De Ory en  Madrid en 1954

De Ory en Madrid en 1954

Letras

Carlos Edmundo de Ory, un espejo lorquiano

La editorial El Paseo recupera en 'Lorca' un volumen con nueve ensayos, siete de ellos inéditos en español, donde De Ory desgrana todas las aristas del “poeta de los mil demonios”

15 octubre, 2019 10:18

"A los treinta y ocho años dieron fin trágicamente a su vida. ¿Qué hubiera escrito si lo hubieran dejado proseguir su labor? Sin poder olvidar el martirio de un poeta, me enfrento con su pensamiento, que fue siempre musical, y lo sorprendo palpitante de vida". Con esta reflexión comenzaba Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923-Thézy-Glimont, Francia, 2010) el prefacio de su libro Lorca, un encargo de la editorial francesa Éditions Universitaires en 1966 para conmemorar el 30 aniversario del comienzo de la Guerra Civil y de la muerte del poeta granadino.

A esta moda editorial que sacudió a varios países europeos, se sumo De Ory, ya inmerso en su exilio intelectual parisino, por razones más profundas que un simple aniversario, como evidencia todo el material que reunió sobre Lorca, a quien admiró en su juventud, detestó más adelante y después reencontró iniciando un análisis de su obra meticuloso, laberíntico, casi maniático, y llamado a constituirse en un referente de la temática lorquiana. Todo ese corpus, guardado durante años en la fundación del poeta gaditano, es el que la editorial El Paseo reúne en Lorca, un conjunto de nueve ensayos, siete inéditos en español, que vieron la luz en Francia en 1967 y de cuya edición De Ory no quedó nada satisfecho.

Pero vayamos por partes. Para comprender la importancia de los ensayos, una original inmersión en la poesía del granadino que sirve asimismo para explicar y entender a De Ory –iconoclasta, heterodoxo y tan mitificado como el propio Lorca– como espejo lorquiano, hay que saber que el interés del primero por el segundo es muy anterior a los años 60. Como destaca la editora del volumen, la poeta y profesora universitaria Ana Sofía Pérez-Bustamante, "el joven gaditano se prenda de la poesía neopopularista de Lorca, presencia constante en sus primicias literarias, que le sirve para abrirse, más allá de la tradición y lo popular, a la imagen visionaria y surrealista".

De esta admiración habla el propio De Ory, cuando afirma que no tiene que “aprender lenguas ni ser profesor para escribir sobre Lorca, sobre su poesía. Yo lo adoré en mi mocedad cuando cogía la pluma para componer mis primeros versos”. Incluso, como recuerda, le consagró en 1941 dos volúmenes de un Romancero de Amor y Luna, “donde puse como colofón un soneto titulado ‘Mi canto a Federico García Lorca’. Mi canto al maestro, al titiritero de las palabras”. A ese mago del simbolismo magicista que con su hoy ya mítica conferencia Juego y teoría del duende, deslumbró a los jóvenes poetas de posguerra.

De espaldas al modelo

"El interés de Carlos Edmundo de Ory en Lorca fue silenciado en favor de la imagen de poeta ácrata y libetario", explica Pérez-Bustamante

Sin embargo, este ardor juvenil pronto se vio sustituido por un marcado desafecto cuando De Ory comenzó a transitar por las procelosas aguas de esa irracionalidad lúdica y subversiva que se llamó postismo, quizá su legado literario más duradero junto con los aerolitos. Ya en Francia, donde se autoexilió por asfixia política y social en 1956, buscaría otros modelos. “Pasó el tiempo y mis poetas, es lógico, fueron otros, no precisamente españoles. También mi propia poesía dejó de ser imitación, si se me permite decirlo”, apuntó en su día. Precisamente fue entonces cuando, a juicio de Pérez-Bustamante “el interés del gaditano por Lorca se convirtió en una cuestión silenciada, tanto por Carlos como por sus amigos críticos y poetas. Se ha querido que prevalezca la imagen que el propio autor diseñó para sí: un poeta exiliado, libertario, ácrata, extranjero, cosmopolita, antinacionalista, antirregionalista, anticostumbrista y trasnacional, abrevado en la tradición de los poetas malditos de Baudelaire en adelante”.

Una actitud que fue cambiando paulatinamente hasta llegar a esos años 60 en que la relación del gaditano con la obra lorquiana vuelve a materializarse. “Cuando se me invitó a escribir un ‘Federico García Lorca’, no pude evitar una sonrisa interior. ¿Escribir yo un libro sobre Lorca? Nada tan fácil (ni tan difícil). Tendré que releerlo y descubrirlo de nuevo”, escribía en el citado prefacio. “No tengo miedo de escribir sobre Federico, sobre su obra. Es un trabajo apasionante y lleno de riesgos. No me importa lo que hayan dicho otros críticos, otros biógrafos. Espero que mi único mérito sea la visión. Más vale equivocarse que ser pedante”.

Con esta sentencia dejaba clara De Ory su intención de huir de algo que apunta Pérez-Bustamante, el hecho de que “el nombre de Lorca, por luminoso que Federico fuese, siempre iba asociado a la sombra de aquella España visceral y retrógrada que acabó con él. Carlos, sin embargo, quiso plantear su acercamiento al poeta granadino lejos de la irrespirable atmósfera de confrontación cainita que envolvía los asuntos españoles”, explica. “Este Lorca es un libro escrito por un poeta sobre otro poeta”. Un poeta que el gaditano consideraba como “la encarnación del alma española en un moderno juglar” y, además, como un igual en temperamento creativo.

“Escribo este libro sabiendo que estoy junto a un hombre familiar, andaluz y poeta como yo mismo. Siendo poeta, antes que crítico, conozco las trampas y los milagros del oficio. Conozco por experiencia los sufrimientos y las alegrías de la creación”, valoraba De Ory antes de añadir que “Lorca callaba sus sinsabores y proclamaba alto su alegría. Pero en el fondo de sus versos late un corazón atormentado por la incertidumbre de la vida y la certidumbre de la muerte. Su poesía, antes que ningún otro calificativo, merece el de intimista, es decir, espiritual. Pocos poetas se confesaron tanto como él, en los versos”.

La búsqueda poética

Éste es, en definitiva, el Lorca que le interesa a De Ory, el poeta visionario que encaja en la estela de Victor Hugo, Nerval, Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud y Valéry, una tribu en la que él mismo se encuadraba. “Lorca le volvió a gustar en su madurez, porque era un poeta musical y visionario que luchaba con su daimón socrático entre la luz y las tinieblas”, resume la profesora.

"Lorca no solo reelabora y modifica, sino que enmascara y estruja lo ajeno, inventa lo ya creado por otros", escribe De Ory

Y llevándoselo a su terreno, buscando su reflejo en el espejo, el gaditano vertería en estos ensayos sobre Lorca rasgos propios, como cuando afirma que la obra de Lorca “contiene, pese a su polifonía, un común denominador que hace de ella un todo coherente” o cuando asegura que el poeta “es una figura solitaria en su generación, distinta y compleja posesora de un universo poético personalísimo, que fue mal comprendida y aborreció su fama de ídolo”.

Pero al mismo tiempo, De Ory no puede evitar rendirse al genio del granadino.“A través de lo copiado e imitado surge la voz de Lorca agitada por mil demonios. No sólo reelabora y modifica, sino que enmascara y estruja lo ajeno, inventa lo ya creado por otros”, admite con asombro. “Lorca buscaba su verdad poética en una síntesis de misterio y ropaje, realidad y metáfora, razón cartesiana y daimón”. Aparentes contradicciones que hallan nueva lectura en las palabras de uno de sus más apócrifos discípulos.