Lo digo siempre que tengo ocasión: en los más de treinta años que llevo desenvolviéndome en el medio editorial, no he conocido una personalidad más portentosa que la de Carmen Balcells. Tuve la suerte de caerle en gracia (¡pobre del que no!) y fui invitado a participar en no pocos almuerzos y saraos en su espléndido piso de la Diagonal de Barcelona. Allí acudía, fascinado, a contemplar el derroche de su humanidad desbordante. Daba igual quién fuera a estar: cómo iba yo a perderme el espectáculo de su imperiosa hospitalidad, ese modo de controlarlo todo, de carcajearse, de enojarse, de emocionarse, de interpelar, de abroncar, de jalear, de pontificar. Esa sensación de fiesta y de peligro que se experimentaba cerca de ella.

Cómo desdecir, por otro lado, las razones de quienes, habiendo padecido sus rechazos, sus desdenes, sus extorsiones, sus improperios, cultivaban hacia ella justificados resentimientos. Cómo contestar los severos argumentos de quienes, escandalizados por su adicción al poder, por su manera tan ostentosa de buscarlo y de ejercerlo, también por la incontrolada y constante exhibición de su propia idiosincrasia, manifestaban hacia ella, y hacia cuanto encarnaba, su repudio o su condena.

En otro orden de cosas, no me hizo falta tratarla para cobrar conciencia del papel tan determinante que Carmen tuvo en la configuración del campo literario en lengua castellana durante la segunda mitad del siglo XX; un periodo de enormes transformaciones en la industria del libro y en las reglas del tráfico y de la consagración de autores que fueron, en no escasa medida, consecuencia de su actuación. Una actuación que, si bien contribuyó decisivamente a ampliar y a consolidar los derechos de los escritores, no dejó de tener efectos dañinos en lo que cabe entender por “ecosistema” editorial, en el que introdujo factores y dinámicas que reforzaron la tendencia a la concentración de los grandes grupos a costa de esquilmar el terreno en que prosperaban los sellos tradicionales, hasta entonces abonado por un tejido de lealtades más o menos tácitas.

Un asunto relevante en el legado de Carmen Balcells son las distorsiones que en el mapa literario produjo su resuelta intervención en los mecanismos de consagración

La palanca que impulsó las transformaciones mencionadas fue lo que se conoce como boom de la narrativa latinoamericana, un fenómeno que sería absurdo pretender, como se oye decir a veces, que fue un “invento” de Carmen Balcells, pero que sin duda ella orientó en no pocos aspectos sustanciales, empezando por el efecto de grupo cohesionado con el que se difundió internacionalmente, y continuando con la exitosa política de “marca” comercial con que acertó a explotarlo y, a medio y largo plazo, desvirtuarlo.

Mucho menos destacado que el de su protagonismo en el boom, hay en el importante legado de Carmen otro asunto relevante cuyo impacto queda lejos de haber sido suficientemente evaluado. Me refiero a las distorsiones que en el mapa literario produjo su resuelta intervención en los mecanismos de consagración. El poder que llegó a detentar Carmen fue tal que le cabía “colocar” en posiciones de visibilidad a autores propios que de otro modo difícilmente la hubieran logrado; algo que ocurría, inevitablemente, en detrimento de otros. La táctica de “la torna”, conforme a la cual la adquisición de según qué autor codiciado por este o aquel editor quedaba condicionado al compromiso de publicar a otro apadrinado por Carmen, generó un buen puñado de reputaciones espurias que en no pocos casos consolidó el tinglado cada vez más chanchullero de los premios literarios.

Era de rigor que, más temprano que tarde, alguien asumiera el reto de escribir la biografía de esta mujer fabulosa, con tanto mayor motivo en cuanto ella misma fue, durante mucho tiempo, muy poco dada a exponerse en público, y cuando, ya en los últimos años de su vida, empezó a ceder a las solicitudes de los periodistas, lo hizo conforme a sus propios designios, envuelta ya en su propia leyenda, que todavía hoy sigue segregando todo tipo de topicazos y malentendidos.

Carme Riera, autora de la agencia Balcells y amiga de Carmen durante décadas, reunía muchos créditos para hacerse cargo de esta empresa biográfica. Entre ellos, un profundo conocimiento del medio cultural y editorial barcelonés en el que Carmen prosperó. Un exhaustivo trabajo de investigación, con acceso directo a los archivos de la agencia y al entorno más íntimo de Carmen, se han resuelto en un voluminoso libro rico en datos, anécdotas e informaciones bien servidas y ordenadas. Riera comienza por afrontar lo más difícil: el mito creado en torno a Carmen, que trata en buena medida de penetrar y de desmontar, buscando a la persona real y dejando constancia de sus múltiples filos y sombras. Sigue a continuación el recorrido biográfico, particularmente revelador por lo que toca a los años de juventud y a los inicios de la agencia. Especialmente suculento es el extenso capítulo dedicado a los editores con los que Carmen tuvo más trato, el más incisivo e iluminador, también, por lo que respecta a su proceder como agente (si bien deja fuera de foco a algunos editores que debían figurar en la lista, y pienso especialmente en Claudio López Lamadrid). En su parte final, el libro se desgrana en un recuento algo mecánico de relaciones, viajes, proyectos, logros, honores y méritos.

Pese a su extensión, Carmen Balcells, traficante de palabras deja, inevitablemente, muchas cosas por decir. Se trata, en definitiva, de lo que se entiende por una biografía autorizada, si bien Riera pone cuidado en que no sea, o no del todo, una biografía hagiográfica. Nadie puede discutir el interés y el valor de un libro como éste, hecho a tiempo aún de reunir y confrontar, más allá de los archivos y las hemerotecas, muchos testimonios importantes. Otra cosa es que la personalidad inabarcable de Carmen exceda con mucho el cerco de una biografía convencional como ésta, más académica que periodística, muy poco narrativa, escrita sin ninguna ambición literaria y escasamente crítica.

El concienzudo y cabal trabajo de Riera promueve y allana, eso sí, acercamientos más audaces y más distanciados, quizá más monográficos, que desgranen un legado trascendental y problemático cuyo balance aún está pendiente