Image: Tierra de los hombres

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Novela

Tierra de los hombres

Antoine de Saint-Exupéry a los 100 años

28 junio, 2000 02:00

Traducción de Gabriel M. Jordá. Círculo de Lectores, 2000. 269 páginas, 2.400 pesetas

Carta a un rehén. Carta a un general

Saint-Exupéry odia una época en la que "bajo un totalitarismo universal, el hombre se convierte en ganado afable, educado y tranquilo"

El centenario de Antoine de Saint-Exupéry, que se cumple en estos días, tiene en el presente libro el mejor de los argumentos para justificar la vigencia de su autor más allá del éxito universal alcanzado por Le Petit Prince. No ha mucho se publicaba la primera traducción española de su obra inconclusa Ciudadela (Alba, 1997) en la que este piloto escritor trabajaba cuando su Lightning P-38, uno de los aviones más veloces de su tiempo, cayó al mar en un punto de la costa francesa que ha podido ser determinado en 1998, 44 años después del accidente.

Días antes de su desaparición, Saint-Exupéry había redactado el último de los textos que se incluyen en este volumen, la Carta al general X, publicada en "Le Figaro littéraire" en 1948. Su Carta a un rehén lo había sido en 1943, cuando el escritor estaba exiliado en Nueva York, y su obra Piloto de guerra también era considerada allí un feroz alegato contra el nazismo. El volumen se completa con el título más extenso de todos, Tierra de los hombres, que data de 1939.

La rotundidad de los dígitos que marcan el nacimiento de Antoine de Saint-Exupéry y la consiguiente conmemoración de su centenario confiere a la lectura de sus obras una especial significación cuando estamos a punto de entrar en un nuevo siglo. Porque el autor de Terre des Hommes fue uno de los primeros escritores en ejercer su creatividad desde el mismo meollo de un mundo nuevo, marcado por el desarrollo técnico y la mecanización.

Hijo de una familia lemosina de rancio abolengo, al sentimiento de una cierta nostalgia que deja traslucir, por ejemplo, cuando escribe aquí que "hay que arruinarse durante generaciones reparando el viejo castillo que se derrumba para aprender a quererlo" (pág. 202), el hecho es que a los doce años de edad tuvo su bautizo de aire con el famoso piloto Védrines, y que en 1925 publicaba ya un relato titulado L"aviation. Esa dualidad pasado/futuro se ve potenciada en su personalidad por otra no menos decisiva: Saint-Exupéry fue a la vez un hombre de acción y un poeta sensible y sentencioso, un escritor reflexivo que siempre aspiró a elevarse desde la anécdota a la categoría, preocupación que trasciende en su Carta a un rehén cuando teme "captar sólo los reflejos, no lo esencial". Por eso resulta plenamente convincente la atribución que hace de los rasgos más significativos de su estética a la nueva perspectiva del mundo y del ser humano que el avión le ha proporcionado.

No solo esta "herramienta de las líneas aéreas entrevera al hombre con todos los viejos problemas" (pág. 21), sino que le permite "descubrir el auténtico rostro de la tierra" (pág. 66) y lo sumerge "directamente en el corazón del misterio" (pág.79). Algo semejante le había sucedido a Valle-Inclán cuando su "vol de nuit" sobre el frente francés en 1916, de donde surgió La media noche. Visión estelar de un momento de guerra, que tanta influencia tuvo en su nueva poética.

Tierra de los Hombres, "Gran Prix du Roman" de la Academia Francesa, es el relato autobiográfico de un aventurero humanista que, al tiempo que nos hace llegar sus reflexiones, nos cuenta sus aventuras de aviador en el Sahara y el desierto de Libia -en donde capotó al intentar batir el record de velocidad en el trayecto París/Saigón-, en la América austral cuando contribuía a la apertura de nuevas líneas aéreas que comunicasen Argentina con Chile, o en el frente de Madrid, pues Saint-Exupéry fue reportero en la guerra civil española, como acredita Un sentido a la vida (Círculo de Lectores). El protagonismo que en todo ello tiene el avión es notable: a él están dedicados los capítulos tercero y cuarto. Sin embargo, pese a esa pasión desbordada hacia la máquina que asimismo deslumbró a los futuristas, Saint-Exupéry no se cansa en repetir una y otra vez que se trata de un instrumento para profundizar desde una nueva perspectiva en el gran tema que nunca se agota: la condición del hombre, que por aquel entonces también preocupaba a Malraux.

Saint-Exupéry percibía ya en los años 30 un cambio trascendental en la evolución de la Humanidad propiciado por el maquinismo y la tecnología. Todos los esfuerzos en este orden de cosas se le figuran orientados al logro de la simplicidad. Los ingenieros aeronáuticos no hacen sino borrar, pulir y aligerar los diseños más primitivos, y eso le parece al escritor coincidente con su propia labor, pero también la mejor actitud para aprehender la condición humana en su esencia más pura. Su humanismo es, así, esencial y relativista: las ideologías, por caso, no son sino pantallas que nos pueden confundir, mientras que la verdad "es lo que hace que el mundo sea sencillo y no lo que crea el caos" (pág. 181).

Saint-Exupéry reivindica, además, un espiritualismo de nuevo cuño que neutralice la materialidad de las cosas y la tecnificación de los procesos. En este sentido, los otros dos textos de este volumen insisten en las mismas tesis.

La Carta a un rehén,
que fue ponderada por Francisco Giner de los Ríos como un mesurado y sereno documento del exilio, rico "en poder de educación", es muy explícita a la hora de situar la verdad en las relaciones humanas: "La verdad de ayer está muerta; la de hoy, aún por edificar. [...] cada uno de nosotros sólo posee una parcela de la verdad" (pág. 215). Porque Saint-Exupéry, a la vez que combate el totalitarismo nazi y denuncia el comunista, se muestra refractario a las ideologías, a esos grandes relatos legitimadores de que habla la posmodernidad. Y hacia ella -hacia nosotros- parece dirigirse su último escrito, esa especie de testamento embozado en una Carta al general X. Se denuncia allí la robotización y la funcionarización (sic) de la Humanidad.
Saint-Exupéry odia una época en la que "bajo un totalitarismo universal, el hombre se convierte en ganado afable, educado y tranquilo" (pág. 227). Teme que se aproxime "la más sombría época de la historia del mundo" en la que se distraiga a las personas con una cultura banal "como se alimenta a los bueyes con heno" (pág. 228).

En español

Tras la edición clásica de El principito de Alianza, en los últimos años se han multiplicado las traducciones de una obra no muy abundante pero esencial. Así, Cartas a una amiga inventada (Olañeta, 1982); Cartas (El Observatorio, 1986); Ciudadela (Círculo, 1992; Alba, 1997); Piloto de guerra (Altaya, 1996); Un sentido de la vida: visiones de España, 1936-1938 (Círculo, 1995); Vuelo nocturno (Plaza, 1989; Círculo, 1990; Anaya, 1994). Ya en el año 2000, Emecé ha reeditado Correo del sur, Tierra de los hombres, Carta a un rehén y Vuelo nocturno.