Image: Conversaciones con José “Pepín” Bello

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Ensayo

Conversaciones con José “Pepín” Bello

David Castillo y M. Sardá

31 mayo, 2007 02:00

Dalí, Lorca y Pepín Bello, en 1927

Anagrama. Barcelona, 2007. 229 páginas. 19 euros

Pepín Bello (José Bello Lasierra, 1904) resulta un personaje familiar para quienes frecuentan las bibliografías del 27. Sin apenas obra propia, más allá de algún escrito juvenil publicado en revistas de la época, su nombre resulta inseparable de los de Lorca, Dalí o Buñuel. Su presencia no sólo fue decisiva para que los tres trabaran amistad en la madrileña Residencia de Estudiantes, sino que aportó al imaginario compartido del trío un buen número de ocurrencias propias. Su creatividad, su buen humor y su falta de aspiraciones artísticas constituyeron la argamasa que mantuvo unidos estos temperamentos disímiles durante sus años formativos; lo que también contribuyó a deparar a Bello esa extraña clase de fama que, en la Literatura, corresponde sólo a las amadas de los poetas y a los destinatarios de ciertas obras. Bello fue parte activa en la gestación de algunas de las de sus amigos. Y aunque estos hechos, ya digo, son sobradamente conocidos, a no pocos lectores sorprendió, en 2000, la constatación de que esta apostilla jovial a la nomenclatura del 27 tenía rostro y se expresaba con admirable desparpajo en el documental conmemorativo A propósito de Buñuel, de José Luis López Linares y Javier Rioyo. Un año después, Enrique Vila-Matas lo incluiría en la peculiar cofradía de artistas sin obra que perfiló en su Bartleby y compañía. Por todo ello, se echaba de menos una entrevista amplia y bien documentada con quien había tratado a la plana mayor de las tres grandes generaciones literarias de anteguerra (las del 98, 1914 y 1927), y ha sido testigo lúcido de todo un siglo de nuestra Historia. Tal es el objetivo de este libro, que transcribe las conversaciones mantenidas entre los autores y Bello en diciembre de 2006, cuando éste contaba ya con 102 años de edad (en mayo cumplió 103).

Son conversaciones fluidas, ágiles, en las que se advierte la coquetería del anciano que disfruta de una memoria prodigiosa y quiere agradar a sus interlocutores recitándoles una historia ya sabida, pero no por ello menos grata de evocar. Los entrevistadores, por su parte, conceden a su anfitrión esa peculiar patente de corso que sólo se otorga a quienes se conceptúa más allá de las polémicas del día. De lo que resulta que Bello, sin apearse de su prodigada simpatía, puede permitirse algunas declaraciones más bien "incorrectas": sobre la homosexualidad, por ejemplo ("A mí el homosexual que actúa como homosexual no me cae nada bien…"), o sobre la actual democracia española.

Liberal y "anticomunista", Bello se nos presenta como un triple superviviente: de la guerra, vivida en el Madrid "rojo"; de la grisura del franquismo (al que se adaptó bien, como hombre de negocios y figura de cierta prestancia intelectual); y de la novelería moderna, a cuyos cantos de sirena ha sabido oponer su proverbial discreción. Es el suyo un escepticismo bien fundado, que en la conversación se traduce en regates rápidos y contundentes: "Ortega… era muy poco permeable a la poesía"; "Juan Ramón pretendía vivir del aire. El dinero lo ganaba su esposa […] alquilando pisos"; "A Belmonte le gustaban mucho las criadas y las cocineras"…

Resulta estimulante confrontar las opiniones propias con quien parece haber condensado las suyas a partir de una riquísima e irrepetible experiencia. Al leer las de Bello, sólo echamos de menos que los entrevistadores le hubiesen llevado alguna vez la contraria. La cortesía, la edad del personaje y el respeto reverencial que sentimos por ciertas presencias vivas de la Historia vedan esas expansiones. Lo que, a la vista del ameno y muy convincente resultado, tampoco importa.