tierra que, desde la mencionada Marcha Verde, Marruecos considera parte de su territorio, pero la Unión Europea, no. Las protestas del Frente Polisario consiguieron que el Tribunal Europeo de Justicia revocara este acuerdo y, paradójicamente, ha unido a las diplomacias tradicionalmente enfrentadas en busca de un acuerdo que permita a Marruecos sacar más dinero y a España vender más caro.

El conflicto Argelia-Marruecos 

Con todo, el asunto de la pesca, siempre conflictivo al compartir un mismo mar y un mismo océano, palidece en comparación al problema del gas entre Marruecos y Argelia. Aquí, de nuevo, tenemos a la Marcha Verde como origen del contencioso y a los dos países entonces enfrentados, unidos ante un enemigo común: el Frente Polisario y sus aliados argelinos. Si la relación entre Marruecos y España ha sido tradicionalmente tensa, la relación entre Marruecos y Argelia ha bordeado en muchas ocasiones lo bélico. Esta es una de ellas. Ambos países han puesto en alerta a sus poderosos y numerosos ejércitos en un clima de abierta hostilidad por el supuesto apoyo de Rabat a grupos independentistas en Argelia y por determinadas escaramuzas en la frontera de las que ambos se culpan mutuamente.

¿En qué afecta a España todo esto? La última medida de presión de Argelia contra Marruecos ha sido cerrar el gasoducto Magreb-Europa, que cruza más de seiscientos kilómetros de suelo marroquí y envía a la Unión Europea más de la mitad del gas que utiliza España. Este corte del suministro, tras el fin del contrato de explotación el pasado 31 de octubre, deja a Marruecos tiritando porque deja de cobrar el derecho de paso por su territorio… y a España en una posición muy complicada en un momento en el que la electricidad ya está en máximos históricos. Una falta de oferta puede crear problemas de demanda que encarezcan aún más el producto.

Aparte, está la cuestión de Naturgy. La empresa española es la propietaria del 49% del otro gasoducto que une España con Argelia y que, en principio, va a ser el que utilice ahora el gobierno de Argel para vender su gas natural a Europa. Aun así, está por ver si lo que se gana por aquí no se pierde por otro lado. Naturgy también era el encargado de operar el gasoducto Magreb-Europa en territorio marroquí. Al acabar el contrato de explotación y tras la negativa de Argelia a continuar con el acuerdo, esa parte del gasoducto -prácticamente inútil, por otro lado, al menos ahora mismo- queda automáticamente en manos del gobierno marroquí.

En definitiva, las consecuencias de la Marcha Verde siguen afectando a nuestro día a día. No se trata de un elemento casi folclórico, accidental en tiempos de cambios. Es un hecho que ha marcado las relaciones de España y Europa con todo el norte de África. Los que entonces se enfrentaron por un territorio que no era suyo, hoy buscan la manera de entenderse para no perder los privilegios que se repartieron. Al final, el que lo paga es el ciudadano en su factura, por supuesto y el refugiado en su libertad. La Historia tiene esa capacidad de pasar de lo abstracto a lo concreto sin que apenas nos demos cuenta. Conocer (y entender) el pasado es la base del futuro.