Image: Soy el cambio: Barack Obama y la crisis del liberalismo

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Ensayo

Soy el cambio: Barack Obama y la crisis del liberalismo

Charles R. Kesler

26 octubre, 2012 02:00

Obama, en plena campaña electoral

Broadside Books/HarperCollins, 2012. 276 pp., 26 $.

The New York Times Book Review

Érase una vez un presidente radical que intentó rehacer la sociedad estadounidense mediante la acción gubernamental. En su primera legislatura creó una inmensa red de ayudas federales destinadas a programas sociales que costó miles de millones. Instituyó un imponente organismo para regular las emisiones contaminantes y otro para regular la salud de los trabajadores. Si el Congreso no se hubiese interpuesto, habría ido mucho más lejos. Intentó establecer unos ingresos mínimos garantizados para todas las familias trabajadoras y propuso un plan nacional que habría proporcionado un seguro médico respaldado por el Gobierno a las familias con rentas bajas y habría exigido a los empresarios que asegurasen a todos sus trabajadores. Afortunadamente para el país, su segundo mandato finalizó antes de tiempo y sus sueños no se hicieron realidad. Su nombre era Richard Nixon. Cada vez que los conservadores me hablan de Obama, tengo la sensación de que se refieren a otra cosa. ¿Pero, a qué? La ira, la desconfianza, las fantasías desbocadas no tienen ningún objetivo perceptible en el continuo espacio-tiempo en el que habitamos los demócratas centristas como yo. ¿Qué estamos pasando por alto? Visto desde nuestra perspectiva, el país eligió a un hombre moderado y cauto, decidido a hacer bien las cosas y devolver a Estados Unidos el respeto por sí mismo después de los años de Bush y Cheney. A diferencia de los llorones de Harper's Magazine, nunca nos tragamos la retórica hueca de "esperanza y cambio" de la campaña, así que no nos sentimos abatidos porque, bueno, la vida se haya interpuesto en el camino. Como mucho, esperábamos un programa de atención sanitaria sensato que pusiese fin al escándalo de los estadounidenses sin seguro y nos alivió que Obama no propusiese otro plan grandioso de escala nixoniana. Nos gustaba por su liberalismo político y su conservadurismo instintivo. Y nos sigue gustando.

Pero no pocos de nuestros conciudadanos se resisten a Obama. ¿Por qué? Necesito que un conservador sensato me explique esto, y Charles R. Kesler parece un excelente candidato. Afable discípulo del filósofo conservador Leo Strauss, admirador de Cicerón y de los padres fundadores, de Lincoln y Reagan, enseña en Claremont -McKenna College y es el director de The Claremont Review of Books, una de las mejores publicaciones conservadoras. A The Claremont Review no le gusta Obama, pero ha cogido el camino más fácil a la hora de criticarle y, cuando Kesler empieza su libro desaprobando a quienes retratan al presidente como "un hijo de papá del tercer mundo, un musulmán encubierto o un inmigrante sin papeles", el lector se siente aliviado al darse cuenta de que I Am the Change no va a ser otro panfleto barato.

En lugar de eso, es un panfleto barato inflacionista: un libro que exagera la importancia histórica del que fuera senador por Illinois durante cuatro años. Hay que admitir que Obama tiene algo que invita a la proyección psicológica, especialmente por parte de los escandinavos portadores de regalos. Pero Kesler supera al comité del premio Nobel al encumbrar la presidencia de Obama a la relevancia histórica mundial, construyendo una descabellada genealogía del liberalismo moderno que empieza después de la Revolución Francesa en las obras de Hegel, pasa por Marx, Darwin y Spengler, y culmina en... La audacia de la esperanza y las más de 2.000 páginas de jerga técnica contenidas en la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible.

Es un esfuerzo notable y útil. El sentido de la proporción, en su día la principal virtud conservadora, es considerado una traición por la derecha actual, y no se puede acusar a Kesler de albergarlo. Pero sus exageraciones sistemáticas demuestran que la rabia de la derecha contra Obama, que se ha filtrado hasta la ciudadanía en general, tiene muy poco que ver con cualquier cosa que el presidente haya hecho o dejado de hacer. En realidad se dirige contra el proceso histórico que, según creen, ha hecho de Estados Unidos lo que es hoy. La mente conservadora, que hace solo dos décadas era un almacén de ideas frescas, es ahora poco más que un vetusto proyector de diapositivas con una bandeja de imágenes apocalípticas de la vida moderna. Si algún día quieren experimentar lo que se siente al estar dentro de esa mente, tienen que visitar I Am the Change.

Lo más importante que he aprendido del libro de Kesler es lo mucho que han arriesgado los conservadores para convencerse a sí mismos y a los votantes de que Reagan fracasó. Piénsenlo: si admitiesen su victoria ideológica, tendrían que enfrentarse a los argumentos más prosaicos de que las prestaciones, los déficits y las regulaciones siguen aumentando en las Administraciones republicanas y demócratas por igual. Se verían obligados a idear un nuevo programa progresista que beneficiase incluso a su propio electorado. Y tendrían que articular una visión conservadora para esos programas del Estado de bienestar que es probable que permanezcan con nosotros, como el seguro por discapacidad y la enseñanza preescolar para niños de familias con ingresos bajos.

La cuestión es que los conservadores se han asustado a sí mismos. Ahora se creen de verdad el cuento apocalíptico que han contado y han colocado al afable Obama en el centro del mismo. No ha sido fácil. Kesler admite que "Obama se esfuerza por ser, y por ser visto como un hombre de familia fuerte, un marido y padre responsable que exige responsabilidad a los demás, un patriota, un modelo de la sobriedad anterior a los años 60". Pero eso es solo un disfraz. De hecho, es la "última encarnación del profeta-estadista visionario" de los progresistas, alguien que "se ve a sí mismo embarcado en una lucha épica" cuyo éxito se traducirá en "la suecialización de Estados Unidos". En cualquier caso, Obama es el "liberal más de izquierdas que ha sido elegido para encabezar el ejecutivo nacional desde Henry Wallace". (¡Toma ya, Hubert Humphrey!).

¿Y en qué se basa Kesler para hacer estas extravagantes afirmaciones? No tiene ninguna base. Al principio del libro escribe que Obama llegó al cargo planeando unos "cambios sistémicos audaces en la política energética, la regulación medioambiental, las leyes tributarias, la política exterior" (aunque nunca describe esos planes y no vuelve a mencionarlos). Evita el historial moderado de Obama y, cuando llegamos al capítulo final, resulta evidente que todos sus argumentos en contra de Obama y el liberalismo de cuya "crisis" extrae la quintaesencia se basan en un único elemento legal, la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible de 2010. De Hegel a la atención sanitaria: ¿qué podría estar más claro? Ahora bien, hay muchos motivos para preocuparse por la ley de asistencia sanitaria, especialmente si el sistema que pone en práctica resulta imposible de gestionar. Pero no hay ningún motivo para declarar, como hace Kesler, que este es el "último capítulo de un proyecto del liberalismo que viene de largo y que marca "una nueva etapa en la decadencia del gobierno constitucional en Estados Unidos". El Tribunal Supremo ha resuelto el problema constitucional, así que ahora tenemos que hacer que todo funcione. ¿Qué función desempeña Barack Obama en esa lucha? Una más bien pequeña, como muestra este libro. Si el Tribunal Supremo hubiese revocado la Ley de Asistencia Sanitaria, la fiebre de la derecha no habría bajado ni un grado, ni preveo que el paciente entre en razón si el presidente sale derrotado en noviembre.

¿Hay algún médico en la sala? Los conservadores necesitan un especialista en psicología, alguien a la altura del gran Maimónides. A finales del siglo XII, Maimónides recibió una carta de un grupo de rabinos de Marsella que se habían puesto frenéticos por unas predicciones astrológicas sobre el fin de los tiempos. Su receta - traduzco libremente del hebreo-fue "¡Contrólense!". "Un hombre nunca debe dejar atrás su razón·, advertía, "porque los ojos están situados delante, no detrás". Un consejo excelente entonces, un consejo excelente ahora. Y en alemán suena incluso mejor.