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Alberto Martín-Aragón: filmar al maldito

El escritor se salió de horma cuando en los festivales de Los Ángeles o Calcuta empezaron a premiarle sus creaciones audiovisuales

20 agosto, 2019 09:21

Alberto Martín-Aragón va en gabardina lírica, en búsqueda de la ciudad más vacía cuando el relente es el alimento espiritual de quienes le escriben a Madrid. Martín-Aragón es escritor y cineasta, si bien hace una y otra actividad indistintamente y con esa persistencia de los genios obcecados. Dicen que lo vieron estudiar Periodismo, que era lo que menos paja tenía entre la teoría y la práctica -esto es, en ponerse frente al folio en blanco-.

Y cuentan también que en su etapa universitaria fue redescubriendo a los clásicos, especialmente a Valle y a lo que Valle representa.

Hay que anotar en esta bio rápida que trabajó como reporter en Salamanca, y hasta en Ceuta, donde llevó Tribunales, entre deportaciones, kifi y toda la vaina de los bajos fondos canallas.

Para entender el fuera de horma de Martín-Aragón hay que verlo envuelto en la ya citada gabardina, con una zancada amplia en la ciudad envuelta en niebla o en nieve. Y también esperar a que sus personajes hablen, vivan, se emborrachen y acaben tirándose a un Viaducto del que no se habla. 

Niño pedante

La historia de Martín-Aragón podría ser como la de otros muchos autores y cineastas si no fuera por la alegría del outsider que presenta nuestro perfilado. Novelas como aquella primera Música de un patíbulo (Premio Ramón J. Sender de 1998) fotografían a un autor que sabe que el malditismo no está de moda, acaso porque el maldito siempre ha sido el dilecto de la Literatura así, a contramarcha de las editoriales y de sus catálogos. De ahí, de esa flor de noche canalla, después salen piezas de rara belleza como Los caprichosos o Los cobardes no saben beber despacio.

Con todo, el universo creador de Martín-Aragón tiene un principio: "Fui un niño de salud precaria y poco dotado para los deportes. Esta circunstancia adquirió visos traumáticos por el hecho de que los docentes de mi colegio, un centro rugiente de catolicismo ultramontano, consideraban misión cuasi divina el fomento del deporte como forma de aplacar la incipiente y pujante lascivia de la adolescencia. Lacerado por las humillaciones de las que yo era objeto por mis paupérrimas aptitudes atléticas, opté por abrazar una indolencia chirriante con la que desafiar a los maestros y clérigos que veían en mí a una simple masa de carne madrileña reacia a esforzarse en las actividades físicas, salvo en aquellas que concernían al ejercicio de la insoslayable masturbación. Mi carácter, de suyo egolátrico y pedante, se agrió desde muy joven y eso me convirtió en un sujeto sarcástico y sombrío que ocultaba su angustia en un rol de bufón inoportuno, irritador y borrascoso".

Martín-Aragón cuenta a EL CULTURAL el niño que fue, el niño que sufrió una educación escolar negada, y ese niño son hoy sus personajes con sus variables y sus circunstancias. Nos habla también de un niño pedante, y la pedantería, a ciertas edades, hay que entenderla como una defensa del mundo interior.

Personajes en las afueras

Nuestro autor también se sale de horma por ese cine experimental que hace, fuera de los cánones y de esas familias que se reparten el botín del cine patrio. Pero conviene antes detenerse en ese autor "sadiano sin haber leído a Sade", al que algún editor ha rechazado por miedo: "me das miedo que seas como tus personajes". Y es que si sus personajes son malditos es porque "detrás de ese hipotético afán por mejorar el mundo de cierta Literatura se esconde el deseo de controlar el pensamiento y el lenguaje. Los censores más apestosos y repulsivos son quienes esgrimen causas humanitarias para dictaminar lo que debe o no debe decirse". 

Martín-Aragón no se esconde en la turbidez de sus personajes, sino que los defiende porque viven "en una constante improvisación. Saben que la vida no puede encerrarse en la caja fuerte de un credo o de una ideología porque la vida, que es libertad, azar y caos, termina rompiendo los moldes de cualquier recetario ideológico".  Sus personajes blasfeman "para que Dios les escuche, porque consideran que Dios ya solo escucha a los blasfemos. Su fe no es sumisión, sino alarido cargado de angustia, terror y lujuria. Son cristianos del subsuelo (o de inodoro público) que encuentran la redención en la mirada de un sobaco peludo o en los acordes de una ventosidad poscoital".

El cine experimental/casero 

https://vimeo.com/351446077

Y luego el cine, que irrumpe en su vida viajera cuando cae "en la cuenta de que las cámaras digitales y los programas de edición habían evolucionado bastante y de que podía hacerse cine barato y de vanguardia con muy poca gente. De hecho algunos de estos filmes pueden hacerse sin actores, de ahí su escasa audiencia y el pitorreo que promueven. Hay gente que sigue sin entender que la vanguardia es ironía y coña". Obvio que el pitorreo no es tanto cuando lo van premiando en festivales de fuste, de Hollywood a Calcuta por poner un ejemplo.

Interesa detenernos en el parecer de nuestro autor respecto al séptimo arte: "En Estados Unidos, quizá por ser un país de pioneros y de peña lanzada, hay una tradición muy larga de cineastas independientes (Hollis Frampton o Jonas Mekas, entre otros) que se han atrevido a coger una cámara para filmar lo que les salía de las narices. Esos cineastas no han hecho más que reelaborar elementos de la vanguardia europea de los años 20. La huella del Buñuel de El perro andaluz o de La edad de oro siempre es detectable en el cine experimental. Los resultados de ese cine a lo largo de las décadas han sido desiguales, pero han inspirado luego a muchos cineastas de estudio y con pasta. David Lynch es un ejemplo claro de director potente que conoce los productos underground. Los cineastas pobres suelen ser como laboratorios".

Martín-Aragón sabe que su producción, sin distinción de expresión artística, es "indie", pero es un adjetivo que responde a un tipo que escribe entre la bilis, la amistad, las cornadas que da la vida y los festivales de cine a los que va y gana dando rienda a las mismas obsesiones. El niño pedante se hizo un novelista de culto, un cineasta indie y al que la ciudad aún no le ha prestado la niebla para su paseo con gabardina y pipa.

Su último poemario Donde el tiempo relata, publicado en la prestigiosa Chiado Books de Lisboa, nos abre en canal a este penúltimo fuera de horma: "y yo soy todavía una sangre que tiembla /en los manicomios del tiempo". 

@JesusNJurado