Image: Creadores de sombras. ETA y el nacionalismo vasco a través del cine

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Ensayo

Creadores de sombras. ETA y el nacionalismo vasco a través del cine

Santiago de Pablo

5 mayo, 2017 02:00

Fotograma de Operación ogro, de Pontecorvo (1978)

Tecnos. Madrid, 2017. 494 páginas, 22€

El terrorismo, que busca generar miedo en unos y admiración en otros mediante crímenes impactantes, se presta a convertirse en espectáculo cinematográfico. Sin embargo, asociar las palabras terrorismo y espectáculo nos provoca un inmediato rechazo y quizá en ello estriba la dificultad mayor para el tratamiento del tema: cómo lograr una narración atractiva sin banalizar el horror. A ello se suma el peligro de que el terrorista de ficción quede rodeado del halo romántico que tan a menudo acompaña en el cine a los combatientes solitarios. Hoy en día, cuando el terrorismo de ETA forma ya parte del pasado, cobra sustancial importancia, especialmente en la sociedad vasca, la cuestión del relato que predominará en la memoria colectiva.

¿Qué eran los etarras? ¿Asesinos o gudaris? A la formación de los distintos relatos, pues siempre serán plurales en una sociedad plural, contribuirán muchos factores y entre ellos el cine. Por ello resulta tan interesante el libro en que Santiago de Pablo, catedrático de Historia contemporánea en la Universidad del País Vasco, examina la imagen del nacionalismo vasco y sobre todo de ETA que a lo largo de las décadas ha dado el cine. Su gran conocimiento del tema, su firme posicionamiento ético contra el terrorismo y su ecuanimidad en la valoración hacen que su libro resulte una referencia ineludible. Yo sólo le haría un reproche: es un constante spoiler.

Con más de cincuenta largometrajes destinados a la gran pantalla, otra veintena de largometrajes difundidos en televisión o DVD y un buen número de cortometrajes, ETA resulta ser el segundo grupo terrorista, después del IRA, que más cine ha generado. Dentro de ese elevado número son pocas las obras maestras, pero De Pablo recuerda algunos documentales y obras de ficción que resultan de interés. Su análisis no deja fuera ningún largometraje y traza un panorama muy preciso del tratamiento cinematográfico del terrorismo etarra desde la Transición hasta nuestros días, que se puede resumir en "la lenta evolución desde la comprensión hasta la impugnación de ETA", con la particularidad de que no se aprecian diferencias entre el cine hecho en Euskadi y el que se hace en el resto de España.

En el cine de la Transición e incluso de los 80 se manifiesta esa visión de ETA como una organización antifranquista de la que la izquierda tardó en desprenderse. Es la época de Operación Ogro (1979) del italiano Gillo Pontecorvo, o de La fuga de Segovia (1981) de Imanol Uribe, en las que al menos la ETA antifranquista, aunque no la que luchaba contra la democracia, era vista con comprensión, la época en que el cine denunciaba los excesos represivos, incluido un crimen terrible en El caso Almeria (1983) de Pedro Costa, más que los asesinatos de ETA. Vinieron luego unos años en que la visión se hizo más crítica, con películas en que se planteaba un tema tan cinematográfico como el del "regreso del guerrero", con ex etarras, típicamente mujeres, que trataban de rehacer su vida y chocaban con la intolerancia de la banda y de su entorno, en filmes como Yoyes de H. Taberna y El viaje de Arián, de E. Bosch, ambas de 2000.

Finalmente, al comienzo de nuestro siglo, la denuncia de ETA y la solidaridad con las víctimas, que se había convertido en un clamor social a partir del asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997, tuvo su traducción cinematográfica con documentales como los de Iñaki Arteta, incluidos los impresionantes testimonios recogidos en Trece entre mil (2005), y también en el cine de ficción, en el que Todos estamos invitados (2008) representó un hito.