Jorge Lago y Pablo Bustinduy. Foto: Planeta.

Jorge Lago y Pablo Bustinduy. Foto: Planeta.

Letras

'Política y ficción' en tiempos cínicos y apocalípticos, un sugerente diagnóstico del presente

Los exmiembros de Podemos Jorge Lago y Pablo Bustinduy, actual ministro de Derechos Sociales y Consumo, señalan en este ensayo un horizonte de futuro para seguir pensando e interviniendo en la realidad.

22 febrero, 2024 02:00

Regreso de las guerras, cuarentenas globales producidas por una sopa de murciélagos, rebelión de las élites, derribos de estatuas que reivindican otra lectura histórica, catástrofes meteorológicas, explosiones fugaces de malestar que no cristalizan bajo formas políticas tradicionales...

Más que al fin del fin de la Historia, nuestro presente se semeja a una distopía de serie B. Parece una experiencia generalizada que las dos primeras décadas del siglo XXI han estado marcadas por una insólita sensación de inercia, repetición y retrospección, una congelación y desaceleración cultural que conviven con una frenética aceleración de los flujos del capital y la información.

¿No estamos sometidos a la dinámica obscena de una literalidad que no genera percepción de falta, sino que satura; que no abstrae tanto como elimina todo sentido para la imaginación política?

Política y ficción

Jorge Lago y Pablo Bustinduy

Península, 2024. 205 páginas. 18,90€


Sin duda, es esta la pertinente pregunta que plantean Jorge Lago (1976) y Pablo Bustinduy (1983), actual ministro de Derechos Sociales y Consumo: ¿hasta qué punto necesitamos repensar las relaciones existentes entre la política y la ficción tras comprobar que los supuestos desenmascaramientos de los velos ideológicos conviven hoy con el cinismo oportunista más desvergonzado y la cancelación del futuro? Ha de repararse en el sentido de esta operación en el pensamiento emancipador contemporáneo.

Mientras que en la sociedad fordista y en algunas de sus conceptualizaciones críticas, la “ideología utópica” se comprendía como un funesto desplazamiento de las energías históricas politizadas hacia ociosos cumplimientos de deseos y satisfacciones imaginarias, en nuestro tiempo la naturaleza misma de la pulsión utópica y sus ficciones ha experimentado una mutación.

En un momento histórico en el que una racionalidad neoliberal agotada se manifiesta como testimonio fáctico de lo necesario y el sistema tiende a transformar incluso a sus adversarios en una imagen especular de falsos “realistas”, ¿no abre una nueva problemática de la ficción la posibilidad de mantener viva la tensión de un mundo distinto?

Ciertamente, esto no nos debe conducir al camino de regreso de las “ficciones resolutivas”, cuya lógica discursiva ha ido de la mano de una visión de la modernidad hoy en crisis irreversible, sino a una reflexión sobre las modulaciones entre los regímenes temporales, las tendencias socioeconómicas y las dinámicas narrativas.

Los autores señalan un horizonte de futuro para seguir pensando e interviniendo en la realidad

Todo un ambicioso programa de intervención cultural que dibuja sugerentes consecuencias para la figura del intelectual como productor cultural y para procesos organizativos democráticos no exentos de voluntad hegemónica.

La ficción no solo es demasiado importante para dejársela a nuestros gestores, sino a los malos caudillos y a las ficciones retrógradas que desvirtúan el malestar social. Sería interesante que los autores pudieran, tras este importante esbozo teórico, desplegar estas ideas de forma más concreta en la línea, por ejemplo, de Erik Olin Wright y sus “utopías reales”.

Sin duda, muchos son los atractivos del sugerente diagnóstico del presente que ofrecen los exmiembros de Podemos Lago y Bustinduy. Pero me gustaría terminar con su necesario balance sobre las relaciones entre el populismo y la ficción.

Que el ensayo que comenzó a gestarse teóricamente con las preguntas abiertas por ese seísmo español que representó el 15-M acabe reflexionando sobre las limitaciones que la teoría populista plantea, en términos históricos, en relación a la categoría de crisis, no debe ser síntoma de derrota; indica un horizonte de futuro para seguir pensando e interviniendo en la realidad. Lo que no es poco en tiempos de cínicos y apocalípticos.