Image: Hacia la estación de Finlandia. Ensayo sobre la forma de escribir y hacer historia

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Ensayo

Hacia la estación de Finlandia. Ensayo sobre la forma de escribir y hacer historia

Edmund Wilson

29 julio, 2011 02:00

Edmund Wilson

Traducción de R. Tomero, M.F. Zalen y J. P. Gortazar. RBA. Barcelona, 2011. 475 páginas. 25 euros

Al enfrentarse a un libro nuevo, la primera duda es por dónde comenzar a leerlo, qué primera cata hacer para evaluar su interés. Una posibilidad obvia es comenzar por el principio, pero en el caso de Hacia la estación de Finlandia puede llevar al desánimo, porque los primeros capítulos, que pasan de Giambatista Vico a Jules Michelet y de Ernest Renan a Anatole France, contienen algunas páginas excelentes, sobre todo acerca de Michelet, pero apenas tienen relación con el tema principal del libro.

Otra posibilidad es comenzar con el último capítulo que describe el período final del exilio de Lenin y su llegada a la estación de Finlandia en San Petersburgo en abril de 1917, que daría inicio a su victoriosa campaña para radicalizar la marcha de la revolución rusa, pero si el lector opta por ella es fácil que devuelva el libro a la estantería. La admiración hacia Lenin que revela, comprensible en un progresista del año 1940, fecha en que se publicó la edición original, resulta hoy desfasada. Lo mejor hubiera sido que aquel tren hubiera descarrilado antes de llegar a San Petersburgo.

Para captar de inmediato por qué Hacia la estación de Finlandia es un clásico y por qué hay que felicitarse de que se haya reeditado conviene comenzar por el capítulo en que presenta al joven Marx bajo la doble advocación de Prometeo y Lucifer y quizá concluir la lectura en el capítulo en el que Marx muere y deja a Engels la ímproba tarea de intentar una sistematización de su pensamiento. Luego hay partes interesantes, en especial un magnífico retrato de Trotski, pero lo esencial del libro está en su magnífico análisis de la vida y la obra de Marx y Engels. Con un estilo brillante, cuya compleja expresión inglesa se mantiene en la cuidada versión española, Edmund Wilson combina una amena narración biográfica, que trata con humor la tragicómica existencia de sus dos protagonistas y escruta sus caracteres con una aguda penetración psicológica, con un brillante análisis de la grandeza y las limitaciones de su pensamiento.

El capítulo sobre el mito de la dialéctica es, a mi juicio, uno de los mejores análisis breves que se puedan leer sobre el núcleo del pensamiento marxista, que se presentaba como científico pero se basaba en abstracciones míticas similares a las de la filosofía idealista alemana, que eran a su vez un trasunto secularizado de los mitos religiosos. La tríada dialéctica de tesis, antitesis y síntesis que Marx tomó de Hegel no representa un concepto científico sino místico. Ese tipo de entidades abstractas que poblaban la filosofía alemana tienen, en palabras de Wilson, una capacidad de "santificar, consolar, embriagar y trasmitir un espíritu bélico" sólo comparable a la de los antiguos dioses.

Como puede advertirse en esta última cita, Hacia la estación de Finlandia no es un libro escrito en el lenguaje habitual de los historiadores o los científicos sociales. Y es que el estadounidense Edmund Wilson (Nueva Jersey, 1895-Nueva York, 1972) no era un académico al uso, sino que fue un escritor y sobre todo uno de los más brillantes críticos literarios de su siglo, que contribuyó a la general apreciación de autores como Hemingway, Dos Passos, Faulkner, Scott Fitzgerald y Nabokov.

Hasta el final de sus días fue un radical y un constante crítico de la política americana durante la guerra fría. Sin embargo su inicial entusiasmo por la revolución rusa terminó por enfriarse, como reconoce en el prólogo que escribió para la reedición de Hacia la estación de Finlandia en 1971, en la que admitió que, cuando lo publicó en 1940 "fuimos bastante ingenuos. No previmos que la nueva Rusia habría de conservar muchas características de la antigua Rusia: la censura, la policía secreta, el desorden originado por una burocracia incompetente y una autocracia poderosa y brutal". Entonces, confesó, "no tenía la premonición de que la Unión Soviética iba a convertirse en una de las más horribles tiranías que el mundo haya conocido nunca".