Novela

Un turista, un muerto

Román Piña Valls

12 abril, 2000 02:00

Calima. Palma de Mallorca, 1999. 205 páginas, 1.900 pesetas

Quienes descubrieron a Piña en su primera novela -Las Ingles Celestes (1997)- destacaron la expresividad de un estilo hilarante, atrevido y mordaz, la agilidad de una prosa capciosa, llena de insinuaciones y montada sobre una ingeniosa sintaxis de agudezas encadenadas.

Pues bien, ese tono, lúdico y lúcido, es el que domina su segunda novela, Un turista, un muerto. Para empezar, más que novela, este libro es una especie de "diario sin fechas", algo así como las memorias de un tipo cuya singularidad evidencian sus escritos. Y más que novelar un suceso su misión consiste en testimoniar unos hechos, unas costumbres... Porque de todo dan cuenta esas "prosas insomnes", a veces "delirios poéticos" -así las califica-, a los que se entrega durante un año, tras verse condenado a abandonar la sección de necrológicas del periódico para el que lleva diez años trabajando. No es que en el hecho de "retratar muertos" cifrara todas sus aspiraciones, pero la tendencia a "echarle imaginación" a las noticias que cubre, con intención -defiende él- de "purgar de mediocridad el epitafio" encargado, o de inventar algún que otro suceso, y más de un aberrante personaje, en busca de lograr mayor protagonismo entre las páginas del periódico, acabaron por quitarle la palabra.

Y él lo asume, confunde "la realidad con la ficción", y sin esa "catarsis de escritor" que le ha proporcionado "su columna" no habría sobrevivido a la sordidez de su oficio. Mitómano y romántico, ha optado por interpretarse como el personaje que en realidad se nos presenta: censor implacable de costumbres sociales y defensor de ideales en desuso. De ahí que al descubrir la existencia de un "grupo seudoterrorista organizado" -URO-, una organización que atenta "en nombre de lo rústico", encuentre una excusa en la que cifrar su batalla personal. Esa causa se concreta, durante el verano del 94, en un lema: "un turista, un muerto", en respuesta al eslogan oficial para llamar al turismo: "un turista, un amigo". No es uno más de sus titulares, sino el detonante para la acción de quienes deciden ejercer el acto de "defender la tierra de nuestros antepasados".

Todo este revoltijo de motivos tiene su mejor aliado, no en la trama, débil y de escaso interés en su resolución, sino en el divertido alarde de ingenio al hacerlas discurrir con las claves de una comedia cinematográfica. Una comedia con aires clásicos, de las que no se sirven de la acción para determinar la gravedad de su carácter testimonial, pero sí del punto de vista adoptado. En él, en la comicidad de las palabras, en la intención de conducir hasta el absurdo lo que en ella se representa, reside el atractivo de esta disparatada novela.