Ensayo

Cuentos de matrimonios

Vicente Verdú

28 junio, 2000 02:00

Anagrama. Barcelona, 2000. 187 páginas, 1.900 pesetas

Con sólo 45 piezas breves, Vicente Verdú disecciona la intimidad de los matrimonios de clase media acomodada con una habilidad psicosociológica y una calidad literaria que no deja de recordar lo mejor de Simmel y de Pessoa.

Verdú crea un variado conjunto de escenarios en los que sitúa los episodios más característicos de la vida cotidiana de ahora mismo. Para empezar abre -y cierra- este volumen con el diálogo entre un matrimonio al borde de la crisis y su psicoterapeuta. Más adelante Verdú desdobla la interacción entre las esferas pública y privada y enseña la frecuente humillación a que se ven sometidos muchos hombres.

El padre de familia emerge en estas páginas como alguien despreciado en su propio ámbito vital. Los varones son en gran medida seres faltos del aprecio de mujeres más sólidas o centradas que ellos. El marido de Cuentos de matrimonio sufre, como ha señalado R. Sennet en La corrosión del carácter (Anagrama), un deterioro de la identidad debido, entre otras causas, al nuevo ámbito laboral. En este sentido la pieza titulada "La clínica" es patética. Un médico fisioterapeuta trabaja en "un nuevo centro geriátrico", está orgulloso de su trabajo, parece gustar a Carla, una de las mejores enfermeras, y gozar del aprecio del propietario. Por fin se decide a llevar a su esposa y los dos hijos a la clínica para acabar descubriendo, con su hijo mayor, que en un panel recién puesto con el organigrama del centro médico su nombre aparece el último en una esquina.

La pérdida de la autoestima masculina es desoladora. No es que haga el ridículo el ejecutivo ligón que al final no puede comprar una joya a su amante en una puja como sucede en "La subasta", es que lo hace también el padre de familia despreciado por sus hijos al escribir en sus horas extra una novela que al final se queda corta. Lo singular de este libro es cómo Verdú levanta las capas que desde lo social ocultan no ya el ámbito de lo personal sino de lo íntimo. Para llegar a la esfera de lo interior focaliza partes individuales, segmentos de la interacción social. Actúa siguiendo la regla de oro del erotismo: sólo desvelar un ángulo, un gesto; a ello le añade el virtuosismo de no dejar la escena suspendida en el vacío sino pendiente de un hilo del marco estructural. De este modo ha conseguido tanto un ensayo sobre los agobios de la clase media alta como una bella lección literaria.