Image: El hombre de la calle

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Poesía

El hombre de la calle

FERNANDO BELTRÁN

23 mayo, 2001 02:00

Prólogo de Leopoldo Sánchez. Diputación de Granada. Granada, 2001. 197 páginas, 1.200 pesetas

Al reunir una amplia selección de su obra poética, casi unas poesías completas, Fernando Beltrán no ha optado por el habitual orden cronológico, sino por una agrupación temática que pone de relieve las obsesiones centrales de su quehacer. En El peso del mundo se agrupan los ejemplos de poesía comprometida que glosan la barbarie que día a día nos muestran los periódicos: guerra del Golfo, atentados terroristas, emigración clandestina. "La línea de la vida" es el título que ha dado a su poesía urbana e intimista: paseos por la gran ciudad, bares, amigos, poemas familiares. Como desgajadas de "La línea de la vida", pueden considerarse las tres secciones siguientes: la poesía amorosa de "Amor amar", la poesía elegíaca de "La lluvia de los días", evocación de la infancia, y las glosas inéditas a la muerte del padre tituladas "Parque de invierno".

Insiste mucho Sánchez Torre, diligente y amical prologuista, en que la poesía de Fernando Beltrán no es una poesía comprometida, sino entrometida (es término que repite casi en cada página), pero nunca define tal término de modo que podamos tomarlo como un concepto válido críticamente y no como una ocurrencia, un juego de palabras del poeta para evitar las negativas connotaciones que en un determinado momento tuvo la poesía social. Cuando más se acerca a ello, nos dice que la actitud de Beltrán es "entrometida" porque "el poeta siempre anda por el medio, es un incómodo testigo de lo que ocurre, es la carabina de la realidad. Aunque su labor pase inadvertida, le corresponde sin duda un papel transgresor, de subversión de lo dado".

Poco subversiva parece la poesía social de Beltrán, tan obvia y tan llena de buenas intenciones como la sección de "Cartas al director" de un periódico: se declara contrario a la guerra, siente compasión por los emigrantes clandestinos, contrapone la publicidad de los grandes almacenes a la miseria y los enfrentamientos tribales en áfrica.

Los buenos sentimientos no garantizan la buena poesía, y Fernando Beltrán es consciente de ello: se esfuerza así en enunciar el tópico huyendo del tópico expresivo. Sus poemas están llenos de juegos de palabras, vueltas del revés de frases hechas, fórmulas felices acuñadas para quedarse en la memoria.

Fernando Beltrán acierta cuando nos habla de lo mismo de siempre, pero de una manera distinta. En "Muerte de un paraguas" (poema inédito hasta la inclusión en esta antología) un atentado terrorista es visto de una manera aparentemente deshumanizada (sobre la acera yace el cuerpo tendido de un paraguas, fue un jersey de cuello alto el que se acercó por detrás, hubo un disparo en la nuca de la lluvia). Se consigue así, paradójicamente, subrayar la barbarie del acto y evitar las rutinarias descripciones habituales, cada vez menos efectivas. El poema, sin embargo, pierde fuerza en los versos finales. Fernando Beltrán parece no confiar en la inteligencia del lector e incurre en la obviedad de explicar lo que no necesita explicación ninguna: "Redondo e inmenso/como un extraño símbolo/yace sobre la acera el cuerpo/tendido de una nación./Sangra aún".

Poesía cordial la de Fernando Beltrán, llena de ingenio y buenos sentimientos, poesía del aplicado padre de familia y del hijo desolado, del gran amigo de todo el mundo, del corazón generoso que se conmueve con los sufrimientos de los desfavorecidos, poesía que pretende dar voz al "hombre de la calle", poesía siempre a un paso de la falacia patética y de otras bien intencionadas falacias. Pero también poesía que se esfuerza por ser poesía y no sólo desahogo del corazón.

Irónico, ocurrente, imaginativo, el mejor Fernando Beltrán es el que nos habla de las cosas de todos los días, sin fáciles moralejas, y nos permite verlas como nunca las habíamos visto antes.