Sally-Rooney

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Letras

El amor y el éxito según Sally Rooney

'Dónde estás, mundo bello' está repleta de reflexiones conmovedoras sobre el amor y la fama, está cuajada de escenas cuyo poder emana del riesgo que asume con éxito la escritora

4 octubre, 2021 04:33

Dónde estás, mundo bello

Sally Rooney

Traducción de Inga Pellisa. Literatura Random House. Barcelona, 2021. 328 páginas. 19,90 €. Ebook: 9,99 €

Es muy de generación X quejarse del estrellato. Por eso, que a la novelista irlandesa Sally Rooney (1991) le irrite su fama resulta comprensible, aunque un poco irónico. Los perfiles generacionales suelen tener verdades imprecisas que ofrecer, pero la juventud de la novelista parece haber cortocircuitado a muchos observadores. El debate en torno a ella puede sonar tan extraliterario que es fácil perder de vista sus logros, que no son pocos, cuando se pone a escribir.

La tercera novela de Rooney, Dónde estás, mundo bello (el verso que da origen al título se remonta a un poema del siglo XVIII, lo cual no impide que sea espantoso), gira en torno a cuatro personas. La primera de ellas es Alice Kelleher, evidente alter ego de la autora. Alice ha escrito dos novelas que la han hecho inesperadamente rica y famosa, y se ha mudado a una vieja rectoría en un pueblo remoto en busca de soledad tras una estancia en un hospital psiquiátrico. En una cita de Tinder conoce a Félix, que trabaja en un almacén local.

El relato en tercera persona de la novela se alterna con intercambios de correos electrónicos entre Alice y su amiga Eileen, ayudante de redacción en una revista literaria de Dublín. Las dos tienen 29 años. Eileen está obsesionada con un exnovio, y también con la posibilidad de iniciar una aventura amorosa con Simon, un asesor político educado en Oxford al que conoce desde la infancia.

La gente de Rooney es un reflejo de su época y de su entorno. algunas de sus cualidades serán desconcertantes para quienes hayan superado la frontera de los 40

La relación entre Alice y el quisquilloso y nada literario Félix puede resultar chocante. Alice se lo explica a Eileen diciendo que “nuestras vidas han sido diferentes en todo”, pero “hay muchas cosas que reconocemos uno en el otro”. Alice, como muchos personajes de Rooney, está segura de sí misma y, al mismo tiempo, se odia. “Debes pensar que eres muy especial”, le dice Félix. Sí y no. La misma noche que Félix se lo dice, Alice lo invita impulsivamente a acompañarla en un viaje de promoción a Roma. Su tolerancia con la hostilidad de él refuerza la impresión que tiene el lector de que la joven se siente incómoda con su vida. “Ya puestos, puedo oír de qué tratan tus libros”, le dice Félix antes de asistir a uno de los actos de la escritora, “ya que no voy a leerlos”.

En los capítulos que se desarrollan sobre todo a través de conversaciones y correos electrónicos, los personajes de Rooney reflexionan sobre la omnipresencia y la ética de la pornografía, la floreciente industria del arrepentimiento y el perdón públicos, la estructura de víctimas y opresores de la política identitaria. Pero, a pesar de las animadas indagaciones sobre estos temas, el relato de la autora permanece anclado en los ámbitos de la amistad y las relaciones amorosas. A Alice esto no le gusta. Nos importa, le escribe a Eileen, “si las personas se separan o siguen juntas, y solo hemos conseguido olvidarnos de otras cosas más importantes, es decir, de todas”. Y por si acaso el lector se cree más listo que Rooney –que Alice, quería decir–, la siguiente frase dice: “Mi propio trabajo es, ni que decir tiene, el mayor culpable en este sentido”.

El debate sobre Rooney puede sonar tan extraliterario que es fácil perder de vista sus logros, que no son pocos

Alice es un alter ego de Rooney más obvio que Eileen, pero me da la sensación de que la autora, que fue campeona de debate, tiene conversaciones socráticas consigo misma a través de la correspondencia entre las dos. Aunque lo que la gente está deseando sea diseccionar o promocionar la voz de una generación, lo que a Rooney le apetece es bastante anticuado. Los correos entre Alice y Eileen son digitales, pero equivalen a cartas manuscritas de 15 páginas, con lo cual resultan de lo más anacrónico.

Cuando Rooney escribe sobre las redes sociales o los mensajes de texto, la presencia de los correos resulta perfectamente natural, y la autora sabe utilizar con inteligencia su textura y sus efectos. En manos de un novelista, como en la vida real, la tecnología es lo que se hace con ella. Resulta difícil vender “lol” [acrónimo en inglés de lots of laughs, en español “muerto de risa”] como una frase brutalmente emotiva y elocuente, pero Rooney lo hace como colofón a un malhumorado intercambio de mensajes entre Eileen y su hermana.

La gente de Rooney es un reflejo de su época y de su entorno –como la mayoría de los personajes convincentes–, y es verdad que algunas de sus cualidades serán desconcertantes para quienes hayan superado la frontera de los 40. Una de esas cualidades es una preocupación generalizada más sincera y persistente que cualquier radicalismo que se recuerde. Los personajes no pueden entrar en un supermercado sin pensar en “todo el duro trabajo en los cafetales y las plantaciones de azúcar”.

No cabe duda de que la propia Rooney tiene mucho de esa seriedad, pero también posee el don necesario de complicarla en su obra, incluso riéndose de ella. En una escena, cuando el grupo está a punto de llegar a una fiesta para conocer a los amigos de Félix, este se dirige a ellos y les dice: “Y ahora, sed normales, ¿de acuerdo? No entréis hablando de, no sé, política mundial” y cosas por el estilo. “La gente va a pensar que sois unos frikis”.

En sus tres novelas, Rooney habla de sexo de manera directa, convincente y ardiente. Las escenas aparecen con una frecuencia tan oportuna que “literatura erótica” no parece una mala subcategoría para sus relatos. Gran parte del poder de esas escenas emana del riesgo que asumen. Un grupo de veinteañeros apasionados e intelectuales que habla de sus turbulentos sentimientos mutuos es un camino cubierto de baches. Rooney los evita casi todos. Que sus personajes hablen y sientan como lo hacen sin que el lector se sonroje por ellos más que de vez en cuando es todo un logro. No es una vereda cómoda de seguir, pero Rooney lo consigue no apartándose demasiado de ella.

Gran parte del poder de las escenas de este libro emana del riesgo que asumen y Rooney evita casi todos los baches

En el ensayo de 1997 The End of the Novel of Love [El fin de la novela de amor], Vivian Gornick sostenía que el amor como tema ya no tenía la capacidad de sustentar la ficción. La razón era, en parte, que había menos complicaciones para que las personas amaran cómo y a quién quisieran. Pero, para los personajes de Rooney, precisamente en eso reside la complicación. Viven entre los escombros del amor y de muchas otras cosas.

“Obviamente, el matrimonio tradicional no era la mejor manera de conseguir lo que se pretendía”, escribe Eileen, “pero por lo menos era un esfuerzo por algo, y no solo un triste y estéril desahucio de la posibilidad de la vida”. Alice y compañía no tienen la sensación de que haya nada que necesiten en lo que respecta a las relaciones amorosas, lo cual convierte a sus emparejamientos en aún más difíciles de decidir o de llevar a la práctica con satisfacción. Y eso los hace sorprendentemente conmovedores. En cambio, las reflexiones sobre la fama son de las menos inspiradas. Es posible que, con el tiempo, la autora refine sus indagaciones sobre su propia popularidad, o quizá se limite a seguir escribiendo sobre las preguntas que le han allanado el camino hacia ella: ¿Te he hecho daño? ¿Me amas? ¿Me amarás siempre?

© New York Times Book Review