Image: Oscura monótona sangre

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Novela

Oscura monótona sangre

Sergio Olguín

30 abril, 2010 02:00

Sergio Olguín. Foto: Alex Cruz

V Premio Tusquets de Novela. Barcelona, 2010. 192 páginas, 16 euros


Con este título, procedente de un poema de Quasimodo, Sergio Olguín (Buenos Aires, 1967) obtuvo el premio Tusquets de novela en 2009. Escrita con una marcada economía de medios, escueta y directa en la selección y exposición de sus informaciones, la obra refleja en muchos aspectos la filiación periodística del autor, la preferencia concedida al relato desnudo de los hechos y a la exacta y detallada topografía urbana que constituye su marco, el aire cronístico que recorre muchas páginas de la novela. Porque en Oscura monótona sangre se yuxtaponen dos historias -o, mejor, dos vertientes distintas de una historia- que no llegan a fundirse por completo. Una es la de Julio Andrada, empresario maduro que ha alcanzado una posición desahogada en la sociedad y al que una prostituta adolescente le produce una súbita e irresistible atracción que amenaza dar al traste con su vida personal y familiar.

Aquí asistimos a una reformulación del tema tradicional del viejo y la niña, aderezado con los toques de pasión degradante y aniquiladora aportados por obras como El profesor Unrat, de Heinrich Mann, o la Lolita de Nabokov, por citar dos clásicos modernos. Junto a esta vertiente, que podría calificarse de psicológica, aparece la otra, el paisaje exacto y minucioso en que se contrapone el mundo burgués y los ambientes adinerados en que se mueve Andrada a los barrios periféricos de la gran ciudad, con sus zonas oscuras, míseras y peligrosas, su chabolismo, sus gentes de vida precaria que sobreviven bordeando los límites de la ley. Conviene decir que lo relativo a este mundo -lo que se describe directamente y lo que aparece sin más sugerido o se desprende de la acción- está resuelto con mayor vigor que lo que se refiere a las relaciones entre Andrada y la joven Daiana, junto a alguna otra ocasional (Martina, Luli), encaminada a subrayar la doble moral que sustenta el comportamiento de Andrada, que parece buscar intuitivamente una compensación para una vida rutinaria y de trabajo sacrificado.

Lo cierto es que la irresistible obsesión de Andrada por Daiana, sus diversas maniobras para atraerla y buscar un lugar en que entrevistarse -a riesgo de ser descubierto por tener que recurrir a terceras personas, como el ex policía Arizmendi o la secretaria Teresa- se nos antoja más una convención previa, producto de un plan preconcebido de la historia, que un proceso cuya lógica interna va mostrándose en la novela. Esta faceta psicológica de la fijación erótica es menos convincente que la muerte del ladronzuelo y lo que se deriva de ella: el temor, las sospechas difusas (¿hay alguna relación entre Martina y los cartoneros, o alguno de éstos se halla vinculado al entorno del muerto?), las noticias acerca de la venganza que buscan los familiares y amigos del fallecido, las precauciones de Andrada, su inquietud y su creciente nerviosismo, que lo conduce a un final dramático en el que muchas interrogaciones acerca de su futuro inmediato y de la suerte posible de Daiana quedan flotando en el aire, ofrecidas a la imaginación del lector.

Todo esto, más cercano a la crónica urbana que al estudio psicológico, es lo que más destaca de la novela. Junto a ello, la historia de la obsesión erótica es de muy escasa profundidad, y se apoya más en modelos literarios y cinematográficos reconocibles -y que el lector aporta, acaso inconscientemente, para completar lo incompleto- que en hechos desarrollados en la propia novela.

Oscura monótona sangre ofrece otra virtud notable: un acusado sentido del ritmo narrativo, con una dosificación medida de las acciones, y un oído atento para la reproducción del habla coloquial y de sus registros más vulgares (repárese en la conversación entre camioneros que escucha Andrada en pp. 27-28), lo que acentúa esa impresión cronística que vertebra el relato.