Luis Mateo Díez. Foto: David G. Folgueiras

Luis Mateo Díez. Foto: David G. Folgueiras

Letras

Crítica de la nueva novela de Luis Mateo Díez, Premio Cervantes: un alegato radical contra la insolencia política

El escritor sitúa en una de sus Ciudades de Sombra una deconstrucción del mundo actual en la que no faltan muertes, secuestros, humor y sarcasmo.

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La poderosa imaginería de Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) ha fundado un personalísimo territorio literario a cuyos escenarios capitalinos llama Ciudades de Niebla o de Sombra. A las conocidas (Borenes, Armenta y varias más) añade en El vigía de las esquinas una ciudad anónima en la que emplaza una inapelable deconstrucción del mundo actual. Y lo hace sin perder tiempo, sin gastar muchas páginas, como propulsado por la urgencia de decirlo.

El vigía de las esquinas

Luis Mateo Díez

Galaxia Gutenberg, 2025
440 páginas. 23 €

Estamos en una "Ciudad dejada de la mano de Dios y abandonada por sus gobernantes". Esas autoridades debieran de haber previsto lo que ocurriría, pero estaban obsesionadas "por sus luchas partidarias, los aborrecimientos ideológicos y la innata incapacidad para hacer del bien común el uso comunitario y no contradictorio o interesado".

Así que habían huido "consumando un abandono muy en consonancia con el saqueo del erario público". Condenso esta cita del primer capítulo para subrayar que ya en el arranque de la novela queda clarísimo el alegato radical que su tupida trama se cuida de pormenorizar.

Tal empeño lo acomete Ciro Caviedo, minutísimo cronista de la ciudad en el periódico y la radio locales. Se le conoce como El Vigía porque observa desde el mirador del bar Calamidades lo que ocurre en el pueblo y después lo comenta, tanto lo privado como lo público. Con frecuencia opina en malicioso contubernio con el inspector Ceballos y en no menos ocasiones con presunciones culposas.

Como sea, enseguida se acumulan los sucesos llamativos, empezando por unas muertes y secuestros que nos ponen frente al carrusel de otros inesperados episodios posteriores; episodios de tan variada categoría que acogen no solo fenómenos materiales, también ideas y creencias en el límite de lo pararreligioso.

Este Caviedo testigo de la degeneración general sería lo que en una novela convencional llamaríamos "héroe" por su carácter de protagonista, pero él mismo encarna la degradación común al hallarse estigmatizado por una poliomielitis que da lugar a ocurrencias eróticas bruñidas con sarcasmos.

Díez recurre al Vigía para ofrecer un testimonio muy amplio sobre el mundo presente, de dimensión planetaria y no solo español. Pero no se trata de una novela testimonial si por tal entendemos una copia costumbrista, un realismo documental o el oxidado realismo social. La novela tiene ante todo la condición de una fábula con marcados ribetes de farsa. Y esta cualidad hace que el bronco contenido social, más relevante de lo que aparenta, quede como amortiguado.

'El vigía de las esquinas' tiene ante todo la condición de una fábula con marcados ribetes de farsa

Esto ocurre por el enfoque literario de la materia denunciada que consiste en un auténtico cóctel de desfiguraciones de la realidad. La originalísima mezcla de ingredientes homenajea a Valle-Inclán, bebe en Quevedo, toma sustancia significativa del expresionismo, añade gotas surrealistas y utiliza brochazos grotescos. No pone Díez límite a la deformación e incide incluso en el absurdo.

La imagen de la realidad no puede ser más oscura y agria. Cualquier envilecimiento se da en dicha Ciudad de Sombra, huérfana de un solo rasgo positivo. El contenido novelesco resulta perturbador de tanta desvergüenza y barbaridades como acumula. Sin embargo, no es una obra que solo deje mal sabor de boca, porque aporta además cantidad de agudezas chispeantes y puros disparates que se cuentan. Discúlpeseme la paradoja: esta historia febril solapa una novela de humor. El autor es un humorista, no un moralista.