
La escritora Paulina Flores. Foto: ©Ángela Precht.
Paulina Flores retrata a la generación que vive en una canción de Lana del Rey: entre el desencanto y la ironía
La autora chilena publica 'La próxima vez que te vea, te mato', novela que aborda la migración, la precariedad laboral, las drogas y el desconcierto social.
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La novela cruza migración, precariedad laboral, pisos de precio obsceno, mudanzas y desfiles de roomies; fiestas, drogas, relaciones tóxicas, poliamor, un encierro por pandemia; sexo, playas, ratas urbanas campando a sus anchas; Tinder, posteos de Instagram, desconcierto general y, sobre todo, muchas ganas de matar.

La próxima vez que te vea, te mato
Paulina Flores
Anagrama, 2025. 200 páginas. 17,90 €
Todo esto puede decirse de otro modo: Paulina Flores (Santiago de Chile,1988) sitúa la narración en plena contemporaneidad urbana y convierte a Barcelona en un protagonista más. La lista de asuntos que atraviesan las vidas y los cuerpos de los personajes de La próxima vez que te vea, te mato no se vuelcan para construir un texto de denuncia o de realismo social; al contrario, sirven de contrapunto al mundo imaginario que Javiera, la narradora-protagonista, inventa para poder sostener su día a día. La realidad no es aquí un “tema”, sino algo que hay que manipular para pasar del gris a la euforia-fucsia-chicle.
Bailar borracha y empastillada mientras llega el fin del mundo es la imagen generacional de esa evasión; se trata, en realidad, de sostener el asombro y la inocencia, aunque sea imposible. La protagonista, como una suerte de Alicia que se niega a crecer, persigue conejos y luego los despelleja: Flores junta inocencia y maldad, asombro y cinismo, humor y muerte, política y fantasía.
Flores retrata una generación, la suya propia, caracterizada por una enorme autoconsciencia, es decir, por toneladas de inteligencia y capacidad de ironía que, sin embargo, no conducen a nada, porque se puede ser egótica e infantil y a la vez inteligente; la inteligencia no implica madurez.
¿Y quién la quiere?, parece preguntarse Javiera, que se ha propuesto vivir como dentro de una canción de Lana del Rey. Ella quiere ser amada, ser “glamorosa, auténtica, delicada” y dar cumplimiento a su sueño de amar como una loca, como una perra romántica.
La protagonista transforma lo cotidiano en una tragicomedia rosa, en una película amorosa y de enredos que, poco a poco, y sin que nos demos demasiada cuenta, se va convirtiendo en una historia de género negro, con matones y todo. Porque nada hay más glamoroso, auténtico, delicado que una mujer migrante y sin futuro devenida mujer fatal, Javiera se propondrá cometer un crimen pasional. Y es a partir de ese momento que la novela crece y de verdad vale la pena.
Javiera viaja desde su Chile natal hasta Barcelona con una beca para estudiar literatura. El permiso de residencia caduca, pero decide quedarse en condición de ilegal, deslumbrada por la promesa de un bienestar que roza, pero que nunca alcanza. Tanto es así, que eleva la diversidad de papel higiénico que hay en los supermercados a emblema de la abundancia: a eso llega y no más.
Paulina Flores junta en esta novela inocencia y maldad, asombro y cinismo, humor y muerte
En uno de los pisos compartidos, conoce a Manuel, un peruano, del que se enamora; pese a ser una celosa pseudo-patológica y decirse en sus adentros “si la monogamia es un secuestro, por favor, amordázame” (o, quizás precisamente por eso), se deja introducir en los vínculos poliamorosos de Manuel. Y ahí están Laura y Armonía, a la vez amigas y némesis, compañeras y cuerpos que acariciar.
Javiera hace todo lo que no es, o mejor, es todo lo que no hace: una escritora que no escribe, una solitaria que nunca está sola, una amante sumisa que no se deja gobernar, una loca vengativa, una tipa infeliz que se lo pasa genial, una chica vulnerable que nunca se rompe.
Y no se quiebra porque empuña el arma de la ironía; de hecho, el humor corrosivo que impregna el libro se sitúa en el borde de lo tolerable; sin embargo, si se consigue entrar en la espiral desquiciada de humor despiadado, la novela empieza a brillar. Déjense, como hice yo, deslumbrar por ese brillo.