Insólita. Hay libros que, si empiezan así, uno no puede abandonar: “Ayer por la mañana, aquí en la ciudad de San Agustín de Tango, vi, por fin, el espectáculo que tanto deseaba ver: guillotinar a un individuo. Era la víctima el mentecato de Rudecindo Malleco, echado a prisión hacía ayer seis meses por la que se juzgó una falta imperdonable”.

Lo que sigue es el relato de la accidentadísima ejecución de Malleco, del juicio sumarísimo al que fue sometido por el clero y las fuerzas vivas biempensantes de la ciudad –trasunto de Santiago de Chile– y de la “falta imperdonable” del mentecato: la cerebralización del amor, la sofisticación de sus pensamientos eróticos durante sus coitos.

Ese arranque hace pensar en el humor inclemente y mordaz de un Jorge Ibargüengoitia. O en las tétricas humoradas de una Aurora Venturini. O, incluso, en los desvaríos cómicos de un Felisberto Hernández. ¡Vaya trío, por cierto! Pero no. Estamos ante la mirada irrepetible y singularísima del escritor y pintor chileno Juan Emar (1893-1964), afecto a las vanguardias, al cubismo y al surrealismo, de quien Gatopardo acaba de publicar Ayer (1935), novela insólita y tenazmente literaria, plástica, filosófica y crítica, prologada por Alejandro Zambra y a la que pertenecen las primeras líneas de este artículo.

Mediante lo hilarante y lo absurdo, Emar destroza las convenciones sociales y los tópicos de la vida cotidiana

Fracaso. Lo que Ayer sigue contando es la jornada anterior vivida por su narrador y protagonista, quien, en compañía de su “santa mujer”, recorre las calles de San Agustín de Tango –el zoo, una plaza, tabernas y restaurantes, el palacete paterno…–, observando y siendo testigo de episodios y comportamientos –casi siempre con toques eróticos y violentos, como cuando describe cómo un avestruz se zampa entera a una leona hostil– que lo incomodan o lo paralizan y que, sobre todo, es incapaz de contar sin descomponer lo visto y sentido –técnica cubista– en sus detalles más nimios, que describe y sobre los que reflexiona con una seriedad que proporciona una extraordinaria textura literaria a las páginas y que, mediante lo hilarante y lo absurdo, destroza las convenciones sociales y los tópicos realistas de la vida cotidiana.

El año en el que publicó Ayer, Emar dio a la imprenta otras dos novelas, Un año y Miltín 1934, y, dos años después, un libro de cuentos, Diez. La indiferencia, el desprecio y el fracaso cosechados por estos libros, llevaron a Emar a recluirse durante más de veinte años escribiendo para sí mismo Umbral, una novela que, cuando fue publicada póstumamente, en 1996, tuvo más de 4.000 páginas distribuidas en cinco tomos.

Harto. Nacido Álvaro Yáñez, el escritor pergeñó su pseudónimo a partir de la expresión francesa J’en ai marre: “estoy harto”. Harto y fastidiado estuvo Emar desde que nació, como quien dice, en un hogar acaudalado, hijo de un senador y diplomático, industrial multimillonario y propietario del periódico La Nación, en el que el joven Emar escribiría reseñas de arte, no sin antes decirle a su padre –que fue represaliado por una dictadura y perdió su fortuna– que jamás estudiaría Derecho, ni ganaría un sueldo, ni haría nada de provecho.

Amigo de los poetas Vicente Huidobro y Pablo Neruda –quien lo calificó de kafkiano y lo recordó en dos páginas de sus memorias siempre vestido en casa con un pijama azul ultramar–, Emar vivió varias veces en París, donde estudió pintura y se relacionó con las vanguardias.

Alternando las más inopinadas carcajadas y los arrebatos de cólera, peleando con el alcohol y las depresiones más sombrías, con fama justificada de raro y trivial de loco, Emar tuvo dos esposas, decenas de amoríos y cinco hijos hasta que murió pobre y de cáncer socorrido por sus hermanas, aislado y abandonado por casi todos. En la web de su Fundación, se recuerda que una vez escribió: “Soy un número”. Y en homenaje a esta autodefinición, su biografía se resume con números. Por ejemplo: 1 crítico literario habló bien de su obra en vida.