
Niños en la escuela. Pexels
La educación como escudo contra el terrorismo: la importancia de prevenir el extremismo desde las aulas
La experta María Paz García-Vera nos proporciona herramientas cruciales para proteger a las nuevas generaciones de caer en narrativas fanatistas y violentas.
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Cuando ya se han cumplido más de 20 años del catalizador 11-S, el terrorismo continúa siendo un engranaje disfuncional que altera la seguridad y la armonía en la totalidad del globo; afectando no solo a las víctimas directas, sino también a la sociedad en su conjunto.
En las últimas décadas, y de manera persistente, los distintos gobiernos, instituciones internacionales, y organizaciones sociales han tratado de frenar la descomunal aceleración del extremismo violento. Si bien las respuestas ante este fenómeno han sido tradicionalmente reactivas, centradas en medidas de seguridad y control, puede que el verdadero quid para erradicar este fenómeno, a largo plazo, resida en su prevención.
Esto no solo implica fortalecer las estrategias de vigilancia o cautela, sino también abordar las raíces sociales, económicas y políticas que favorecen la radicalización. Es en este contexto donde florece el papel de la educación, del diálogo intercultural, y de la inclusión social, como pilares fundamentales para construir una sociedad más resistente y menos vulnerable a las ideologías extremistas.
En una entrevista para ENCLAVE ODS, María Paz García-Vera, Catedrática de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y Past Chair de la Task Force on Terrorism, propia de la International Association of Applied Psychology, incidió en el concepto de la significación personal como "esa necesidad que tenemos las personas de sentirnos significativas tanto individual como socialmente".
Y que, sin ir más lejos, nos hace vulnerables a narrativas extremistas, lo que supondría el punto de partida del proceso de radicalización. "Los seres humanos tenemos necesidades fisiológicas básicas y de seguridad. Pero también tenemos otras, como las sociales —de desarrollo afectivo, de aceptación—, la de autoestima —reconocimiento, confianza, respeto, éxito—, y la de autorrealización", añade la experta.
Pero, a decir verdad, este radicalismo, ese proceso por el cual una persona adopta creencias extremas que pueden llevarla a justificar o recurrir a la violencia, no ocurre en el vacío. Generalmente, se ve influenciada por una combinación de factores, como la exclusión social, el aislamiento y la falta de oportunidades. Aunque, una de las variables más determinantes también suele albergar en sí misma una educación deficiente, que no fomente valores de convivencia, respeto mutuo y pensamiento crítico.
Secundando nuevamente las palabras de la especialista García-Vera, "el proceso de radicalización conlleva tres ingredientes: la búsqueda de significación personal y social, la trascendencia —incluso desear hacer cosas que más allá de hacernos sentir útiles al grupo, nos conviertan en un referente para él, una especie de héroe; algo que nos saque de nuestra insignificancia e incluso dignos de ser recordados—, y el tercer componente, la ideología que defiende el grupo, con su retórica y su semántica".
Dicha oratoria suele enfocarse en mensajes de justicia para el grupo en sí, donde se incurre en la devolución del daño perpetrado por un culpable concreto, un enemigo común al que cosificar e incluso privar de sus atributos humanos. Y es, este odio compartido, aquello que refuerza y solidifica aún más al conjunto.
En este punto, la consecución de una educación inclusiva y de calidad donde se integren todos los sectores de la sociedad —independientemente de su origen, religión, género o situación económica— es el santo grial en la lucha antiterrorista. La creación de entornos de aprendizaje que respeten y valoren la diversidad, que comprendan las dinámicas sociales y políticas, y que, sobre todo, no estigmaticen a los individuos, pueden actuar como un antídoto infalible.

Ilustración. Getty Images
De modo que, sería óptimo invertir en programas que promuevan el diálogo intercultural, las actividades de integración y la participación cívica activa para que los jóvenes comprendan la importancia de la cooperación y la convivencia en la diversidad, así como sus derechos y responsabilidades en la comunidad.
Ahondar en estas habilidades sociales, emocionales y éticas permitirá el desarrollo de una identidad que no esté definida por la violencia ni el conflicto, facilitando que los individuos estén mejor equipados para rechazar las ideologías iracundas.
Adicionalmente, para desmontar las estructuras cognitivas que subyacen a la retórica y la propaganda extremista, "es preciso realizar contra narrativas útiles", declara García-Vera, y estas mismas "deben ser contadas por personas a las que los sujetos susceptibles de radicalizarse o ya radicalizados respeten y reconozcan".
"De nada sirve presentar a los radicalizados como personas con problemas de salud mental. Hay que generarles disonancias, que ellos mismos experimenten pruebas en contra de lo que dicen, pero jamás hay que devaluarles personalmente ni humillarles. Hay que conseguir que se expresen y que se relacionen con otros fuera de su grupo en contextos en los que tengan que resolver retos juntos", añade la experta.
Para ello, hemos optado por plasmar ciertas estrategias que podrían implementarse en la creación de resiliencia para contrarrestar estas influencias, de acuerdo con las indicaciones de García-Vera:
- Dotar a los individuos de métodos alternativos de búsqueda de significación personal.
- Generar canales que permitan a los individuos expresar su malestar de manera adecuada (y que este sea escuchado).
- Crear programas preventivos de radicalización: importancia de detectar personas con un bajo nivel de significación personal.
- Generar grupos de apoyo social que estén disponibles para los individuos que sufren de "pérdidas", donde se sientan escuchados, y que no legitimen la violencia.
Estimular dichas herramientas que promuevan la cohesión social y la igualdad de oportunidades, que, de acuerdo con la especialista, "deberían hacerse en todos los centros educativos" podría encauzar la ira de los individuos propensos a caer en los mensajes de fanáticos irreverentes. Aunque, según García-Vera, estos espacios deberían ser encauzados por "psicólogos con formación específica, que los llevaran a cabo de forma particular, no transversal".
Por ende, lo esencial es que los jóvenes "no se sientan desarraigados, que sientan el cariño de los suyos como incondicional, que se sientan parte de un grupo que les valora, de una sociedad que les apoya, que valoren los derechos humanos como uno de los grandes logros de la historia, que entiendan que hacer daño a otros es una conducta inaceptable, y que si alguna vez dañan a otros, hay que pedirles perdón y compensarles", añadía la entrevistada, porque "cada niño, cada adolescente e incluso, cada adulto, será menos vulnerable a la radicalización si se siente valioso a nivel individual y para los demás"
De esta manera, se conseguirá fraguar una sociedad resiliente frente al terrorismo, empoderando a los jóvenes para abrazar los valores de paz, respeto y cooperación, donde todos ellos tengan la oportunidad de elegir un camino diferente al de la violencia y la división. Porque, como indica García-Vera, "nadie está libre de caer en ello".