Novela

El egoísta

Nativel Preciado

14 noviembre, 1999 01:00

Finalista del Premio Planeta. Planeta. Barcelona, 1999. 244 páginas, 2.500 pesetas

AI igual que vienen haciende desde hace un tiempo algunos colegas, la periodista Nativel Preciado cambia la escritura por esencia efímera de la Prensa por esa otra recreación de la realidad, la literaria, que se quiere menos contingente. A la inmediatez informativa debe, sin embargo, mucho El egoísta. En rigor, se basa en una sucesión de tipos o situaciones recientes, divulgados por los medios de comunicación, que se relacionan con un personaje principal, de quien destaca el rasgo dominante de su personalidad subrayado en el título.

El protagonista es una persona encumbrada de la sociedad española de ahora, un noble, el barón Baltasar Orellana, poderoso en la sombra y muy rico. Un cercano percance le lleva a cuestionarse el sentido global de una vida de múltiples éxitos: en la cama, en los negocios, en la influencia social. Ha conquistado mujeres, ha reunido una magnífica colección de arte y ha sido senador por designación real, pero algo falla bajo ese retrato acabado del triunfo, el poder y la felicidad.

Orellana, impasible y soberbio, déspota y exquisito, descubre, anciano y presintiendo su muerte, los restos del naufragio de su existencia. Un último amor con la doctora que lo trata, pasión auténtica e imposible, le desvela su radical desvalimiento, el punto de no retorno al que ha llegado una vida que se salda con el fracaso y la soledad. Esta circunstancia propicia una recuperación del pasado y el rescate de un drama familiar.

Ahora, pues, Preciado aborda un tema intemporal, la desgracia que también aflige a quienes dominan el mundo. Nadie, parece decir, se salva de esta zarabanda horrible que es la vida. Si los últimos días de Orellana mueven a compasión, el resto de su existencia inspira desprecio. Este enfoque contradictorio genera ambigöedad. Hay algo de soterrado ajuste de cuentas con un mundillo deleznable, el sector económico y político del papel couché, que frecuenta restaurantes carísimos y guarda las mejores maneras mientras urde negocios criminales, Pero al lado, las tribulaciones finales del barón y un punto de vista humanitario inclinan la historia hacia la piedad.

Esta indecisa mezcla de denuncia y melodrama (algo así como los ricos también lloran, en versión española fin de siglo, con políticos adinerados deshonestos) se desarrolla a base de recursos de la literatura de consumo, La historia del viejo se trenza en una trama delictiva llena de estereotipos: un ministro del Interior calculador, un policía que fisga en las cloacas del gran mundo, negociantes fraudulentos de arte y narcotraficantes internacionales. Los caracteres tienden al maniqueísmo: la veterana amante que quiere desplumar al anciano, el secretario vengativo, la doncella fidelísima. No faltan tampoco ni la tragedia privada (el hijo muerto y la esposa enloquecida) ni el excipiente erótico expreso. Los espacios, por su parte, conjugan modernidad y exotismo: de una lujosa terraza en la última planta de un rascacielos sobre el madrileño parque del Oeste se pasa a un Carmen romántico en la ladera de la Alhambra granadina.

Con estos elementos -intriga, dinero sucio, drama y malas pasiones- está dado el esquema de una narración popular abocada a un éxito casi seguro. A él contribuirán otros factores. De entrada, una amenidad anecdótica y una fluidez narrativa que arrastran a un seguimiento continuado de las peripecias: por sus dimensiones y sencillez la obra se lee con gusto de un solo tirón. También cuenta la similitud de personajes y sucesos con otros muy difundidos por los "media". Todo ello viene de una sensibilidad de la autora hacia lo noticioso, a veces pasado sin apenas modificaciones a la ficción, según hace con la figura de un famoso y cínico ladrón de arte.

Lo mejor de El egoísta está en el logro de una historia muy entretenida, Pero ese mérito no contrarresta un saldo en conjunto endeble debido a un excesivo conservadurismo en la forma, a una falta de tensión en el estilo y, a la postre, a la limitada ambición estética con que se afronta esa historia, llamativa pero de escasa envergadura.