Image: Las teorías salvajes

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Novela

Las teorías salvajes

Pola Oloixarac

12 marzo, 2010 01:00

Pola Oloixarac. Foto: Alpha Decay

Alpha Decay, 2010. 275 páginas, 19 euros


Bajo el evidente pseudónimo que campea en la cubierta se esconde una nueva escritora argentina que publicó hace dos años en Buenos Aires esta novela, muy bien acogida por amplios sectores de la crítica. Se trata de una obra de indudable interés, que ofrece una radiografía de la vida argentina de las últimas décadas y es, a la vez, un retrato generacio-nal, centrado en el personaje femenino que vertebra la narración y del que desde el principio se afirma: "La vida de la pequeña Kamtchowsky se inició en la ciudad de Buenos Aires, durante los ‘años de plomo'; el acceso a la conciencia coincidió con la ‘primavera alfonsinista'" (p. 12). Éste es, delimitado con precisión, el marco histórico de los hechos, narrados con distintas perspectivas -tercera persona impersonal, primera persona- y repleto de ingredientes culturales que a menudo rozan el ensayo: teorías psiquiátricas y antropológicas, complejas divagaciones sobre palabras y etimologías (pp. 211-214) o juicios acerca de obras y autores, pero también versos con variantes, canciones, citas bibliográficas, redes sociales, notas a pie de página en las que incluso se pone en tela de juicio lo que el texto dice (p. 160) -como entre nosotros había hecho, con mayor profusión de matices, Jorge Márquez en El claro de los trece perros-, junto a huellas literarias por doquier, que alcanzan al nombre de una gata ("Montaigne") y de un pez ("Yorick"). En el mismo nivel lúdico se inscriben los jugueteos sobre la identidad de la autora. En un momento determinado (p. 215) se cita de pasada a una Rosa Ostreech, y una nota a pie de página advierte: "Bajo este nombre se esconde la identidad de quien escribe". Pero más adelante (p. 269) la narradora anota: "Después intercambié una venia amigable con Pola (en la facultad algunos nos confunden, porque yo soy mucho más alta y además Pola usa anteojos)". Todo este alud torrencial -que incluso hace de la segunda parte de la novela una especie de tratado de antropología casi autónomo- no debe sorprender en una literatura por la que han pasado Cortázar y Bolaño. Aquí, el discurso narrativo admite toda clase de modalidades con sus correspondientes estilos. Si hay pasajes que parecen extraídos de un estudio científico, en otros la mirada puede detenerse con morosidad en el relato del comportamiento de un gato frente a una cucaracha (pp. 107-109) o en la observación de las reacciones del pez Yorick al verse reflejado en un espejo, lo que conduce a una reflexión de corte filosófico: "La conciencia individual es una función de la vanidad, cuyo rango clasifica las posibilidades de los cuerpos" (p. 216). Ya en un pasaje anterior se podía leer: "La conciencia individual se reduce a la vanidad, cuyo rango de aplicaciones es una interfaz en torno al cuerpo. Porque el amor es el subtítulo de algo mucho más específico y sideral" (p. 142). Pero, por muy ajustado que resulte este panorama generacional de cierta juventud argentina, incluidos bastantes desequilibrios del relato, nada de esto tendría la eficacia que posee sin un lenguaje narrativo personal, con numerosos hallazgos inesperados, que rehúye continuamente las formas idiomáticas trilladas y trata de presentar cada cosa -descripción, relato, cita erudita- de forma original y no previsible, materializando de este modo aquel "extrañamiento" en que los teóricos rusos de hace noventa años cifraban la marca indicadora esencial de la naturaleza literaria de los textos: "Las ideas […] permanecieron en estado comatoso durante buena parte del siglo XX" (p. 25); "una rubia con un pasado morocho" (p. 139). El humor asoma en multitud de observaciones. A propósito de una fiesta que, con el nombre de Zarpe Diem, se celebra en una antigua sinagoga "con evidentes signos de derrumbe" (p. 196), anota la narradora: "Un cartel verde y rojo advertía que no existía salida de emergencia -era natural que una sinagoga desaconsejara las diásporas-".

He aquí una autora que ofrece mucho más que promesas. Si se aviene a mejorar la organización interna de sus futuras novelas y no pierde la frescura narrativa que aquí derrocha, acabará muy pronto entre los mejores.