Image: Epigramas de la gaya ciencia

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Poesía

Epigramas de la gaya ciencia

Enrique Badosa

18 octubre, 2000 02:00

DVD Ediciones. Barcelona, 2000. 134 páginas, 1.400 pesetas

A Badosa apenas si le llegan los ecos de las guerras del mundo literario hodierno. Por eso su sátira resulta a menudo borrosa, aunque no desdeñable

Nada más detestado por los escritores que la vida literaria, si hemos de hacer caso a sus declaraciones; nada tampoco que les fascine más, si tenemos en cuenta la frecuencia con que se ocupan de los dimes y diretes del oficio, de la adulación o del escarnio de sus colegas. Enrique Badosa, al que antologías recientes dedicadas al grupo catalán de los 50 suelen colocar junto a Barral y Gil de Biedma, aunque poco tuviera que ver con ellos, es un poeta de dilatada obra desde que se estrenara en Adonais con Más allá del viento (1956).

Epigramas de la gaya ciencia, cuyos modelos confesos son Horacio y Marcial, pretende satirizar con humor el mundillo poético contemporáneo. No parece que lo consiga del todo. Se trata de un libro muy extenso para lo acostumbrado -200 epigramas-, pero esa extensión se ha conseguido a costa de la reiteración y la superficialidad. Escrito en unos pocos meses -el verano de 1998-, da la impresión de que su autor fue poniendo sobre el papel todas sus ocurrencias y luego las mandó a la imprenta sin la imprescindible labor selectiva. Badosa, por otra parte, da la impresión de empeñarse en censurar modas poéticas de hace 30 años. Una y otra vez arremete contra los cantautores que ponen música a los versos de Machado o Alberti, sin darse cuenta de que Paco Ibáñez hace décadas que es una reliquia. También le incomodan los poetas que escriben sonetos en verso blanco; él censura esa mala costumbre en sonetos con todas las rimas en su sitio, eso sí, pero bastante poco ejemplares por lo vacuos y ripiosos. Copio los tercetos de uno de ellos: "Pero, no obstante, manos a la obra/de la sonetería que ya toco,/ música de decir mucho, muy poco...,//y en la que Nada falta, nada sobra./Para empezar, palabra bien rimada,/porque si no, el soneto será nada". Lo que demuestra es lo contrario de lo que pretende: que un soneto -los suyos de este libro- puede ser palabra bien rimada y no ser nada.

Sólo en dos ocasiones se refiere concretamente a la poesía de los últimos años: cuando censura el término "sentimentalidad" y cuando alude a las tendencias poéticas contemporáneas: "¿Cuántas escuelas hay en estos días?/ únicamente tres, que ya es bastante./ Esa de la Experiencia, la primera/ por orden cronológico tan sólo./ La de la Diferencia, la segunda./ La de la Inexistencia la tercera/ a la vez que que esas dos y desde siempre,/ y con más seguidores que las otras". Explicable resulta que la simplificación propagandística "experiencia/diferencia" (un invento promocional de ciertos poetas) haya calado entre periodistas poco informados; resulta extraño que un veterano escritor al que se supone interesado en (y enterado de) la poesía incurra en ese ripio facilón.

Pero es que no hay ocurrencia que no se repita más de una vez en Epigramas...: la crítica a los poetas que no dominan los eneasílabos o al abandono del término "poetisa"; la indicación de que la segunda persona de sus poemas a veces es un disfraz de la primera; las razones por las que no indica el nombre de los poetas satirizados. Callar el nombre es algo muy frecuente en las polémicas literarias. Guillermo Carnero, en estas mismas páginas de El Cultural (4-10 de octubre), nos ha ofrecido un buen ejemplo de esa mala costumbre: aprovechaba la reseña de un libro de Villena para arremeter contra "alguien" que rebaja su poesía con el propósito de "sacarles los cuartos" a los adictos a la televisión basura; sólo quienes hubieran leído la obra de Villena podían ponerle el nombre a ese "alguien" -Luis García Montero- y darse cuenta de la enormidad y la injusticia del disparate. Aludir y eludir, en las polémicas literarias (que suelen encubrir con diferencias de escuela inconfesables resentimientos personales), supone casi siempre una descortesía, cuando no un fraude, al lector común.

A Badosa apenas si le llegan los ecos de las verdaderas guerras del mundo literario hodierno. Por eso su sátira resulta muy a menudo borrosa y blanda, aunque no siempre enteramente desdeñable. De vez en cuando se despierta Homero -Horacio, mejor, en este caso- de su larga siesta, y nos ofrece un rasgo de ingenio sin caduca moralina (o el emocionante poema último, donde el lirismo sustituye al epigrama). El autorretrato de la página 78 es una muestra de que la sátira, para ser eficaz, ha de dirigirse a lo que uno conoce algo más que de oídas, y por eso el satírico acierta muy especialmente cuando lanza los dardos contra sí mismo: "No estás, poeta viejo, para trotes/ de joven trasnochar en verso libre./ Lo tuyo ya es andar muy despacito/ con el bastón prudente de la métrica, / una buena bufanda de sonetos,/ la sopita de sílabas contadas/ y el acostarse pronto con la rima".