Jorge Fuembuena

Jorge Fuembuena

Letras

Fragilidades y resistencias del libro

Irene Vallejo teje en el exitoso ensayo 'El infinito en un junco' el apasionante relato de la prehistoria del libro que hoy conocemos

14 enero, 2020 00:18

El infinito en un junco

Siruela. Madrid, 2019. 449 páginas. 24,95 € . Ebook: 11,99 €

En una conferencia para la BBC, emitida durante la Segunda Guerra Mundial (un periodo muy oscuro de la historia europea, en la que parecía justificadísimo preocuparse por el futuro de la civilización), E. M. Forster loaba la capacidad extraordinaria de la radio para propagar el conocimiento. Pese a la maravilla de que su voz pudiese escucharse a miles de kilómetros, a veces incluso en otro continente, Forster se lamentaba de que el precio a pagar fuese la salud del objeto fundamental de su vida: el libro; auguraba un futuro incierto para él, desplazado por las ondas radiofónicas de su posición central en la transmisión de la cultura y en la pedagogía. Ha llovido mucho desde entonces, la civilización se sacudió la pesadilla nazi, y mal que bien ha salido adelante; mientras que el libro sobrevivía a unos cuantos nuevos depredadores tecnológicos (el cine, la televisión, las redes sociales, el ebook, el whatsapp o, agárrense, el audiolibro). Las voces de los profetas augurando una inminente marginalización se han elevado y sofocado a causa de su propia incompetencia, y el libro sigue allí, siempre atacado y nunca vencido: uno de esos enfermos con la salud de hierro.

El libro es ahora un soporte consolidado, familiar, viaja por unos canales de distribución homologados, se reseñan en revistas y suplementos culturales, podemos consultarlos en bibliotecas públicas y comprarlos en esas librerías donde parecen estar esperándonos en sus estantes. Pero no siempre ha sido así. La lectura (el proceso por el que codificamos fragmentos elaborados de pensamiento que pueden ser interpretados por cualquiera que domine las destrezas básicas de la alfabetización) se remonta milenios en el tiempo, sin embargo los libros han cambiado tanto que durante mucho tiempo ni siquiera se imprimieron, circulaban sobre otros soportes: manuscritos, inscritos, dibujados, encriptados… Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) aborda en El infinito en un junco el relato de la prehistoria del libro que hoy conocemos, un objeto que pese a las variaciones de tamaño, las portadas distintas, los interlineados variados, los distintos gramajes con más o menos pedigrí, la diversidad de lomos y un universo tipográfico al que recurrir y explorar… se mantiene más o menos estable (o si se prefiere: con una forma reconocible) desde hace siglos.

De este libro se sale ‘muy aprendido’ porque la autora nos acerca las descomunales extensiones de saber acumulado en los libros

El infinito en un junco podría pasar por la historia del sustentáculo de la lectura, un informe sobre los diversos materiales y formas que ha conocido, y de los hábitos impuestos por la manera de producir, distribuir, conservar y consumir cada formato. ¿Dónde se adquieren? ¿Qué forma tienen? ¿Cómo se leen? Y aunque el lector encontrará información de calidad sobre estos asuntos el libro desborda este marco de expectativas en dos sentidos: por un lado, es más concentrado, por otro es más expansivo.

Es más concentrado porque su campo de acción solo enfoca el mundo antiguo occidental, Grecia y Roma. Y es más expansivo porque no se trata de un ensayo meramente informativo, que fuese poniendo uno tras otro los datos obtenidos tras una investigación, sino que estamos ante una caja de historias, o para ser más exactos: de un ensayo en narraciones. Lo que cohesiona este ensayo es efectivamente el mundo del libro, y a su alrededor comparecen bibliotecas, sabios, cortes imperiales, técnicas de conservación del papel, Ovidio, las librerías ambulantes, crítica literaria…

Irene Vallejo parece apelar al espíritu grecorromano de aquellos escritores antiguos que en cada ocasión que emprendían un tratado sobre geografía, medicina, historia natural, arquitectura o maquinaria bélica… desbordaban los límites que actualmente suele imponer la autoridad académica o las aspiraciones “científicas” para conducir el discurso allí donde se les prometía un buen relato (uno de estos escritores griegos, bajo pretexto de escribir una teogonía, aprovechó para ajustar las cuentas con su hermano a propósito de una herencia). La diferencia es que aquellos hombres estaban descubriendo el mundo (y cómo conservar lo escrito en palabras imperecederas) mientras que Vallejo filtra y pone a su servicio descomunales extensiones de saber acumulado a favor de una divulgación seria y deliciosa, que se deja llevar páginas y páginas por el placer de narrar. Dicho esto como un elogio, pues Vallejo además de tener ojo para localizar los materiales interesantes para sus relatos, nunca se aparta demasiado del objetivo expuesto desde el subtítulo.

Estas miradas hacia el pasado sirven para sacudirse el plomazo pesimismo que planea sobre el libro; en contraste con épocas dominadas por la fragilidad de los materiales, la inconsistencia de los poderosos y los sistemas de almacenaje vulnerables, la nuestra parece una época no solo estable, sino de una seguridad prodigiosa. Ningún incendio, ningún maremoto, ningún conflicto bélico… parece capaz de desforestar el conocimiento acumulado en los libros. La biblioteca no es infinita, pero sus replicas son casi inconmensurables, ¿quién sabe cuántas bibliotecas contendrán nuestros cinco continentes? ¿Cuántas copias de Hamlet, cuántas traducciones de La Ilíada? ¿Cómo íbamos a perderlas? A la luz de lo leído, la muerte del libro (y de la cultura que lleva asociada) casi parece exigir una catástrofe capaz de suprimir a la propia humanidad. Valga lo dicho en este párrafo como una de las múltiples lecciones que ofrece El infinito en un junco, un libro del que (por citar a un profesor de mi escuela de primaria, más predispuesto a dejarse llevar por el entusiasmo que por atender a la expresión más precisa) se sale “muy aprendido”.