Novela

Los detectives salvajes

Roberto bolaño

10 enero, 1999 01:00

Premio Herralde de Novela. Barcelona, Anagrama, 1998. 609 páginas, 2.950 pesetas

P ocas obras actuales se hallan más impregnadas de literatura que los relatos del escritor Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953). En "Estrella distante" (1996) y en las narraciones de "Llamadas telefónicas" (1997) -algunas de las cuales parecen ahora tanteos previos o anticipos de la novela que hoy nos ocupa-, la literatura ocupa un lugar privilegiado, y es a menudo el tema central de la obra. Escritores o aspirantes a escritores son muchos personajes, y las revistas literarias, las tertulias o las librerías se convierten con frecuencia en marco de las acciones. Los diálogos aparecen entreverados de citas literarias, encubiertas o patentes, como indicio caracterizador de unos personajes cuyas lecturas han llegado a ser en ellos casi una segunda naturaleza. Así, cuando Amadeo Salvatierra evoca la figura del general Diego Carvajal, tiroteado en el patio de un prostíbulo, afirma: "A mi general le gustaba salir al patio a fumarse su cigarro y a pensar en la tristeza poscoito, en la pinche tristeza de la carne, en todos los libros que no había leído" (pág. 357). En otro sentido, hay páginas llenas de consideraciones literarias puestas en boca de diversos narradores -veánse la de Luis Sebastián Rosado (152-158), o las de Amadeo Salvatierra (216-220), entre otras -, reelaboraciones de textos ajenos -como sucede en el relato de Xosé Lendoiro (págs. 427 ss.) donde se rehace un cuento de Pío Baroja-, declaraciones de autores en la Feria del Libro de Madrid -cuyos modelos vivos parece sencillo identificar en algún caso-, e incluso escenas en las que intervienen escritores reales, como Juan Marsé y Octavio Paz, mezclados con las criaturas de la ficción. En curiosa coincidencia con la novela "Fuegos con limón", de Fernando Aramburu, "Los detectives salvajes" hace de las inquietudes y andanzas de unos jóvenes poetas vanguardistas el núcleo de la historia.
Pero hay que añadir que la historia, enriquecida incluso como lo está, con numerosas y certeras referencias a la realidad chilena y al exilio de muchos intelectuales hispanoamericanos, no es lo más destacable de "Los detectives salvajes". Las indagaciones de Arturo Belano y Ulises Lima, defensores de la pintoresca estética del "realismo visceral", encaminadas a encontrar a Cesárea Tinajero, supuesta predecesora del movimiento, desemboca en un final dramático que puede entenderse alegóricamente, sin dificultad, con una doble clave literaria y política. No hay duda, además, de que existe un trasfondo de experiencias personales muy acusado, y más de un lector notará el parentesco fónico entre "Belano" y "Bolaño", tal vez sin percatarse de que "Belano" es también anagrama de "novela", de construcción ficcional. Lo decisivo es, en efecto, la configuración de la historia, su organización narrativa. La parte central, enmarcada por los dos fragmentos del diario que escribe el poeta García Madero, narrador y recopilador del conjunto, está formada por los relatos de medio centenar largo de testigos que aportan datos acerca de Belano, de Lima y de su empeñada búsqueda por varios países. Estos microrrelatos se superponen y complementan, ofreciendo así, de acuerdo con una técnica bien conocida y probada en la novelística de nuestro siglo, una visión fragmentada y discontinua de los hechos, con luces y sombras, con perspectivas diferentes y hasta contradictorias. Este modo de proceder ofrece al menos una ventaja y un peligro. La ventaja es que los distintos narradores, al implicarse en la historia, se convierten en personajes -no son, sin más, puros cronistas- y el autor puede singularizarlos e integrarlos en su mundo novelesco. Bolaño lo consigue con brillantez. Los múltiples narradores se identifican, no ya por su nombre o por lo que relatan, sino por su modo de hablar, por sus asideros culturales. No todos alcanzan la misma hondura, pero forman, en conjunto, un variado friso que acredita un talento nada común de novelista y que incluye una minuciosa atención a las variantes idiomáticas territoriales y a las jergas y los registros del nivel coloquial (veánse, por ejemplo, págs. 357 y 562-564).
La otra cara, el riesgo de la técnica escogida en este caso, es que algunos de esos microrrelatos adquieran autonomía propia y se desgajen en buena medida de la historia central. Es el consabido problema de las narraciones intercaladas con que la crítica se enfrenta, desde el "Quijote" hasta nuestros días. En "Los detectives salvajes", ese peligro no se ha evitado siempre, y hay relatos, como los de Mary Watson, Heimito Könst o Edith Oster, que convendría haber podado. Pero Bolaño escribe con un pulso envidiable, y estos fragmentos que casi llegan a ser autónomos se convierten a veces, considerados en sí mismos y no por su relación con el conjunto, en ejemplos magistrales de narraciones breves. Leáse detenidamente el relato de Auxilio Lacouture acerca de su encierro en la Facultad durante los disturbios de 1968 (págs. 190-199) y se tendrá una idea cabal acerca de la maestría narrativa de Roberto Bolaño, indiscutible hasta cuando el autor se deja llevar demasiado por el río caudaloso de su inventiva.