Los activistas de Futuro Vegetal durante su ataque a las 'Majas' de Goya en el Museo del Prado. Foto: EFE

Los activistas de Futuro Vegetal durante su ataque a las 'Majas' de Goya en el Museo del Prado. Foto: EFE

DarDos

¿Por qué rechazamos los ataques ecologistas en los museos?

Tenemos asumidas formas de protesta no autorizadas que ocasionan gastos de seguridad, control y reparación, pero no podemos entender las acciones llevadas a cabo contra las obras de arte

César Antonio Molina José María Parreño
2 enero, 2023 01:16

César Antonio Molina

Escritor y exministro de Cultura. Autor de ¡Qué bello será vivir sin cultura! (Destino)

Ecologismo cultural

Comparto con el ecologismo muchos de sus principios, pero no así algunas de las extravagantes manifestaciones que llevan a cabo para protestar por la situación del planeta. No voy a enumerar aquí los malos medios para los buenos fines. Sin embargo, lo que viene pasando en los últimos meses, los ataques a las obras de arte en los museos, me parece abominable, y una muestra de que la barbarie también se ha introducido entre estas gentes. ¿Cómo se puede defender a la naturaleza tratando de destrozar su representación? Representación que ya, en muchos casos, es lo único que nos queda.

Siempre creí que este movimiento era pacifista y no violento. Parece que ya no es así. Defender la conservación de unas cosas destruyendo otras tan valiosas como lo mismo que se defiende, no me parece lo más apropiado. A lo largo de la historia de la humanidad, la destrucción siempre ha estado presente. Y ahí, desgraciadamente, continúa.

Lo estamos viendo en la guerra de Ucrania como antes en Siria. La destrucción de nuestro patrimonio histórico universal por los efectos de las contiendas, e igualmente el natural, los robos, las excavaciones sin permiso, el tráfico ilegal de obras de arte, mueven miles de millones de euros. Los ecologistas deberían ser conscientes de todo esto, y ser ellos mismos ecologistas de la cultura. Hacer una simbiosis entre cultura y naturaleza.

No hubiera podido nunca imaginarme que después de que Franco bombardeara el Museo del Prado, durante la guerra civil, vinieran ahora estos jovenzuelos para repetir semejantes barbaridades

Con acciones como la del Museo del Prado se convierten en talibanes. ¿Acaso los talibanes afganos no protestaban cuando dinamitaron las gigantescas estatuas de Buda en Bamiyán? Se puede justificar hasta lo injustificable. E incluso peores que esos muchachos y muchachas ingenuas que llevan a cabo esas acciones delictivas, son aquellos que los incitan, los justifican y les ríen las gracias.

Ya lo escribió Milton en su Areopagítica, a mediados del siglo XVII: “Quien mata a un ser humano está arrebatando la vida a una criatura racional trasunto de Dios; pero quien destruye un libro está matando la razón misma, está acabando con la propia imagen del Creador”. Quien ataca a una obra de arte, podríamos actualizarlo aquí, ataca la razón misma.

Goya hizo más por el ecologismo que esos miserables que le han faltado al respeto. Y además Goya sufrió por defender la libertad y dejar memoria de todos los horrores y conflictos que puede crear y desarrollar el mundo. ¿Qué memoria van a dejar estos individuos? Solo insulto y vergüenza. Y además no se si se dan cuenta de que contribuyen al rechazo de su proyecto por justo que sea. En sus manos manchadas de pintura o salsa de tomate, no puede estar la salvación del mundo.

Más que bomberos son pirómanos. Son culpables de un delito contra la humanidad. No hubiera podido nunca imaginarme que después de que Franco bombardeara el Museo del Prado, durante la guerra civil, vinieran ahora estos jovenzuelos para repetir semejantes barbaridades. ¿Quiénes son los verdaderos culpables? Sus padres, nuestra maltrecha educación, sus propios maestros y educadores.

José María Parreño

Profesor titular en la Facultad de Bellas Artes de la Univesidad Complutense, crítico de arte, comisario y poeta

Mejores abuelos

Arrojar sopa de tomate sobre el cuadro Los girasoles, de Van Gogh, es una barbaridad. Como pegarse con cola instantánea a los marcos de las Majas de Goya. Hay precedentes, incluso más graves. En 1914, una sufragista apuñaló en Londres La Venus del espejo, de Velázquez, como protesta por la detención de una de sus líderes. Otro acto bárbaro, pero acaso necesario y justo, frente a la barbarie injusta de su tiempo.

Al leer las declaraciones de repulsa de particulares e instituciones por los últimos atentados, me llamó la atención la nula atención al fondo del asunto: la gravedad de la crisis climática y los motivos que llevan a esos jóvenes a meterse en semejante lío. Antes de abordarlo, debo señalar que los vándalos no han causado daños a las obras, ya que su objetivo no es destruirlas, sino hacerse escuchar. Pero fueron unos ilusos creyendo que atacar tan bellas representaciones de la naturaleza, en nombre de la supervivencia de la propia naturaleza, nos haría reflexionar sobre nuestra escala de valores. A tenor de lo que leo, creo que los cuadros seguirán disfrutando de temperaturas controladas, aunque las personas se achicharren.

Los científicos dicen que nos enfrentamos al caos climático y a su largo séquito de desastres. Aunque en el pasado ha habido grandes alteraciones del clima, esta vez su origen es humano, lo que la acelera hasta el punto de que no podremos adaptarnos globalmente. Su causa es la emisión de gases de efecto invernadero, resultado del uso de combustibles fósiles y de las industrias agrarias.

Los vándalos fueron unos ilusos. A tenor de lo que leo, creo que los cuadros seguirán disfrutando de temperaturas controladas, aunque las personas se achicharren

Suprimir las emisiones es el objetivo prioritario de más de veinte conferencias intergubernamentales desde 1992. Pero no lo han logrado: de hecho, aumentan año tras año. Sus consecuencias ya se perciben: aquí hay un mes más de verano, pero Bangladés o Kiribati empiezan a hundirse por la subida del nivel del mar.

En realidad, no nos importa, porque su dolor no es el nuestro. Y pretendemos ignorar que, con seguridad, lo será también de nuestros hijos. Tenemos la posibilidad de protegerlos, pero por indiferencia o por codicia, imperturbablemente, miramos a otro lado. Ellos, en cambio, son realistas y actúan en consecuencia. Con la falta de respeto por las normas de quien trata de defender su vida, una vida plena, y sabe que está solo en ello.

Un estudio sobre los jóvenes y el cambio climático –10.000 encuestados de 25 países, entre 16 y 25 años– concluye que más de la mitad piensa que “la Humanidad está condenada”. En España, el número de suicidios aumentó en 2022 un 7,4%. 22 de los fallecidos tenían menos de 15 años. Ocho más de esta franja de edad que el año anterior.

El secretario general de la ONU, António Guterres, advertía que el caos climático avanza “a velocidad catastrófica, devastando vidas y formas de vida en todos los continentes”. Los activistas de Madrid declararon que ya habían cortado la Gran Vía y se habían pegado al stand de una hidroeléctrica, sin lograr atención. Ahora profanan nuestros mayores exponentes de valor y cultura. Quieren hacernos entender que si acabamos con el planeta, perderemos también todo lo demás.

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