Image: El cielo llora por mí

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Novela

El cielo llora por mí

Sergio Ramírez

15 mayo, 2009 02:00

Sergio Ramírez. Foto: Miguel Álvarez

Alfaguara. Madrid, 2009. 322 páginas, 19’50 euros

El subgénero negro, en la novela policíaca, se está convirtiendo en fórmula adaptable a cualquier propósito y circunstancia. Influido por el cine y la televisión dispone de intriga, violencia, sexo, crítica social y política y ya es capaz de alternar escenarios urbanos y rurales. El escritor nicaragöense Sergio Ramírez (Masatepe, 1942), tuvo también una carrera política en la revolución sandinista que le llevó hasta la vicepresidencia. Tampoco es la primera vez que utiliza esta fórmula narrativa Pero, al situar la acción de su trepidante relato en la Nicaragua actual, consigue ofrecernos a la vez el retrato de un país tercermundista acosado por los cárteles de la droga (colombianos y nicaragöenses), la corrupción institucional y el desengaño revolucionario de aquel sandinismo que luchó contra la dictadura somozista y que ahora se descubre en el aparato del estado, especialmente en la policía, tan escasa de medios, o meros vigilantes en casinos. Destaca el personaje de Doña Sofía, limpiadora de los locales policiales y, a la vez, colaboradora del inspector Morales, dispuesta siempre al sacrificio, coprotagonista del relato. Junto a ella, la misteriosa figura de "la Monja", desde la guerrilla a alto cargo del cuerpo policial, y Lord Dixon, policía que acabará víctima de una encerrona, constituyen "fuerzas del bien".

No sin ciertos rasgos de humor, en un paisaje urbano degradado, del que se ofrecen detalles, con el declarado antiimperialismo del héroe, la rivalidad de las bandas, la duplicidad de algunos personajes y la corrupción que alcanza la cúpula del poder político, la novela nunca pierde su interés. Tras todo ello, advertiremos también una dura requisitoria sobre la política nicaragöense actual y la pérdida de valores de una generación sacrificada en la lucha guerrillera. Todo se inicia, como es habitual, con el descubrimiento de un cadáver, un yate destruido y una investigación que avanza, no sin titubeos, hasta penetrar, entre asesinatos vengativos o para silenciar a los protagonistas, hasta el núcleo central de una operación que finalizará con la captura de los capos, su traslado a los Estados Unidos, y un abogado dispuesto a delatarlos. Pero Ramírez se adentra en figuras tan complejas como Cristina, la madre de la víctima, tan ambigua y atractiva como ella. Hasta el propio Morales caerá en un desliz sexual.

El relato se desarrolla gracias a un diálogo pleno de coloquialismos, fluido, y los rasgos de un estilo que descubren al brillante narrador: "Managua enseñaba sus mismos precarios decorados. Muros pintarrajeados de consignas, bajareques en aglomeraciones sin concierto, recovecos, ripios, tabiques de catrinique y techos de asbesto, enjambres de alambres eléctricos que se podían tocar son sólo alzar la mano, cafetines de mesas derrengadas, una cueva en cuya boca oscura un tablón arrimado a la pared anunciaba impresiones-engargolados-fotocopias-tarjetas para celulares, el polvo de la calle que soplaba sobre las mesas de pino". Lo policíaco no aparece aquí como un corsé, sino como los cuartetos y tercetos del soneto tradicional. En la nueva forma descubrimos la sociedad del email y la miseria del subdesarrollo.