Richard Flanagan. Foto: Penguin Random House Australia.

Richard Flanagan. Foto: Penguin Random House Australia.

Letras

Un beso, una bomba atómica y un escritor: Flanagan convierte sus recuerdos en un testimonio épico

En su nuevo libro, 'La pregunta 7', el autor australiano reconstruye el destino de Tasmania y la memoria familiar a partir del impacto nuclear de Hiroshima.

Más información: John Boyne, autor de ‘El niño con el pijama de rayas’, vuelve a descender a los infiernos de la literatura

Publicada

En un punto de este libro, mientras recuerda dos años de su infancia pasados por agua en la localidad de Rosebery, en la costa oeste de Tasmania, el narrador y protagonista Richard Flanagan (Longford, Australia, 1961) se vuelve hacia el lector y le aclara que no va a consultar “cuál fue el año más lluvioso de los dos, o si en realidad lo fue alguno de los dos”, pues su libro es “un ejercicio de memoria, no de datos”, y él cree que la memoria, “con sus trampas, sus evasiones, sus silencios, sus invenciones, sus preguntas inevitables”, es lo que nos permite conocernos.

La pregunta 7

Richard Flanagan

Traducción de Catalina Martínez Muñoz. Libros del Asteroide, 2025. 296 páginas. 20,95 €

Así que Flanagan, sobre el papel, ha escrito unas memorias. Pero lo que leemos en La pregunta 7 es sin duda mucho más. Para el autor de El camino estrecho al norte profundo, recordar es un “acto de creación y de testimonio”, y la parte creativa se rastrea en cada renglón del texto: en su origen, una pregunta supuestamente absurda en un cuento de Anton Chéjov; en la mezcla de materiales, de géneros; en la invención de diálogos y escenas que el autor no pudo presenciar; en la libertad con que Flanagan –que escribió estas páginas después de que le diagnosticaran por error un principio de demencia– estructura un libro que, según dice, después de todo no es más que una nota de amor a sus padres y a la isla en la que se crio, Tasmania.

Lo extraordinario aquí es el viaje, los caminos que el autor australiano sigue para hablar de los muertos y de un lugar arrasado, que ya no existe.

Pese a la aparente dispersión del libro, su fuerza motriz, el azar, hace que todo encaje. Si Flanagan narra el romance entre Rebecca West y H. G. Wells es porque sin el beso que se dieron en la biblioteca del escritor, Wells no se habría encerrado a escribir El mundo liberado, donde anticipó la creación de la bomba atómica.

Y sin esa novela, uno de sus lectores, el físico Leó Szilárd, no habría ideado la reacción nuclear en cadena. Y sin esa idea, Szilárd, por supuesto, no habría intuido el potencial destructivo de la bomba y no habría hablado conAlbert Einstein, que a su vez no habría hablado con Franklin D. Roosevelt y entonces no habría existido el proyecto Manhattan, la bomba atómica no se habría desarrollado ni un piloto llamado Thomas Ferebee la habría dejado caer sobre Hiroshima, matando a cientos de miles de personas y salvando de milagro a uno, el padre de Richard Flanagan, hasta entonces recluido en un campo de concentración japonés.

De modo, razona Flanagan, que la destrucción de Hiroshima posibilita su existencia y la existencia del libro que el lector tiene entre las manos.

Lo extraordinario del libro es el viaje, los caminos que el autor sigue para hablar de los muertos y de un lugar arrasado, que ya no existe

Todo en La pregunta 7 funciona, las historias superficialmente azarosas se entrelazan con naturalidad, e incluso el escritor adopta la “aterradora compasión” de Chéjov hacia sus personajes, hacia los carceleros japoneses y hacia los excompañeros y profesores de Oxford, donde leyó, al pie de uno de sus trabajos académicos: “Vuelve a las colonias, presidiario”.

El racismo, el colonialismo, la destrucción del territorio. El genocidio de la población aborigen de Tasmania. La inquietud ante un posible ancestro mestizo en una sociedad brutal y segregacionista. El arrepentimiento por haberse negado a acoger a una madre anciana y enferma (“no hay memoria exenta de vergüenza”).

La pregunta 7 no elude lo grande ni lo pequeño, lo histórico que impacta en lo personal, y demuestra que aún cabe la experimentación justificada en la literatura y que es posible explorar, ir más allá.