Image: Viaje al amor

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Poesía

Viaje al amor

William Carlos Williams

23 octubre, 2009 02:00

William Carlos Williams. Foto: Archivo

Edición de J. A. Montiel. Lumen. 2009. 302 pp.,14’90 e.


El evangelio según Ginsberg anuncia que el peso del mundo es amor. Sólo un beatnik se atrevería a definir lo más abstracto (el amor) con lo más tangible: este mundo, este peso, el que, como Atlas, todos cargamos sobre los hombros. La osadía de prestigiar las cosas sobre el estatus de las ideas se la debe Ginsberg al hombre que, por tener, tenía genial hasta el nombre: William Carlos Williams (1883- 1963)

Con 40 años, William Carlos Williams escribió un poema sobre una carretilla roja y unos pollos blancos y, con ello, desató la Revolución Americana: el imagismo, o cómo expresar con imágenes precisamente lo que no vemos. Tres décadas después, en 1955, Viaje al amor vino a demostrar que Williams moriría con las botas (imagistas) puestas. Es un libro acribillado de flores: "El asfódelo / no tiene olor / excepto para la imaginación / pero también ella / celebra la luz". No son las flores de la lírica romántica, no son metáfora de mujeres ni sentimientos. Son, gloriosamente, flores: "Sería mejor contestar: / ‘una rosa es una / rosa es una rosa’, y dejarlo así. / Una rosa es una rosa / y el poema la iguala / si está bien hecho". Williams enseñó a su poesía a hablar inglés, no el de Milton o Donne, sino el de su New Jersey natal, sin oscuras referencias culturales y con palabras que no hace falta buscar en el diccionario. Para imprimirle ritmo y carácter, recurrió al jazz. Para situarla en el mapa, la llamó Paterson. Y la educó en la sabiduría que sólo dan ochenta años sobre la tierra. Además del poeta más inteligente de Estados Unidos, Williams era médico. Tal vez por eso, contra Platón y dos mil años de cristianismo, se negó a aceptar la secundariedad del cuerpo respecto al alma. Por muy humanos que el alma nos haga, el cuerpo importa.

Porque nos apasiona, a Viaje al amor nos gustaría dedicarle, más que una reseña, un Cultural entero. No es que Williams necesite glosa: su poesía, como la realidad, se basta a sí misma. En su materialidad sin ambajes ni complejos, se somete a la ley de la gravedad y cae a plomo sobre nuestras cabezas y corazones. Nos las vemos con un campeón de los pesos pesados. Que comience el combate.