Image: Kioto 2

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Ensayo

Kioto 2

Oliver Tickell

22 enero, 2010 01:00

Foto: Kay Nietfeld

Trad.: I. Bermejo y Á. Ponziano. Icaria/Intermon. 311 páginas. 24 euros


Con excesivo afán reduccionista se suele presentar la batalla en torno al calentamiento global como un enfrentamiento entre "negacionistas" y "algoreros", cuan-do en realidad son muy numerosas las facciones involucradas en la refriega. Una lista de éstas no puede dejar de incluir, entre otras, las siguientes: la de los que aceptan que se está produciendo un calentamiento, pero niegan que éste sea antropogénico y que podamos hacer algo por paliarlo; la de los que creen que el calentamiento se debe a la actividad humana, pero buscan soluciones que no impliquen disminuir ésta; la de los que quieren mitigar las emisiones reduciendo el consumo y la de los partidarios de invertir más en adaptarse a lo que se avecina que en mitigar. Oliver Tickell milita con la mayoría que pretende mitigar el efecto invernadero causado por la actividad humana, pero tiene una propuesta original sobre cómo hacerlo. Tickell se formó como físico en Oxford, ha desarrollado una extensa carrera en el periodismo ecológico y, en 2001, fue candidato por el Partido Verde en las elecciones generales del Reino Unido.

Como es sabido, el protocolo de Kioto ha supuesto un paso simbólico sin resultados tangibles porque los principales emisores de anhídrido carbónico, China y Estados Unidos, quedaron fuera del juego por razones distintas. Según el protocolo, Estados Unidos tendría que haber reducido sus emisiones en un 7 por ciento con respecto a sus niveles de 1990, pero en 2008 emitió un 16 por ciento más que en dicho año, superando así el objetivo para 2020 en un 25 por ciento. En esta situación, dicho país tendría que comprar derechos de emisión para mil millones de toneladas de carbónico, demanda masiva que elevaría el precio de dichos derechos muy por encima del actual, que está en torno a los 20 dólares por tonelada, y gravaría los presupuestos norteamericanos en detrimento de las inversiones en salud, educación y pensiones, algo muy difícil de digerir por los votantes y, en consecuencia, por los políticos que de ellos dependen. Como anticipa Tickell en su libro, y se ha confirmado en la reciente reunión de Copenhague, Obama no se atreve a adquirir un compromiso de montante tan incierto y ha preferido pactar un objetivo mucho menos ambicioso que, además, no es vinculante.

Para situar en su contexto la propuesta de Tickell, es inevitable que nos detengamos a glosar sucintamente lo ocurrido en la reunión de Copenhague, que ha estado a punto de terminar como el rosario de la aurora. Lo conseguido, que ha decepcionado a todos, no es un tratado y ni siquiera cumple los requisitos técnicos de un acuerdo global. Para salvar la cara, en el último momento, los representantes de cinco países, Estados Unidos, China, India, Brasil y áfrica del Sur, han redactado un documento que es poco más que un inventario de los objetivos previamente declarados por una serie de naciones, que no compromete a su cumplimiento ni establece sanciones para los incumplidores, y lo han ofrecido a la firma de quien quiera y cuando quiera, en una especie de "o lo toma o lo deja".

El acuerdo no establece un tope global de emisiones de anhídrido carbónico y no incluye un cálculo del aumento de temperatura previsto en el escenario futuro que dibuja. Después de la reunión, el consorcio norteamericano de modelación climática, Climate Interactive, se ha apresurado a cifrar dicho calentamiento para el año 2100, en el supuesto de que se cumplan todas las promesas, en torno a los 4 ºC, más del doble de los 1,5-2 ºC que se habían postulado como objetivo deseable. Además, lo acordado no frenaría la acidificación de los océanos y la fusión de los hielos. Martin Parry, experto que presidió durante el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de las Naciones Unidas, expresa una postura aún más pesimista: "Incluso las medidas más severas no asegurarían un aumento del calentamiento de 2 ºC... Deberíamos esperar de forma realista un calentamiento de 3-3,5 ºC y entonces prepararnos para uno de 4 ºC."

En esta situación, Europa ha hecho bien en retirar la oferta de incrementar, del 20 % al 30 %, su objetivo de reducción de emisiones con respecto a 1990. Hay que tener en cuenta que una disminución unilateral de emisiones por parte de un país o región trae consigo su despoblamiento industrial por deslocalización. Que Europa reduzca más que Estados Unidos llevaría consigo aumentar aún más la ventaja competitiva de este país.

Frente al pesimismo implícito en lo que acabamos de esbozar, se pueden enumerar algunos aspectos positivos: a la reunión han asistido un elevado número de jefes de Estado y, al involucrar a 200 países, se ha logrado que se suban al carro de la discusión un buen número de países en desarrollo, incluidos los principales emisores potenciales; además, se han comprometido unos fondos significativos, aunque insuficientes, para que los países menos favorecidos puedan repoblar bosques, desarrollarse de forma sostenible y basar su industria en energías limpias. Todo esto implica que el paso dado, aunque pequeño, ha sido en la dirección apropiada y es irreversible. Las negociaciones continuarán durante el año entrante y deberían preparar el camino para un acuerdo más serio en noviembre de 2010, cuando se reúnan en México los miembros de la Convención Marco sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas. Sin embargo, las reglas de consenso de la ONU no favorecen un acuerdo porque bastan muy pocos disidentes para bloquearlo, como por ejemplo, Hugo Chávez y sus amigos.

Tickell sostiene que Estados Unidos difícilmente va a entrar en un sistema de cuotas nacionales y que no sólo no se puede hacer nada sin la participación de este país sino que difícilmente se va a encontrar una solución viable sin su liderazgo. Tickell propone abandonar por completo los cupos nacionales de emisiones y esboza la nueva estrategia global que Obama debería poner sobre la mesa. En líneas generales se trataría de determinar un límite global de emisiones y de vender en una subasta global los derechos de emisión. Los derechos tendrían que ser comprados, y luego cedidos, por los productores de combustibles fósiles en función del contenido en carbono de sus producciones. Los costes se transmitirían en cadena al consumidor y los estados se limitarían a administrar el sistema en cada país. El rendimiento de la subasta daría lugar al fondo que financiaría la adaptación a energías limpias de los países en desarrollo.

Esta estrategia radicalmente distinta de gestionar el efecto invernadero tendría, según Tickell, al menos tres cualidades: eliminaría los temores nacionales a perder ventajas competitivas, sería más equitativo con los que pagan impuestos y, sobre todo, resolvería un problema que se suele escamotear de un debate que se desarrolla en términos de cifras medias globales de los recursos e inversiones necesarios para afrontar el calentamiento global; el problema consiste en que los recursos tienen que generarse esencialmente en los países desarrollados y los gastos principales efectuarse en los países en desarrollo. Es difícil identificar y cuantificar los posibles inconvenientes de una propuesta tan radicalmente distinta de lo que se ha venido debatiendo, pero en el callejón sin aparente salida en que nos encontramos no creo que ésta deba ser descalificada de entrada. Estamos ante un libro que merece ser leído.

El caso español

El país europeo que peor combate el cambio climático

Tras el fracaso de la cumbre de Copenhague (en la imagen, periodistas y delegados siguen la intervención de Obama), la presidencia de España de la UE ha revelado que somos el país de la comunidad europea más alejado de los objetivos de reducción de emisiones de CO2 para cumplir el protocolo de Kioto de lucha contra el cambio climático, que obligaba a recortar un 8% las emisiones entre 2008-12.

Al parecer , de acuerdo con el reparto pactado entre los antiguos quince Estados miembros, a España le correspondería limitar el aumento de emisiones a un 15%. Pero las cifras demuestran que, si no se aplican nuevas medidas, el incremento durante el periodo de referencia será del 45,4%, un 30,4% por encima del objetivo. Sin embargo, la brutal crisis económica ha permitido suavizar la situación. Según Heikki Mesa, responsable de cambio climático de WWF España, "sólo el recorte en el sector eléctrico y la reducción del consumo de petróleo ya supondrá una bajada de más de 20 millones de toneladas de CO2, un recorte de entre el 5% y el 6% de emisiones".