Image: Contigo en la distancia

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Novela

Contigo en la distancia

Carla Guelfenbein

3 julio, 2015 02:00

Carla Guelfenbein. Foto: Carlos Miralles

Premio Alfaguara, 2015. 360 páginas, 18'90€

Quizá porque en los últimos años el Premio Alfaguara había recaído en obras de narradores tan poderosos como Juan Gabriel Vásquez o Jorge Franco, queden aún más en evidencia las costuras y limitaciones de Contigo en la distancia, de la chilena Carla Guelfenbein (Santiago de Chile, 1959), bióloga reconvertida al mundo del arte y del estilismo, en su día editora de moda de Elle.

Si en la convocatoria anterior, 2014, el triunfo de la deslumbrante El mundo de afuera, del colombiano Jorge Franco, con su perfecta dialéctica entre secuestrador y secuestrado, supuso toda una fiesta literaria, en esta ocasión la obra vencedora no pasa de ser la narración a flor de piel de una escritora hipersensible donde la caída por las escaleras de una célebre novelista octogenaria, Vera Sigall, pone en marcha una trama en la que dos admiradores (su joven vecino Daniel y la franco-chilena Emilia, que trabaja en una tesis sobre su obra) confluyen, alternando sus voces y puntos de vista con otro viejo amigo/ enamorado de la escritora, el poeta Horacio Infante.

Mucho más cerca está Carla Guelfenbein de Pilar Eyre, Laura Restrepo, Ángeles Caso, Zoé Valdés, o Maria de la Pau Janer, que de los dos colombianos citados o de escritoras contemporáneas hispanoaméricanas de fuste, como Alicia Plante, Patricia Ratto o Selva Almada. Uno se pregunta cómo, en la patria de Bolaño, puede escribirse aún de un modo anticuado, lineal y poco rompedor, como si aquel ciclón del autor de 2666 aún no hubiese conmovido ni hecho temblar algunos cimientos. El aire de cálida evocación y de homenaje a la anciana novelista que lucha por su vida, acaba cansando porque lo edulcorado y lo cursi impregna sin pausa los razonamientos y diálogos de unos protagonistas que padecen "desfachatadas fantasías", donde un toldo agitado sugiere en Emilia "velas de embarcación" o "carpas en el desierto".

Poco de poético y mucho de poetizante es lo que aguarda al lector aquí. Ni siquiera la supuesta grandeza y misterio de Vera Sigall o del poeta Horacio Infante quedan justificados o refrendados en los ñoños textos que de ellos se citan. La referencia permanente a los astros, estrellas y constelaciones y la emoción hipersensible de sus observadores, no hacen sino abundar aún más en una empalagosa sensación de conjunto.