Poesía

El rumor del tiempo

César Antonio Molina

28 septiembre, 2006 02:00

Prólogo de A. Gamoneda. Galaxia Gutenberg/Círculo, 2006. 375 páginas, 8 euros

Que en el hasta ahora último libro, En el mar de ánforas (2005), adoptase César Antonio Molina (La Coruña, 1952) un verso brevísimo que rompe el fraseo y que se continúa en los poemas inéditos que este volumen ofrece, y que en éstos se llegue a la desarticulación de la palabra en nada más que sílabas -particiones presentes ya en últimas horas en Lisca Blanca (1979)-, está indicando que su decir poético ha devenido una especie de balbuceo; balbuceo que se manifiesta también en el trabajo del significante, en sus aliteraciones. Y a eso mismo apunta, entre otras cosas, la inserción de expresiones en otras lenguas, como si se hubiese advertido una cierta insuficiencia en la lengua propia. Comparar esta escritura última con los libros precedentes (el primero, épica, es de 1974) permite ver bien que la deriva de esta obra ha venido avanzando hacia una problematización del hecho de poetizar y, así, se puede hablar de lo que se nombra como "adivinanza envuelta /en un misterio / dentro de un / enigma" y decir, decirse -aunque ¿quién?, ¿el sujeto a sí mismo?, ¿el poema al poema?, ¿el texto al lector o al lenguaje?- "ya no sé lo que sé". Deriva, que no cambio, pues en 1979 ya se leía, dicho a sí mismo: "Y ya ni conocerte".

Se trata, pues, de un recorrido que ahonda el estadio de sabiduría que siempre le fue propio, en el cual, dejado atrás el tiempo de la certeza y siguiendo una senda marcada por el pirronismo, donde se encuentra con Montaigne o con Fernando Sánchez y su Que nada se sabe, coincide con lo mejor del pensamiento moderno. Es la escritura como metáfora del viaje, o a la inversa, pero un viaje que, como avisaba el título del libro de 1994, es Para no ir a parte alguna. El viaje en cuanto viaje, el pensar como pensar, entregarse al deseo, de manera que, lo escribe este poeta, "El que nada busca, lo descubre todo".

Esta selección de la poesía de Molina -difícilmente podría haber estado mejor acompañada que con el prólogo de Antonio Gamoneda y un estudio de J. Jiménez Heffernan- invita a un viaje lleno de emociones de lenguaje, de experiencia del pensar que se piensa.