Patricia Highsmith. Foto: Ruth Bernhard / Princeton University

Patricia Highsmith. Foto: Ruth Bernhard / Princeton University

Letras

Patricia Highsmith, al desnudo: ginebra, música, tatuajes, antisemitismo y el sexo como una religión

Además de una escritura intensa, la autora desvela en sus 'Diarios y cuadernos' que tanto hombres como mujeres se lanzaban a seducirla

5 septiembre, 2022 00:56

La juventud se desperdicia en los jóvenes, dicen. En Patricia Highsmith no se desperdició. La escritora nació en Texas en 1921 y pasó la mayor parte de su infancia en Manhattan. Cuando cursaba el último año en el Barnard College era tan inteligente, tenía unos rasgos tan delicados y resultaba tan evidente que estaba destinada a la grandeza que tanto hombres como mujeres se lanzaban a seducirla. En Barnard y en Greenwich Village, donde fue adoptada por una muchedumbre bohemia, era distante y deseada. La década de 1940 acababa de empezar.

Diarios y cuadernos. 1941-1995
Patricia Highsmith
Traducción de Eduardo Iriarte. Anagrama, 2022. 1.256 páginas. 34,90 €

Diarios y cuadernos recoge sus sensaciones en relación con todo esto. El libro es excelente de principio a fin. La escritora habla con mordacidad e ironía de sí misma y de todo lo demás. Pero los primeros capítulos son especiales. Constituyen uno de los relatos más observadores y extasiados que he leído –y no son pocos– de lo que significa ser joven y estar vivo en la ciudad de Nueva York.

La futura autora de Extraños en un tren, la serie de Tom Ripley y muchas otras novelas estaba aprendiendo a conciliar su ansia de trabajar –los diarios muestran que pocos escritores han sentido con más intensidad la vocación– con su necesidad de perderse en el arte, la ginebra, la música y los cuerpos cálidos, en su mayoría de mujeres.

Los escritos contienen muchos viajes en taxi a altas horas de la noche, besuqueos en baños de restaurantes y besos robados a mujeres casadas. También viajes a Chinatown para hacerse tatuajes. El primero que se hizo fueron sus iniciales en pequeños caracteres griegos de color verde en la muñeca.

Siempre estaba medio arruinada. Cuando sales con mujeres, bromeaba, no hay un hombre que se encargue de la cuenta. Y quería estar sola, excepto cuando no quería. “En mi opinión, el sexo debería ser una religión”, escribió. “No tengo otra”. Y preguntaba: “Mientras existan mujeres guapas, ¿quién puede estar deprimido de verdad?”.

Le gustaba salir a la calle por la mañana y comprar cruasanes para sus amantes mientras ellas seguían en la cama. “No hay placer que se pueda equiparar al de estar en la ducha, cantando, con una mujer maravillosa esperando en su cama en la habitación de al lado”.

Llevaba sus diarios –sabía que algún día se publicarían– en francés, alemán, español y otras lenguas, en parte para dominar esos idiomas y en parte para poner sus escritos a salvo de ojos indiscretos.

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Durante el día, se entregaba a la escritura. Por la noche, a la ginebra. Era una bebedora poderosa y sistemática. Empezó joven. “¡El mundo y sus martinis son míos!”, escribió en una exultante entrada de 1945. Cuenta que se tomó cinco antes de cenar con Jane Bowles y que se puso enferma.

Reflexionó intensamente sobre el alcohol y su papel en el proceso creativo. Los escritores beben porque “tienen que cambiar de identidad un millón de veces en su escritura”, decía. “Es algo agotador, pero la bebida lo hace automáticamente por ellos. En un momento son un rey; al siguiente son un asesino, un diletante hastiado, un amante apasionado y abandonado; otros prefieren ser la misma persona, permanecer en el mismo plano, siempre”.

Este libro, 'Diarios y cuadernos', es excelente de principio a fin. La escritora habla con mordacidad e ironía de sí misma y de todo lo demás

A pesar de las resacas, las lipotimias ocasionales y unas cuantas escenas embarazosas, cree que la ginebra le dio más a ella de lo que ella le dio a la ginebra. “Sin el licor me habría casado con un zoquete insulso y habría tenido lo que se llama una vida normal”.

A Highsmith le atraían los escenarios más nefastos y los temas más negros. Además, los misántropos encontrarán en estos diarios muchas cosas de su agrado, como cuando escribe: “una razón para admirar el coche: acaba con más gente que las guerras”, y también “A menudo pienso que mi única amiga es mi cajetilla de tabaco”.

El tabaco fue lo que se la llevó. Highsmith murió en 1995, a los 74 años, de cáncer de pulmón y anemia. He dejado muchas cosas fuera de esta reseña: los intensos ataques de lectura de la escritora; su trabajo diario en la industria del cómic (conocía a Stan Lee); sus muchas amantes, dos de las cuales intentaron suicidarse cuando la relación acabó; su trabajo incesante y la publicación de sus numerosos libros; el rodaje de la película de Hitchcock, Extraños en un tren, que se estrenó en 1951 y contribuyó a su fama.

Su amor por la ropa de chico; su amistad con Truman Capote y Carson McCullers, así como con Dylan Thomas, Wim Wenders y Jeanne Moreau. La escritora y Arthur Koestler intentaron tener un encuentro sexual una noche de octubre de 1950 y no salió bien.

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Sus viajes incesantes. Sus estancias en buenos hoteles uno detrás de otro. Sus fogonazos de antisemitismo. Las casas que compró en Inglaterra, Francia y Suiza. Los caracoles que tenía como mascota y pasaba clandestinamente por las aduanas en su sujetador.

Su soledad. A medida que envejecía se iba pareciendo a Lindbergh cruzando solo el océano. Sus amigos se convirtieron en conocidos, y sus conocidos en extraños.

Diarios y cuadernos se ha condensado a partir de 8.000 páginas de material. Aun así, con sus casi 1.000 páginas, es un tocho, pero no pesado. Ha sido editado minuciosamente por Anna von Planta, la editora de Highsmith de toda la vida. La documentación introductoria de cada capítulo es útil y concisa. Al lector no le dan ganas de “saltar la introducción”.

Seguramente podría haber orientado esta reseña en otra dirección y centrarme en las depresiones de la escritora, en sus dudas sobre sí misma, en su casi mortal necesidad de trabajar. También está aquí. Pero la Highsmith de la que no puedo deshacerme es la que, mediada la veintena, escribió bien pasada la medianoche de lo que había sido el 31 de diciembre de 1947: “Mi brindis de Año Nuevo: por todos los demonios, las lujurias, las pasiones, las codicias, las envidias, los amores, los odios, los deseos extraños, los enemigos fantasmales y reales, el ejército de recuerdos con los que me bato: que nunca me den paz”.

© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips