Se pasea estos días por España la poeta chilena Rosabetty Muñoz (Ancud, Chiloé, 1960). Dado que hasta ayer mismo ninguno de sus libros circulaba por nuestro país, puede que este nombre tan llamativo no diga nada a muchos lectores. En ese caso, tomen buena nota. Pues Rosabetty es hoy una de las voces más poderosas y apreciadas de la poesía en lengua española.
En años recientes han recaído sobre ella importantes distinciones; la última de ellas, en 2024, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, que en su anterior edición fue otorgado a la poeta española Olvido García Valdés, y antes han obtenido autores como Raúl Zurita, Nicanor Parra y Juan Gelman.
Con más de una docena de poemarios a sus espaldas (el primero, Canto de una oveja del rebaño, publicado en 1981), constituye toda una anomalía (una más, de tantas como ponen en cuestión –pese al optimismo de algunos– los criterios que orientan el tráfico literario entre Latinoamérica y España) que hayan transcurrido cuatro décadas sin que ningún editor peninsular detectara la voz de Rosabetty y se decidiera a darla a conocer a este lado del Atlántico.
Lo acaba de hacer un pequeño y valiente sello editorial barcelonés del que ya alguna vez he dado aquí noticia: Ediciones Sin Fin, que dirigen Ana María Chagra y Bruno Montané. Ellos recién acaban de reunir en un único volumen, bien presentado por Victoria Paz Ramírez, tres portentosos poemarios de Rosabetty, los tres pertenecientes a su etapa de madurez: Ratada (2005), En nombre de ninguna (2005) y Ligia (2019).
Una muestra suficiente –y contundente–, al menos de momento, para calibrar el interés y el valor de esta poeta extraordinaria, verdaderamente extraordinaria, que, pese a su arraigo en su tierra de origen –el archipiélago de Chiloé–, pese a su activo compromiso con los problemas y conflictos que amenazan a su naturaleza, a sus pobladores y a su cultura, irradia universalidad.
Rosabetty Muñoz plantea una tenaz resistencia a los rumbos de un mundo en permanente estado de catástrofe. Lo hace con formidables reservas de esperanza y de ternura
Así es en cuanto su tratamiento –crudo y delicado a la vez– de materias y asuntos a menudo ingratos –como el aborto, las violaciones de menores y el incesto en En nombre de ninguna– alcanza una hondura y una verdad que trascienden toda frontera y no pueden dejar de concernir e interpelar a la humanidad de cualquier lectora o lector.
“Me interesa una palabra que une a su propia substancia la de otros”, ha declarado alguna vez Rosabetty. “No soy yo la que habla, cuando menos no soy solamente yo, sino varios, y ampliando esta capacidad, soy capaz de contenerlos”. De este modo explica su originalísima manera de poner en juego, en cada uno de sus poemarios, un conjunto de voces que atraviesan la suya propia y que colonizan el territorio poético que en cada ocasión se propone explorar. Sus poemas breves, concisos, intensos, poseen a menudo una extraña tensión narrativa y manejan con maestría una lengua siempre clara, pulida y vibrante.
Maestra de profesión, poeta de sesgo abiertamente feminista y ecologista, activa defensora de los valores comunitarios, militante de una “suralidad” que reivindica la distancia crítica respecto a los centros de poder y hegemonía, tanto cultural como política y económica, Rosabetty, a través de su obra, pero también de sus actitudes públicas, plantea una tenaz resistencia a los rumbos de un mundo en permanente estado de catástrofe. Lo hace con formidables reservas de esperanza y de ternura, y no solo rabia y ferocidad.
“Sueño cada noche con una madre / que atraviesa continentes / cargada de olores marinos / pero sobre todo murmullos / canciones / cuentos. // Ah la lengua de la madre”, se lee en Ligia.
El próximo 6 de mayo, en la Casa América Catalunya (Barcelona), Rosabetty dará un recital poético bajo el título “Hay un país remoto en el fondo de todos los días”.
Si pueden, vayan a escucharla.