Óscar. El pase de Parásitos, de Bong Joon-ho, hace unos días en La 2, culminó una operación de normalización y difusión del cine surcoreano en España entre el llamado gran público, tras recaudar más de seis millones de euros en las salas y tener gran acogida en las plataformas. En una medida bastante más modesta, el fenómeno va a continuar con Decision to Leave, aunque no haya conseguido la nominación al Óscar a Mejor Película Extranjera. Parásitos tuvo su primer trampolín en Cannes (Palma de Oro) y se catapultó a las alturas con el Óscar.

Decision to Leave fue Premio al Mejor Director en Cannes, pero rivales muy fuertes (Argentina, 1985, Sin novedad en el frente…) le han cerrado el acceso a la estatuilla tras haber formado parte de las quince películas preseleccionadas. No cito aquí los Óscar porque deba interesarnos estrictamente su veredicto artístico, pero sí porque su reconocimiento, por lo general tardío, a determinados cineastas, estilos y cinematografías ha reforzado siempre su circulación internacional entre públicos más amplios.

Piénsese, por ejemplo, en el cine japonés y Akira Kurosawa; en el nórdico Ingmar Bergman; en el Neorrealismo Italiano y De Sica y Fellini; en el cine iraní y Asghar Farhadi… El 27 de marzo se cumplirán cincuenta años desde que Luis Buñuel ganara el Óscar con El discreto encanto de la burguesía, cuatro décadas después de sus comienzos, y la película se convirtió en la más taquillera de las más de treinta rodadas por el aragonés.

¿Quién dice que ya no se hace buen cine? Hay que abrir ojos y mentes

Nombres. Hace años, cuando ya había despuntado de sobra en los festivales de cine, entre la crítica especializada y en las primeras filas de la cinefilia más ilustrada y atenta, mostrar preferencias por el mejor cine surcoreano –o, por vecindad, con el taiwanés, el hongkonés, el vietnamita o, incluso, el chino y el japonés– estaba poco menos que considerado en España como un postureo propio del esnobismo cultureta: un fingimiento. Error. El mundo no se acaba en Europa y en Estados Unidos. Ni en Latinoamérica.

Era cuestión de tiempo –y de perpetuación de cierta pujanza económico-tecnológica– que el cine oriental moderno, heredero de una riquísima tradición artística y cada vez más sensible a ciertas formas de la globalización cultural, se fuera abriendo paso entre nosotros con sus muchos talentos. Hoy, nadie duda de que Corea del Sur está viviendo una edad de oro del cine con nombres como el citado Bong Joon-ho (Memories of Murder), Hong Sang-soo (En la playa sola de noche), Na Hong-jin (El extraño), Kim Ji-woon (El bueno, el malo y el raro) o Yeon Sang-ho (Train to Busan), por solo citar algunos y no nombrar al recientemente fallecido Kim Ki-duk (Hierro 3).

Triángulo. Y, por supuesto, Park Chan-wook, director de la excelente Decision to Leave, que coincide –ya no es insólito– en las carteleras españolas con otras dos películas surcoreanas: La novelista y su película, de Hong Sang-soo, y Broker, del japonés, eso sí, Hirokazu Kore-eda, otro director oriental cuyas películas espera una creciente minoría mayoritaria.

Hace dos sábados la sala correspondiente de los madrileños Golem (unas 180 butacas) estaba repleta desde la primera fila en la sesión de tarde. Va a ser, sin duda ninguna, una de las películas del año para los cinéfilos, como el año pasado lo fue Drive My Car, del japonés Ryusuke Hamaguchi, premiada con el Óscar tras ganar el premio al Mejor Guion en Cannes.

¿Quién dice que ya no se hace buen cine? Sucede que hay que abrir ojos y mentes para comprobar que, como tantas veces, no viene precisamente de Hollywood. Decision to Leave conmueve con un dramático y romántico triángulo amoroso cruzado con una intriga criminal. Es lo de tantas veces, sí, pero contado de forma sensorial y sensual, distinta y exquisita.