Image: Baile con serpientes

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Novela

Baile con serpientes

Horacio Castellanos Moya

21 septiembre, 2012 02:00

Horacio Castellanos Moya. Foto: Laura Mustio

Tusquets. Barcelona, 2012. 198 páginas, 15 euros

Horacio Castellanos (Tegucigalpa, Honduras, 1957) es un narrador versátil y de muchos registros. No encontrará el lector en Baile con serpientes la reflexión pura de su novela El asco, ni la atmósfera intimista de la colección de relatos Con la congoja de la pasada tormenta; tampoco la seriedad y hondura de La sirvienta y el luchador, que quizá sea su trabajo más redondo y uno de los testimonios más duros y exactos de lo que fue el terror policial y la violencia de Estado durante la larga guerra de El Salvador. Baile con serpientes, publicado por primera vez en México en 1996, no posee ese impulso serio y reivindicativo de justicia, sino el buen aire de un texto libre que se mueve entre el género fantástico y la novela policiaca.

El arranque de la historia, tranquilo y realista, tarda poco en desmentirse y dar un brusco y violento giro hacia un largo delirio que culmina en las páginas finales. Así, ese viejo Chevrolet amarillo del comienzo del relato, habitado por un indigente (Jacinto Bustillo) por el que un vecino (el sociólogo en paro Eduardo Sosa) siente curiosidad, da paso a un "despertar absoluto" (p. 26) del protagonista, metamorfoseado en malvado de comic, capaz de aterrar a toda una ciudad con sus ataques masivos en los que se acompaña de cuatro serpientes con voz propia y sedientas de venganza. Una violencia que hace saltar por los aires gasolineras, mansiones o centros comerciales y asesina por igual a policías, políticos, banqueros o confiados transeúntes. Castellanos maneja los tiempos de la acción, se mueve a sus anchas por un texto con suspense que deviene relato salvaje y ensoñación febril en la que las culebras pueden volverse seductoras mujeres danzantes aficionadas al consumo de cocaína. Junto con el puro divertimento, el escritor aprovecha para hacer sátira de las corruptelas de los poderosos, de los supuestos estados de alerta máxima y de la obsesión/paranoia por la seguridad.

Pese a las diferencias de fondo, Baile con serpientes comparte con La sirvienta y el luchador la macabra sede policial del Palacio Negro, con su galería de facinerosos adaptados a los nuevos tiempos, como ese agente Flores, "el suavecito, con modales de gringo decente". El conjunto es una narración veloz, eficaz, contada con pinceladas de cinismo y gracia, con personajes tan bien trazados como el subcomisionado policial Lito Handal o la infatigable periodista Rita Mena. Al hilo de los atentados que lleva a cabo el protagonista parece formularse la esencia de una forma de terror muy contemporáneo, el que de verdad desestabiliza: "No hay plan, no hay conspiración. Sólo el azar y la lógica que me permite profundizar mi mutación".