Poesía

Atravesando la noche

Karmelo C. Iribarren

11 diciembre, 2009 01:00

Huacanamo. Barcelona, 2009. 70 pp., 12 euros


Con este nuevo libro Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) continúa y amplía la poética de claridad que desde el principio ha caracterizado su obra. En la línea de los libros reunidos en Seguro que esta historia te suena (2005) y Ola de frío (2007), el medio centenar de poemas que integran Atravesando la noche coincide con el medio siglo del autor y rubrica una vez más esa vocación de poeta urbano en la que trata de fundir intimidad y vida colectiva.

Ajeno siempre a la pedantería tanto como al trabalenguas, el protagonista de Atravesando la noche acentúa los rasgos de su observación desde los márgenes de la vida diaria, situado la mayor parte de las veces en un espacio donostiarra reconocible que perfila todavía más el efecto de realidad observada que tienen los recorridos y los seres que transitan por ellos. Vida cotidiana, sin embargo, que desde el extrañamiento que logran a menudo la palabra depurada de adjetivación o el sesgo sorprendente de algunos finales de poema, abren otros espacios en claroscuro a la reflexión del lector, o constatan el efecto destructor de la rutina en todo lo que somos y en nuestras relaciones con los otros, como en "Los días normales".

Aunque en ciertos momentos -"La escuela de vida"- apunta el rasgo sarcástico que caracterizaba al sujeto en los libros anteriores, el voyeur urbano se sitúa preferentemente refugiado en una intimidad sensorial y sentimental que equilibra la dureza de algunas observaciones, la consideración de la derrota de las ilusiones o la fulguración apocalíptica, como en "La nieve": "cayendo como un réquiem, ese/ que ya nadie escuchará". Frente a todo ello y particularmente en la segunda mitad del libro, reafirmando un vitalismo insobornable pese a todo -"Huellas en la nieve"-, el humor irónico de ciertas constataciones, la supervivencia de una memoria que salva lo esencial y, sobre todo, el tratamiento del tema amoroso oponen a la realidad "implacable, ajena", a la soledad y a la conciencia del deterioro y la pérdida, una cálida y precaria resistencia, que resulta decisiva en el conjunto del libro.

Sin elevar el tono ni pretensiones de otra trascendencia que la íntima, constituye un mundo poético tan personal como sugestivo el que Iribarren sigue desarrollando en esta escritura que busca, en sus voluntarias limitaciones de palabra y asunto, la identidad de vida y poesía y la autenticidad de su protagonista en su espacio propio: ese "último refugio/ desde el que abrir fuego otra vez"...