G. W. Pabst

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Letras

G. W. Pabst, "el director rojo" que no se arrugó ante Hollywood pero pactó con el nazismo

Daniel Kehlmann novela la apasionante vida del cineasta alemán en unos años de delirio colectivo y pura supervivencia.

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G. W. Pabst fue, junto con Murnau y Fritz Lang, uno de los grandes directores del cine alemán de los años 20 y 30 del pasado siglo. Falleció en 1967 y, aparte de sus grandes películas como La caja de Pandora o Bajo la máscara del placer, y de ser el descubridor de Greta Garbo y de Louise Brooks, dejó tras de sí una gran, accidentada y tremenda peripecia vital donde no escasearon los dilemas éticos y los misterios.

El director

Daniel Kehlmann

Traducción de Isabel García Adánez
Random House, 2025
376 páginas. 21,75 €

Toda una epopeya que pedía/necesitaba ser contada y, a ser posible, por un escritor tan lleno de talento como Daniel Kehlmann (Múnich, 1975). Muchos de los mejores directores, guionistas, actores y actrices del cine germano sufrieron la persecución y la ignominia que acarreó el ascenso al poder de Hitler y la locura nacionalsocialista.

Algunos fueron arrestados o se suicidaron en sus desesperadas fugas, o desaparecieron para siempre en campos de concentración. Otros escaparon a Francia o a Suiza, o trataron de perseguir el sueño de una nueva vida en Hollywood, en la esperanza de poder continuar con sus carreras profesionales.

Pabst, al que se le consideraba "el director rojo", que había cultivado el expresionismo pero también un descarnado realismo que retrataba el penoso día a día de entreguerras en las ciudades alemanas, también emigró a Hollywood con su esposa (actriz y escritora), pero, a diferencia de otros colegas como Preminger o Lubitsch, no se adaptó al mercantilismo del nuevo sistema ni al idioma. Descubrió en California –entre propuestas de malos guiones y millonarios analfabetos– lo que era fracasar y volverse de golpe un donnadie.

Su fama y su reputación de gran cineasta era tal que no tardó el Reich en hacerle saber que estarían encantados con su regreso, y que pondrían a su disposición todos los medios que él necesitase para colaborar en el ambicioso proyecto de las artes alemanas impulsado por el Ministerio de Cultura y Propaganda. Solo le requerían unas disculpas formales por su pasado. De lo contrario, la deportación y los campos lo esperarían a él y a su familia. Se sentía "sucio hasta las entrañas", pero aceptó.

Pabst deseaba además volver a su Austria natal por la situación personal de su madre, anciana y enferma. Todo ello contribuyó a su retorno, en lo que se consideró un "pacto faústico" con el Tercer Reich, si bien el director había perdido en principio las ganas de hacer películas y detestaba el horror y la barbarie que se respiraba a diario ("Mi patria es el infierno. De allí solo llegan gritos como en las pesadillas", le dice a Garbo).

Era además profundamente antibelicista, entre otras cosas había caído prisionero de los franceses en la Primera Guerra Mundial. La novela de Kehlmann, en espléndida traducción de Isabel García Adánez, se estructura en tres partes con sus correspondientes capítulos y se cuenta desde diferentes ángulos, comenzando por el testimonio de un anciano acosado por la demencia, Franz Wilzek, que acompañó en su día a Pabst en los rodajes, a veces bajo los bombardeos, como ayudante de cámara.

El retrato rico y coral que refleja esta novela incluye el acercamiento a una figura tan controvertida como Leni Riefenstahl, la directora estrella de la propaganda goebbelsiana-hitleriana, que, sin límites de presupuesto para sus delirantes y maravillosas propuestas técnicas, colaboró entusiasmada con el régimen en películas como El triunfo de la voluntad u Olympia (impresionante filmación de los Juegos de Berlín de 1936 que se adelantó a su tiempo en cualquier manera de rodar conocida hasta entonces).

Kehlmann, con mucha ironía y humor, deja ver el carácter ambicioso y despótico de la cineasta y nos asoma también a su faceta de actriz antes y durante la guerra, con aquellas interpretaciones frías y robóticas, incapaces de transmitir emoción. No dudaba, sin embargo, en hacer el papel de bailaora flamenca en un decorado de ciudad española construido en plena Baviera para la película Tierra baja (ópera preferida del Führer), de la cual también era directora.

'El director' de Kehlmann es una historia intensa, hermosa, espléndidamente contada y resuelta

Muy buena la parodia del escritor inglés que conversa con ella en un estreno y comprende que casi cualquier película ajena le parece a Riefenstahl oscura y aburrida si no aparecen en la cinta "lanzadores de jabalina en cueros". Y qué gran capítulo es "Travesía por mar", donde se evoca el rodaje de Prisioneros de la montaña, pero sobre todo el gran acontecimiento que supuso el estreno de Metrópolis, de Fritz Lang.

Hay también en el libro mucho acerca de los fascinantes e ingenuos orígenes del cine, de los secretos de rodaje y de montaje de las primeras filmaciones.

Daniel Kehlmann. Foto: Beowulf Sheehan

Daniel Kehlmann. Foto: Beowulf Sheehan

Si la mirada de Kehlmann se posa sobre las víctimas, los perseguidos, los deportados, e incluso sobre los prisioneros demacrados que se utilizaban en masa como figurantes, también lo hace sobre otros individuos que representan muy bien por qué pudo triunfar el nazismo en medio de aquel delirio colectivo: se trata de personajes como Jerzabek, guardés durante años en el castillo-vivienda de Pabst en el campo austriaco, que deviene jefe local del NSDAP y se siente todopoderoso, no solo por su facilidad para delatar y denunciar, sino por la posibilidad de revertir la lógica entre el amo y el esclavo.

Cuántos ciudadanos grises, acomplejados, mediocres, empezando por Goebbels, pasaron a ser o a sentirse, en una u otra medida, dirigentes del mundo. La deshumanización, como aquí se muestra, venía programada ya desde las juventudes hitlerianas y sus macabras prácticas educativas.

Pabst vuelve pronto a rodar películas, confiando en la pequeña gran libertad que se le concede en el microcosmos de los estudios de la UFA, donde aceptan la mayor parte de sus proyectos y presupuestos. Por otro lado, el Estado alemán se hace cargo del bienestar de la madre en el sanatorio-residencia Abendruh.

Pero si hay una mujer oprimida y consciente del mal moral en esta novela, es Trude, la esposa de Pabst, que resiste en medio del infierno y renuncia a su carrera de actriz y de guionista en aras del bienestar familiar. Impresionante la descripción del rodaje de El caso Molander en Praga en medio de la derrota militar alemana. Esta es una historia intensa, hermosa, espléndidamente contada y resuelta, acerca de las decisiones y elecciones de un ser humano en tiempos terribles de pura supervivencia.