Un tanque rusos dispara cerca de la planta de acero de Azovstal, Mariúpol, este jueves.

Un tanque rusos dispara cerca de la planta de acero de Azovstal, Mariúpol, este jueves. Reuters

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Las prisas del Día de la Victoria llevan a Rusia a la mentira y el riesgo innecesario en Mariúpol

En un principio, Putin decidió no atacar la acería de Azovstal para ahorrar recursos, pero finalmente los ataques no han cesado. 

8 mayo, 2022 02:04

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Todo está preparado en Moscú para la ostentosa celebración este lunes del Día de la Victoria, el aniversario de la rendición de la Alemania nazi que puso fin a la II Guerra Mundial en Europa. Se espera una demostración de fuerza por parte del régimen de Vladimir Putin, con la habitual retórica belicista de los últimos meses y tal vez algún tipo de proclamación política o militar que aún desconocemos. Algo que sirva de mensaje a Occidente frente a la realidad de los dos meses y medio de fracasos rusos sobre el terreno.

En torno al Día de la Victoria se ha especulado con todo: reconocimiento de Repúblicas Populares en Jersón o en Zaporiyia, declaración de victoria en lugares que aún no han sido conquistados, siguiendo el ejemplo de Mariúpol, o incluso un anuncio de movilización nacional que permita a Putin llamar a filas a millones de reservistas y jóvenes en edad de combatir, lo que supondría un cambio radical en el trascurso de la guerra a medio plazo.

El Kremlin nunca ha querido mojarse demasiado al respecto, incluso negando que el 9 de mayo fuera una obsesión o que hubiera necesariamente que ofrecer algo nuevo al pueblo ruso ese día… pero una cosa son las palabras y otras las acciones, que parecen sugerir lo contrario.

Tanques rusos en Mariúpol, esta semana.

Tanques rusos en Mariúpol, esta semana. Reuters

Ya cuando, a principios de abril, el alto mando ruso anunció su intención de retirar las tropas de alrededor de Kiev para centrar todos los esfuerzos en la toma del Donbás, se especuló con que Rusia optaba por un perfil más bajo para poder tener una victoria segura que celebrar este lunes. Sin embargo, las cosas no han ido como Putin y Gerasimov esperaban. Más bien al contrario. Desde que esta segunda fase de la "operación militar especial" comenzara hace casi tres semanas, los avances han sido mínimos. En el propio Donbás, casi inexistentes, puramente tácticos en torno al sur y el este de Izium.

En el resto del país, la situación ha ido incluso a peor: el hundimiento del acorazado Movska fue un enorme palo para la moral del ejército, las tropas de Jersón se han visto incapaces de avanzar hacia Mikolaiv para rodear después Odesa… y en Járkov los avances de las contraofensivas ucranianas hacen que pronto puedan fantasear con cercar Izium y cortar las vías de suministro a las tropas que combaten en el frente de Severodonetsk y el de Limán. Con todo, si un nombre se ha asociado con el Día de la Victoria y sus posibles celebraciones, ha sido el de la ciudad de Mariúpol, donde la separación entre actos y palabras es más evidente que en ningún otro lado.

Cazas de combate rusos ensayan el desfile del Día de la Victoria en Moscú, esta semana.

Cazas de combate rusos ensayan el desfile del Día de la Victoria en Moscú, esta semana.

Las prisas, malas consejeras

El 21 de abril, casi dos meses después de iniciar la invasión de Ucrania, Putin anunció su primer gran triunfo: la toma de Mariúpol. Hasta entonces, todo lo que habíamos visto había sido el cerco sanguinario y frustrado de Kiev y Járkov, la toma de capitales menores pegadas a Crimea como Jersón y la consolidación de los territorios en el este que ya pertenecían al ejército de la autoproclamada República Popular del Donetsk.

En dos meses, y a tres semanas del Día de la Victoria, no había absolutamente nada que lanzar a los medios. Y, así, Putin se inventó que había conquistado Mariúpol.
No era verdad. O no del todo. En primer lugar, conquistar Mariúpol el 25 de febrero, una ciudad esplendorosa, radiante, con un enorme puerto comercial, el más activo del Mar de Azov, habría sido un éxito. Conquistarla el 21 de abril, un montón de escombros humeantes, fosas comunes, cadáveres en medio de las calles y edificios calcinados, no era sino la consolidación de un enorme fracaso.

Vladimir Putin, en el Kremlin, el pasado 26 de abril.

Vladimir Putin, en el Kremlin, el pasado 26 de abril. Gtres

Con todo, el asunto es que Mariúpol no estaba completamente controlada por los rusos. Más allá de los actos puntuales de sabotaje que vemos en prácticamente todas las zonas ocupadas, estaba la inmensa acería de Azovstal bajo control de la Infantería de Marina ucraniana y los restos del Batallón del Azov.

La respuesta de Putin a esa pega fue simple: no habrá más combates. La ciudad se da por pacificada. Nos quedaremos esperando alrededor de la acería a que salgan con las manos en alto o directamente se mueran de hambre en el interior. Han pasado dieciocho días y la impaciencia del presidente ruso ha podido con un discurso inicial que parecía sensato. Durante estas dos semanas y pico, han continuado los bombardeos, el sitio se ha recrudecido y el jueves supimos que las tropas que solo iban a rodear la acería estaban empezando a entrar en la misma para combatir en sus intrincados pasadizos.

Cambio de planes

¿Por qué mintió Putin cuando le dijo a su Ministro de Defensa que no merecía la pena seguir luchando en Azovstal? Y, si no mintió, ¿qué clase de estrategia militar cambia cada dos semanas según sople el viento o se acerquen determinadas fechas? El caso es que, aparte de mentir, algo muy habitual en el presidente ruso, Putin ha caído en el riesgo innecesario que quería evitar. ¿Puede conseguir expulsar o aniquilar a todos los resistentes de Azovstal antes del lunes? Es muy poco probable. En cualquier caso, ¿por qué ese empeño en intentarlo siquiera?

Un bombardeo sobre la planta de Azovstal, este pasado miércoles.

Un bombardeo sobre la planta de Azovstal, este pasado miércoles.

Mariúpol es una ciudad devastada, pero con áreas aún de lucha urbana. Hablamos de una ciudad enorme, de cerca de medio millón de habitantes, con un gran tejido industrial. Una especie de Bilbao ampliada. La mayoría de las tropas, incluidas las chechenas, que participaron en su destrucción, están ahora designadas a otros frentes. Las que han quedado, básicamente, son las que se entiende que no están en condiciones de ayudar en Donetsk, Lugansk, Járkov, Zaporiyia o Jersón. Y, sin embargo, son las que Putin ha enviado dentro de la acería a buscar la ansiada victoria contrarreloj.

¿Cuántas vidas humanas va a costarle esa decisión al ejército ruso? Aunque pudieran, con información precisa, localizar los puntos débiles de la defensa ucraniana, ¿cómo combatir en un agujero lleno de trampas? La única alternativa militarmente razonable sería aprovechar esa mínima brecha que ha permitido la entrada para lanzar algún tipo de arma no convencional en el interior y después marcharse. Si de verdad piensan combatir dentro de Azovstal, aunque sea contra un ejército anémico y al borde del colapso físico, tienen que saber que el riesgo es enorme y se traduce en cientos de bajas innecesarias.

Por supuesto, esto a Putin le da igual. Ya ha demostrado el valor que le da a la vida humana ajena. El asunto es que, si intentas matar de hambre a un grupo de combatientes y acabas entrando a por ellos, de alguna manera reconoces que sus recursos son mucho mayores de los que pensabas. A lo largo de la semana, se ha venido especulando incluso con la posibilidad de que Ucrania mandara drones para lanzar suministros y comida sobre los resistentes. No parece que vaya a ser fácil, pero algo tiene que estar pasando para que Azovstal siga aguantando.

Lanzar a las últimas tropas que quedan a una empresa improbable no solo supone un riesgo para los que combaten sino para el propio control de la ciudad, llena de odio y ganas de venganza. Todo, para poder montar el numerito el lunes. La típica insensatez que le está costando a Rusia una guerra que parecía tener ganada.