Image: Autoridad familia y otros escritos

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Ensayo

Autoridad familia y otros escritos

Max Horkheimer

2 mayo, 2001 02:00

Trad. R. G. Cuartango. Paidós, 2001. 238 pp., 2.200 ptas. ANHELO DE JUSTICIA. Trad.J. J. Sánchez. Trotta, 2000. 244 pp., 2.500 ptas.

No fue resignación, sino sensata cautela frente a toda apología de lo establecido lo que llevó a Horkheimer a interesarse desde un principio por la religión, al reconocer en ella un "momento de verdad" coincidente con su propio empeño en transformar el mundo

Hace año y medio, en el curso de la polémica que mantuvo con Jörgen Habermas, el incisivo Peter Sloterdijk sentenció: "La Teoría Crítica ha muerto". La cuestión de si otros muertos matados por Sloterdijk gozan aún de buena salud puede ser susceptible de largo debate; pero, en lo tocante al legado intelectual de la Escuela de Francfort y su concepción de la teo-ría como pieza clave de transformación social, es obvio lo precipitado que resulta levantar su acta de defunción sólo en base al juicio que merecen las aportaciones de ese controvertido epígono, Habermas. Basta con repasar el panorama filosófico contemporáneo para constatar que la influencia de pensadores como Adorno, Horkheimer o Benjamin muestra una diversificación y un rendimiento muy superiores a los de su reconversión bajo los angostos límites de la "acción comunicativa" habermasiana.

Sirvan como ejemplo los recientes trabajos de Sergio Sevilla (Crítica, Historia y Política) y Pablo López álvarez (Espacios de nega- ción) o las últimas traducciones de obras de Horkheimer. En ninguno de estos textos se percibe la languidez de una razón olvidada de su potencial revolucionario y vuelta a un puro interés teórico, cuando no rendida al deleite posmoderno en la sociedad del espectáculo.

Nada de eso hay en los escritos de la época en que Horkheimer fuera director del Instituto de Investigación Social de Francfort. En aquella primera etapa, la labor del Instituto buscó integrar la crítica marxista de la ideología y las aportaciones del psicoanálisis con vistas a un examen de la personalidad autoritaria en el seno de la sociedad burguesa. De ese proyecto, que aspiraba a desentrañar la lógica del totalitarismo mientras su amenaza se extendía por Europa, los Estudios sobre autoridad y familia, publicados ya en el exilio, tras la llegada de Hitler al poder, constituyen uno de sus resultados más conocidos. Otra muestra significativa de esta faceta del trabajo de los francfortianos son los tres ensayos del volumen que lleva por título Autoridad y familia, redactados por Horkheimer entre 1933 y 1936.

En cambio, lo que a muchos les pareció un abandono de aquel programa emancipatorio fueron las reiteradas declaraciones del último Horkheimer a favor de la religión. El editor en castellano de estos escritos, Juan José Sánchez, defiende de modo convincente otro punto de vista: dicho aprecio no procede de la presunta resignación de quien reaccionó ante la barbarie nazi con profundo pesimismo cultural y, desconfiando de la capacidad de la razón para sobreponerse a su uso perverso, buscó refugio en un nostálgico "anhelo de lo totalmente Otro". Frente a semejante sospecha de irracionalismo conservador, sugerida inicialmente por un marxismo más ortodoxo, Sánchez sostuvo ya en su edición de la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer que la crítica al mito moderno de la absolutez de la razón no fue formulada por estos pensadores en contra de la racionalidad en su conjunto, sino sólo contra su rígida versión instrumental, ésa que, deslindando dominio tecnológico de la naturaleza y emancipación humana, posibilitó un horror como el de Auschwitz. No fue, pues, resignación, sino sensata cautela frente a toda apología de lo establecido lo que llevó a Horkheimer a interesarse desde un principio por la religión, al reconocer en ella un "momento de verdad" coincidente con su propio empeño en transformar un mundo burocráticamente administrado: el afán de que la esperanza truncada de las víctimas de la historia hiciese al fin oír su voz, para seguir reclamando una vida más libre y menos dañada por la maquinaria del poder.

Denunciar los aspectos negativos de la racionalización moderna no tiene por qué suponer una invitación al abandono de la modernidad, aunque sí un serio aviso de cómo, bajo el amable manto del universalismo, la lógica de la globalización puede ejercer formas subrepticias de dominio. Ya Marx señaló como uso perverso de la ideología reinante el imprimir a sus ideas la forma de lo general y presentarlas como las únicas racionales y dotadas de validez. Adorno y Horkheimer, abogados de lo no-idéntico, maestros de la antítesis perpetua, nos enseñaron además que incluso ahí donde no hay lugar para la esperanza, un anhelo inextinguible de justicia nos compromete a resistir ante toda forma de violencia.