15_Carmen-Calvo2

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Letras

El 15

23 noviembre, 2018 01:00

Hay personas que les otorgan un poder mágico a los números. Yo no. Me da igual uno que otro, con tal de que no sean muy largos. O, ya puestos, que no sean demasiado cortos. Por lo menos dos dígitos.

Para poderes mágicos, los míos, los que me gustaría tener, los que ando persiguiendo desde siempre, desde que me di cuenta de que si no buscaba magia en la vida estaba perdido. Es decir, poesía. No suelo definirme así, pero soy poeta. Me da miedo decirlo. Y, sobre todo, pudor. ¿Se puede ir de poeta por la vida? No me gusta eso.

Sin embargo, gané un concurso de poesía más o menos importante. Aquí es donde empieza mi historia con el número 15. Se trataba del décimo quinto certamen. Fue algo en lo que no reparé demasiado. Lo increíble fue ganar. Publicaron mis poemas, me dieron algo de dinero, organizaron recitales en centros culturales de ciudades en las que nunca había estado. Ciudades españolas. Me alojaron en buenos hoteles, me llevaron a cenar a buenos restaurantes. No siempre. Algunas veces, me dejaron solo y tuve que arreglármelas por mi cuenta. No soy un hombre de muchos recursos, pero pude con ello. En el fondo, me sentía agradecido. Y me gusta deambular por las calles a la luz de la luna. Soy poeta.

Además de todo eso, me reclamaron como miembro del jurado del siguiente certamen. El décimo sexto, número que hay que olvidar porque no viene al caso. Entre los manuscritos que me trajeron a casa para leer, me quedé completamente prendido del número quince. Les daba cien vueltas a todos.

"Aquel número, el 15, de cuya magia ya había tenido noticias hacía un año, se convirtió en mi talismán"

El día de las deliberaciones, que tenían lugar en el reservado de un hotel, me sentía muy nervioso. Hasta ganar el premio del año anterior -del certamen décimo quinto- yo era un poeta completamente desconocido. Me habían hecho entrevistas en periódicos, revistas e incluso en algún programa de televisión, pero, evidentemente, no me podía medir con los otros miembros del jurado, poetas consagrados o críticos literarios de renombre. Estaba seguro de que, a esas alturas, ya se habrían arrepentido de haberme dado el premio. Mis poemas les habían dejado de gustar. Puede que nunca les hubieran gustado y que el premio hubiera recaído en mí por pura carambola.

Apenas hablé. Ellos, sí. Nunca había escuchado tantas teorías sobre la poesía, menos aún, tan detalladamente expuestas, tan coherentes. El manuscrito que llevaba el número 15 fue inmediatamente desechado. No lo defendí. Por cobardía, lo admito, pero también sé que mi alegato no hubiera convencido a nadie. No me gusta perder por perder.

Salí del hotel algo desanimado. Me metí en el bar de enfrente. En una de las mesas del fondo, una chica estaba leyendo un libro ante una jarra de cerveza. Me miró, me sonrió y, ante mi asombro, me llamó por mi nombre.

Estaba allí, me dijo, esperando el resultado del certamen. No tenía muchas esperanzas de ganar, pero había preferido esperar allí que hacerlo en su casa. Si no había recibido ninguna llamada, estaba claro que no había ganado. Sabía que yo formaba parte del jurado. En realidad, eso era lo que le había empujado a presentarse al premio.

Se trataba del poemario número 15. No había ganado, no.

En cambio -y de eso es de lo que estoy escribiendo ahora-, aquel número, el 15, de cuya magia ya había tenido noticias hacía un año, se convirtió en mi número talismán. Aún siendo poeta, yo, como acababa de comprobar, no tenía teorías poéticas. Podía tener otra cosa, talismanes.

Porque la historia siguió, y ya no digo más.