Elinore Pruitt Stewart. Foto: Filmhaus

Elinore Pruitt Stewart. Foto: Filmhaus

Letras

Elinore en las inmensas llanuras del Salvaje Oeste: una correspondencia llena de aventuras

'Cartas de Elinore' ensambla 'Letters of a Woman Homesteader', la novela traducida al español de la escritora, y las 'Cartas de una cacería de uapitíes'

3 mayo, 2023 02:26

En julio de 1845, John O’Sullivan publicaba en la Democratic Review el artículo “Anexión”, en el que se leía: “El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia”. Poblar las inmensas llanuras del salvaje Oeste, desplazando a las tribus indígenas que las habitaban, pasó a ser obligación divina, tal como expresó John Gast en su icónico cuadro El progreso. La industria cinematográfica convirtió esta epopeya colonizadora en referente imprescindible desde el punto de vista histórico, artístico y comercial.

Cartas de Elinore

Elinore Pruitt Stewart

Traducción de Laura Salas. Prólogo de Manuel Hidalgo. Hoja de Lata, 2023. 314 páginas. 29,90 €

En el ámbito literario, James F. Cooper fue un adelantado. También contribuyeron al género escritores como Bret Harte, Hamlin Garland, Walt Whitman, Mark Twain,… y una mujer, Willa Cather, autora de Pioneros (1913). La nómina de autoras, sin embargo, va mucho más allá, con nombres como Isabella Lucy Bird, A lady’s life in the Rocky Mountain (1873), Sarah Raymond Herndon, Days on the Road: Crossing the Plains in 1865 (1902), Elinore Pruitt Stewart, Letters of a Woman Homesteader (1914)… que acaba de traducirse al castellano en un volumen donde también se han incluido sus Cartas de una cacería de uapitíes (1915) con el título de Cartas de Elinore y prólogo de Manuel Hidalgo.

La “Homestead Act” de 1862 permitía a las mujeres mayores de 21 años –siempre que fueran solteras, viudas, o divorciadas– adquirir a su nombre tierras al oeste del Misisipi. Elinore, viuda con una hija pequeña, no dejó pasar la oportunidad y adquirió un terreno junto al del señor Stewart, en ese momento su patrón y tiempo más tarde su esposo.

[La gran aventura de Elinore]

Leemos en el referido prólogo que la autora “se limitó a contar por carta sus peripecias y aventuras a la señora Coney como forma de proseguir sus confidencias y su relación amistosa, del mismo modo que se limitó a vivir en las montañas y a abordar los quehaceres del campo como manera de fraguar y consolidar su futuro y supervivencia.” (p. 16) Fue la señora Coney quien remitió las cartas a ella dirigidas al prestigioso The Atlantic Monthly.

Como era de prever, Elinore Stewart se convirtió en un personaje tremendamente popular, y las publicaciones le reportaron suficientes beneficios como para acondicionar el terreno adquirido. Las cuarenta misivas ofrecen un detallado recorrido por sus miedos e ilusiones al enfrentarse al reto de sacar adelante su propiedad, “Este verano ha sido el más ajetreado y feliz que puedo recordar” (p. 35), escribe meses después de haber “registrado mi parcela y ahora soy una acaudalada terrateniente” (p. 30).

La forma de escribir de Elinore Stewart se asemeja a la narración oral, pues sus cartas nos cuentan historias de estilo costumbrista

Su forma de escribir se asemeja a la narración oral, pues sus cartas nos cuentan historias en el más puro estilo costumbrista. Como si se tratara de un personaje literario más que real, vamos observando su evolución personal, conforme va alcanzando sus objetivos. Nos encontramos ante una mujer independiente y resuelta que ofrece una novedosa visión de la vida, ajena a un victimismo que ni se planteaba ni podía permitirse.

Resulta llamativa, por ejemplo, la evolución en el tono de las cartas. En las primeras no duda en disculparse por la extensión y contenido, con expresiones del tipo “dejo de molestarla”, “sinceras disculpas por esta indignante carta le ofrece su exlavandera”; sin embargo, las expresiones “querida amiga” o “su amiga feliz” se repiten en las últimas, llegando a confesar: “Ahora me siento bastante limpia y respetable, aquí sentada en mi habitación, mientras le escribo.” (p. 307)