La ópera es la máxima expresión de la cultura. Obra de arte completa –Gesamtkunstwerk–, así calificaba el genio Richard Wagner a la ópera. La apoteosis belcantista ha vertebrado los tres últimos siglos sobre todo el XIX. Y la ópera ha convocado a los grandes nombres de la literatura. Incluso Calderón de la Barca y Lope de Vega escribieron libretos para una expresión cultural que añade la literatura, la música, el canto, sobre todo el canto, la danza y la pintura en los alardes escenográficos.

El Teatro Real se lo debemos a Fernando VII y, sobre todo, a Isabel II que lo inauguró en 1850 con La favorita de Donizetti. La Reina era una soprano no desdeñable. A lo largo de ochenta años el Teatro Real acogió en la capital de España a todos los grandes tenores y sopranos, a los músicos internacionales más destacados. En su escenario bailó Nijinsky y Stranvinski dirigió el ballet Petrushka. En 1925 –dictadura de Primo de Rivera–, se cerró el Teatro y se fragilizó la presencia cultural de Madrid en el mundo.

Se reabrió en 1966 como sala de conciertos. Una campaña del ABC verdadero denunció la situación. Recuerdo aquella gran información en el ABC dominical, el 10 de junio de 1973, en la que aparecía a escala la Telefónica dentro del escenario y el foso del Real. El sombrero de tres picos, de Falla, con decorados y figurines de Pablo Picasso y mi inolvidado amigo Francisco Nieva, con La vida breve, inauguraron el nuevo Teatro Real en una sesión inolvidable a la que asistí con la emoción de los esfuerzos que habíamos hecho durante largos años, y finalmente desde ABC, frente a los que lucharon denodadamente por mantener el edificio como sala de conciertos sepultando una afición a la ópera que nunca se extinguió en Madrid.

La verdad es que el nuevo Real languideció unos años hasta que asumió la responsabilidad Gregorio Marañón, hombre enamorado de la ópera, y su gran equipo en el que la incorporación de Gerard Mortier se convirtió en una revolución. Ignacio García-Belenguer ha demostrado ser un excelente director general, Ivor Bolton como director musical, y, sobre todo, Joan Matabosch, un sabio de la música, han proyectado la calidad del Real al mundo entero hasta el punto de que la International Opera Awards lo proclamó en 2022 como el mejor Teatro de Ópera del mundo, lo que ha contribuido de forma decisiva a que Madrid esté considerada como una de las cinco ciudades más importantes del ámbito cultural.

Grandes museos, incontables asociaciones, permanente actividad literaria, centenares de obras teatrales todos los años, tenaz atención al cine, actividad de ateneos, salas de arte y de conciertos, conferencias y simposios completan una explosión cultural que ha convertido a Madrid en uno de los faros indiscutibles, iluminadores de la cultura universal. José Ortega y Gasset, primera inteligencia del siglo XX español, creyó siempre en la musculatura intelectual de la capital de España.

Gregorio Marañón y su gran equipo pueden sentirse satisfechos de la labor realizada porque la competencia en toda Europa, en buena parte de América y en el Asia emergente es muy alta. Y Gobiernos, así como Asociaciones económicas y culturales, se multiplican para robustecer la ópera en sus naciones. Francesco Algarotti en su célebre Ensayo sobre la ópera, destacó ya en el siglo XVIII el ideal metastasiano, abriendo un debate sobre el ente ópera que todavía permanece.