Image: El club del crimen

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Poesía

El club del crimen

Weldon Kees

31 marzo, 2017 02:00

Weldon Kees

Traducción de Ezequiel Zaldenwerg. Vaso Roto. Madrid, 2016. 160 páginas, 18€

Los caprichos de la fama han jugado con el nombre de Weldon Kees (Beatrice, 1914 -S. Francisco, 1955). Pianista de jazz, pintor, cineasta, novelista, dramaturgo, crítico de literatura y poeta, Kees consigue cierto prestigio. Su primer libro de versos, El último hombre (1943), es celebrado por el exigente Harold Bloom.

Aún se desconocen las circunstancias de los días finales del autor. Deja muy pocas huellas cuando desaparece en las cercanías del puente Golden Gate. Sólo encuentran su coche con las llaves puestas. Empiezan las conjeturas. ¿Suicidio? ¿Huida a México? Al misterio le sigue el olvido literario durante décadas. Actualmente se menciona a Weldon Kees al lado de Elisabeth Bishop y de un grupo selecto de poetas norteamericanos del siglo XX.

El club del crimen es una antología. Cuenta con un prólogo del escritor Dana Gioia. La biografía del poeta queda comprimida en una sucesión de desdichas: alcoholismo, ciclotimia, ruptura matrimonial. El prologuista halla afinidades artísticas entre Kees y Thomas Hardy, ambos unidos por la idea de disolver su pesimismo en el humor negro.

Influido por T. S. Eliot y W. H. Auden, Weldon Kees comunica directamente la incomodidad de su amargura. El hecho de haberse formado en la escritura de cuentos y piezas de teatro lo ayuda a practicar una poesía narrativa. Hijo de un empresario de Nebraska y nieto de un cerrajero alemán, aprecia la cultura popular. Pero mantiene una soledad crítica. Con frecuencia, en sus textos aparecen redentores del mundo. El autor los contempla con mirada de hombre satírico. Se interesa por la figura de un Cristo dudosamente divino.

Al leer la selección de textos del primer libro sabemos que no habrá salida, ventana, consuelo. Pronto desconfiamos. Kees asegura que ve indicios de la muerte en los ojos de su hija. No nos ahorra detalles de su angustia. Y termina con dos versos desconcertantes: "Estas disquisiciones se agrian bajo el sol. /No tengo hija. Ni deseo tenerla". Observa la nieve, el pasto, unos viandantes en calles derruidas, y dedica una página emocionante a la muerte de un loro fatalista.

En 1947 se edita su segundo poemario, La caída de los magos. El escritor persiste en su sobriedad y tono pesimista. Percibimos su simpatía por ciudadanos de oficios modestos. No lejos de las alfombras de los palacios, existe una vereda por donde pasan unos seres mutilados. Entre paisajes de escarcha, encontramos a una chica que sueña con ciudades quemadas; con un muchacho ciego que repite un nombre; con relojes muertos. Los tejidos de la mente figuran "como espinas de aire en un cubo de hielo". Kees menciona alaridos, tijeras, mapas erróneos, la tersura de un muro.

La sección "Poemas 1947-1954" confirma el universo del poeta. También su hondura cuando mira un objeto: una hamaca de ratán, un postigo y una alfombra lo hacen meditar sobre la condición humana. Sobresale"Facetas de Robinson", semblanza fría del individuo moderno. Detrás de las apariencias, "todo cubre / su triste corazón de siempre, marchito como hoja en el invierno". Se incluyen siete composiciones hasta ahora inéditas. Su calidad literaria no desmerece del conjunto.

Los poemas de El club del crimen, en versión bilingüe, fluyen con naturalidad en español. Es mérito del traductor, Ezequiel Zaidenwerg. La antología da a conocer en nuestro país a un poeta notable que estuvo injustamente olvidado.

@FJIrazoki

Por lapso de dos años

Esta nada que se alimenta de sí misma:
lápices que en la mano se hacen agua,
partes de una oración que cuelgan en el aire,
ideas que se quiebran en la mente
como si fueran de cristal y páginas
en blanco que reflejan el mundo, destiñeron
el mundo que me conminó a callar.

Así fueron dos años. Lentamente,
aquello, lo que sea que se parte,
se desarma, se corta, se enmaraña, se raja
o se divide para impulsarme a esa dieta
de corrosión, ardió y luego parpadeó
hasta el final. Ahora, con letra más madura,
trazo mi nombre. Ahora, con la voz extrañada,
les hablo a los silencios de cuartos alterados,
sacudidos por el conocimiento
de la repetición y del retorno.