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Letras

Gonzalo Torné y la farsa de Cataluña

En 'El corazón de la fiesta' sobresalen tres hilos: el dinero, la identidad y el poder. Con ellos se trenza también un cuarto asunto, las diferencias de clase

2 marzo, 2020 07:58

El corazón de la fiestaGonzalo Torné

Anagrama. Barcelona, 2020. 240 páginas. 18,90 €. Ebook: 9,49 €

El corazón de la fiesta arranca con aires de comedia vodevilesca a lo Eduardo Mendoza. La joven Clara Montsalvatges trasforma su magnífico piso en Barcelona, herencia de los abusos cometidos por su familia en el franquismo, en un lugar de acogida de amigas en horas bajas. En la vivienda frontera, unos desconocidos vecinos sostienen ruidosas trifulcas y Clara, con ayuda de un ex con quien mantiene indecisa relación, decide averiguar qué ocurre allí, donde vive otra pareja atípica, un hombre rico, el Bastardo, hijo espurio del Rey de Cataluña, y una “choni” de humildes orígenes, Violeta Mancebo. Enseguida cambia Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) el tono de farsa por una compleja narración un tanto naturalista de tintas trágicas en la que Clara y Violeta, ya cómplices, despellejan la historia del Bastardo y su tribu.

El Bastardo pertenece a un intocable clan familiar que tiene sojuzgada a toda Cataluña: el patriarca, el banquero Pere Masclans, presidente de la Generalitat y jefe todopoderoso de un partido nacionalista, su xenófoba esposa Codony y su prole (el ilegítimo y sus hermanastros el Taradet, la Paradeta y Yúnior) controlan su tierra como si fuera su cortijo. Los Masclans-Codony cometen fechorías, no desperdician comisión posible y se lucran de una corrupción sin límite. Podrían desviar el curso de un río para aflorar una isla en la que levantar un resort. No hace falta tirar de hemeroteca para identificar los nombres literarios con los silenciados, y detalles menudos despejan cualquier improbable duda, así un viaje a Andorra en un coche cargado de billetes nuevos. La degradación moral más grande, amasada también con infidelidades, hipocresía o venganzas, marca a la Primera Familia.

La línea argumental básica tiene la intención de hacer un retrato colectivo, aunque no a la manera de estampa testimonial fotográfica sino ampliándolo hasta tejer un tupido bucle de motivos de índole moral. Tres hilos sobresalen: el dinero, la identidad y el poder. Con ellos se trenza también un cuarto asunto, las diferencias de clase respecto del dinero, patente en la actitud del puritano padre obrero de la charnega Violeta, emigrante que se conforma con tener lo suficiente para comprar lo necesario.

Las exigencias artísticas de Torné, tan meritorias como señal de un trabajo serio, requieren un esfuerzo excesivo de atención

Al centrarse Torné en estos motivos, hace un retrato de época limitado. Se ciñe al nacionalismo conservador, para nada habla del nacionalismo de izquierdas y no existen referencias al procés. Además, la estampa carece de intencionalidad social abarcadora al no reflejar con amplitud la clase media sino tan solo la mentalidad y las prácticas de un grupo de enfermiza obsesión dineraria. La dimensión literaria, no social, de la novela se refuerza al desarrollarse en segundo plano como un relato de aprendizaje tratado con una perspectiva anti convencional: Violeta no le saca ningún provecho al rico arsenal de experiencias a su alcance.

También en el aspecto formal muestra Torné una clara voluntad de darle un sesgo singular al retrato coral. Desde luego, rehúye la rutinaria crónica documental. Los personajes responden a un esfuerzo de creatividad que los distancia de la simple mostración psicologista y no teme diseñar alguno con un punto de extravagancia. Las anécdotas particulares rozan en algún caso la invención pura y se acercan al desenfado narrativo sin reparar en los imperativos de la verosimilitud. Y la técnica narrativa ofrece registros tan distintos como el teatral del comienzo, el reportaje viajero del final o el sistema adoptado en el capítulo principal. Aquí lleva a cabo algo curioso. La narración de Violeta se interrumpe por los comentarios de Clara dirigidos a su novio. Mantener este rígido sistema durante 150 páginas resulta algo fatigoso, y retarda la acción. El estilo desdeña lo conversacional y practica un antinaturalismo lingüístico de una artificiosidad rebuscada.

Las exigencias artísticas de Torné, tan meritorias como señal de un trabajo serio, lastran la novela con un déficit grande de comunicabilidad y requieren un esfuerzo excesivo de atención. Los tributos al estilo y a la construcción no logran enmascarar el costumbrismo –satírico y mordaz pero costumbrismo– de la obra, un mundo cercano al del Marsé de La prima Montse (no al de Últimas tardes con Teresa) si bien reciclado con notas propias de tiempos más recientes.