Image: Bruce Chatwin. La biografía

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Ensayo

Bruce Chatwin. La biografía

Nicholas Shakespeare

24 enero, 2001 01:00

Traducción de José Manuel de Prada. Muchnik Editores. Barcelona, 2000. 649 páginas, 3.200 pesetas

Para un artista como Chatwin, artista de la vida, rebelde y prepotente, nada mejor que hacer de su biografía una novela, un relato de seducción, y esto es lo que ha realizado Nicholas Shakespeare

Con la naturalidad de un fauno y la inocencia estupefaciente de un niño, Bruce Chatwin supo crear su biografía de acuerdo a las leyes que imperan en nuestro mercado literario, las leyes de la leyenda, de la vitalidad y del mito. En él, como en A. Malraux o como en T. E. Lawrence, supo continuarse esa máscara contemporánea del nomadismo, máscara del malestar o del simulacro del malestar, donde la aventura vital y la escritura forman, en cualquier caso, un todo indisoluble.

Consecuente con esto, no es extraño que, a poco más de una década de su muerte, su viuda y sus editores hayan hecho de la figura de Chatwin una industria. No es sólo el número de libros póstumos que en este tiempo han llegado a editarse (algunos de ellos de una dudosa altura literaria) sino el férreo e implacable control a que se ha sometido cualquier aspecto que tenga que ver con su biografía. Un ejemplo lo tenemos en que si bien la biografía de Susannah Clapp fue inmediatamente desautorizada (no por mitómana sino por ciertos aspectos comprometedores), ésta de Nicholas Shakespeare se ha vendido desde el principio como la biografía "oficial" controlada hasta en sus más mínimos detalles y avalada por una ingente documentación inédita o desconocida.
Para un artista como él, artista de la vida, vivísimo y espontáneo, rebelde y prepotente, único en este aspecto, nada mejor que hacer de su biografía una novela, un relato de seducción, y esto es lo que ha realizado N. Shakespeare. Su libro, en efecto, se puede leer como un novelado relato biográfico donde distintas voces y diferentes personajes nos acercan a una figura que a la postre se escapa con su misterio dejándonos una aureola de fascinación. Ya sea en su infancia rural, en su trabajo en Sotheby’s, en sus vagabundeos por países remotos o en sus estancias en las casas de sus elegantes amigos, lo que Shakespeare cuenta es un juego de identidades al que Chatwin condujo siempre su vida. Unas identidades que se pasean por aquí como una galería de máscaras y que van trazando esa personalidad de nuestro autor como un ser que despierta desconcierto y deslumbramiento a partes iguales. "No mienten por mentir -dijo, de él y de Hemingway, Martha Gellhorn-. Inventan, para acrecentar todo lo que se refiere a ello, y a sus vidas, y se lo creen. Se creen todo lo que dicen".

Más allá de su ambigöedad sexual, de su peculiar matrimonio, de sus evasiones o fantasías cotidianas, lo que Chatwin nos dejó fue un modo de encarar la vida y ése es el mensaje final que Shakespeare nos ha querido transmitir. El que además lo haya hecho leyendo a Chatwin a través de su obra, iluminando algunos aspectos de ella a través de sus implicaciones biográficas, es otro mérito indudable de este trabajo. Y más si se le añaden juicios críticos que ayudan a situarla y a comprenderla en ese terreno heterodoxo en el que se concibió. Un ejemplo lo tenemos en las opiniones que se vierten sobre En la Patagonia viéndolo más como un "viaje maravilloso" que como un viaje real según la más canonizada interpretación.

En este sentido bien han valido la pena los diez años que N. Shakespeare ha dedicado, valientemente, a escribir esta biografía. Una biografía tan esmerada en su construcción como memorable en sus resultados finales, que sin duda contentará no sólo a su círculo de íntimos o asociados, sino que hará las delicias de todos aquellos espíritus vagabundos y errantes que miran nuestro tiempo, incluso metafísicamente, con aquella expresión de Baudelaire: fuir, fuir là-bas. Tal vez el capítulo en que se habla de la historia familiar, o la abrumadora presencia (demasiado constante) de su mujer Elisabeth con poses excesivamente protagonistas, puedan resultar prescindibles. Pero ya desde el comienzo (con ese ensayo de Shakespeare sobre las motivaciones internas de la figura y la obra de Chatwin o las posteriores opiniones sobre su prosa o su estilo), la obra raya a una considerable altura, sobre todo para el público español, lector de biografías más o menos pacatas, más o menos circunstanciales.

El Bruce Chatwin prosista de calidad óptima, sentimental cerebral de un gusto avisado y de una múltiple cultura, visitante asiduo de los santos lugares de nuestra postmodernidad, niño mimado por la beautiful people de la literatura de occidente (de Salman Rushdie o von Rezzori a los jóvenes novelistas ingleses), amante sórdido y sublime, tiene aquí un homenaje a la medida de su ambición o a los parámetros de su leyenda. Un ejercicio de fascinación donde las revelaciones más comprometidas se escapan discretamente como conviene al icono que aquí se quiere crear.

Nicholas Shakespeare, en fin, con talento de narrador nato y un consistente estilo compone un puzzle calidoscopio que refleja la identidad resbaladiza de Bruce Chatwin y realiza una eficaz exploración de la cara y la cruz de esa trama donde se entretejen la vida como novela y la novela como vida. Bruce Chatwin visto como el rey del simulacro a ritmo de Fred Astaire.