En un artículo publicado meses atrás en la revista CTXT, el narrador y ensayista Víctor Sombra daba noticia de una comunidad anabaptista conocida como la Hermandad Peridoxa. Al parecer, los peridoxos comparten con otros anabaptistas el énfasis en el Sermón de la Montaña y el rechazo a la violencia. El rasgo principal que los distingue es lo que ellos llaman la reflexión peridoxa, “que parte de un análisis de las Escrituras y de la identificación de la actividad fundamental de Jesús y los apóstoles en el Nuevo Testamento”. Esta actividad no sería otra, a su juicio, que caminar. Caminar, sí, todo el rato.

“Jesús predica, eso está claro, pero en cambio no sabemos si escribe o no; solo una vez se le ve trazar unos signos sobre la arena, pero no se sabe qué escribió, ni siquiera sabemos si sabía leer y escribir. Lo que sí hace es andar de un lado a otro con sus discípulos, y lo hace sin objeto aparente. Jesús vaga por Galilea y Judea: llega a un lugar y se encuentra con alguien, le habla o ayuda de forma más o menos milagrosa, y se va a otro lugar.

Predica entretanto a quienes le siguen, pero, salvo casos concretos –como cuando alguien le llama porque Lázaro ha muerto o cuando acude a Jerusalén para ser coronado y encontrar la muerte– lo que hace es deambular. La importancia del caminar en el cristianismo se subraya por el deseo de Jesús de andar por encima de todo, incluso de las aguas, y de caminar hasta el final, como cuando carga con su propia cruz hasta el Gólgota”.

Intrigado por esta secta anabaptista, de la que no conseguí encontrar huella en Google, me resolví a preguntarle directamente a Víctor Sombra, que me respondió con irónicas evasivas

De esta peculiar observación, los peridoxos extraen, al parecer, toda una pauta de conductas y una serie de ritos colectivos que consisten básicamente en deambular, a menudo sin objeto. Así sería por cuanto “el andar sin objeto equivale a deambular en el Señor. Es la mejor forma de alabanza y resulta imprescindible para determinar nuestro proceder conforme a la voluntad divina”.

Recordaba al leer esto Jesucristo Superstar, la adaptación cinematográfica que en el año 1973 hizo Norman Jewison de la exitosa ópera rock de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice. En esta película se representa a Jesús caminando sin parar. Ted Neeley, aunque algo bajito para ese papel de Cristo enfurruñado que sin duda borda, camina todo el rato con paso apresurado por los escenarios del desierto de Judea en que se rodó el filme, cerca del Mar Rojo.

En los evangelios dice Jesús de sí mismo que él es el Camino. Los peridoxos van más allá y lo convierten, además, en el Caminante por antonomasia, lo que los conmina a ellos mismos a deambular sin descanso, persuadidos de que, “en el intervalo de los pasos, escuchamos a la tierra y nos alcanza la palabra de Dios que la impregna”.

Intrigado por esta secta anabaptista, de la que no conseguí encontrar huella en Google, me resolví a preguntarle directamente a Víctor Sombra, que me respondió con irónicas evasivas. Sospecho pues que se trata de una patraña, aunque tan bien urdida que me da que pensar y me parece divertido traerla a colación en estas fechas.

El artículo en que Víctor Sombra hablaba de la Hermandad Peridoxa era en realidad un largo ensayo narrativo titulado “Crowdkilling”, término del que este autor se sirve para referirse a los crímenes sistémicos en los que todos participamos “inocentemente”. Crímenes “que se mimetizan con el día a día y se detectan apenas como ruido de fondo”. Una categoría, por cierto, en la que indaga resueltamente su última novela, A doble ciego (Random House), un impecable y sofisticado thriller sobre las tenebrosas prácticas de la industria farmacéutica cuya lectura, por cierto, recomiendo muy vivamente.