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Letras

César Aira: "Nunca sufrí la angustia de las influencias"

El escritor argentino publica 'Prins', su último experimento literario

25 abril, 2018 02:00

Siempre hace frío en la recepción de un hotel. El escritor argentino César Aira (Coronel Pringles, 1949), aprovechando la festividad de Sant Jordi, está de gira estos días en Barcelona para presentar su última novela. Por eso estamos aquí, en esta recepción de hotel. Aira se ausenta justo antes de empezar la entrevista, para bajar de su habitación, a los pocos minutos, con un jersey que le proteja del aire acondicionado.

Proclive a la novela corta, densa y de atmósfera irreal, como de fábula entre kafkiana y borgeana, Aira vuelve, con Prins (Literatura Random House), a terreno conocido, a la narrativa que le ha convertido en uno de los autores más prestigiosos en lengua castellana, más traducidos por el mundo, después de publicar, hace muy pocos meses, Evasión y otros ensayos. Sentados en el sofá de la recepción, grabadora en marcha, quedamos para charlar, entre otras cosas, sobre la que es, hasta ahora, su última novela. Podemos empezar.

Pregunta.- Hay dos vocaciones en su obra, la del novelista y la del ensayista, que se retroalimentan. La presencia de excursos ensayísticos en sus novelas es muy frecuente, y alguna vez ha dicho que le gusta escribir ensayo para aislar esa vertiente de su obra de ficción.

Respuesta.- En realidad, la vocación básica es la de narrador, pero cedo a la tentación de meter mis ideas en las novelas, en los relatos, como paréntesis teórico, digamos. En cierto modo, quise escribir ensayo para ver si podía, y, efectivamente, algo sale. Pero nunca con el gusto con el que escribo relato, porque toda la libertad que me doy al escribir mis relatos no la tengo al escribir ensayo. Con la no ficción hay que ser serio, coherente, y hay que decir cosas inteligentes (o que parezcan inteligentes). Hay restricciones. En las novelas hago lo que quiero. En la diferencia está el placer.

"Ahora puedo darme el lujo de escribir libros de veinticinco páginas. Y una vez por año le doy una novela que parezca una novela a mi editor"

P.- Escritoras como Mariana Enriquez en Argentina o Andrea Jeftanovic en Chile han escrito cuentos de terror puro, pero trascendiendo los lugares comunes del género. El narrador de Prins, su nueva novela, no para de criticar la novela gótica, pese a vivir a de ella. ¿Qué relación tiene con la literatura de género? ¿Le gusta una literatura como la de Enriquez o Jeftanovic? ¿Es consciente de sus influencias?

R.- Sí. Yo nunca sufrí lo que se llama la angustia de las influencias, no porque las evitara sino porque las acepté todas. Acepté una por semana. El que siente esa angustia es porque se siente preso, o hechizado, por un único autor. Cuando me entusiasmo con un autor, lo leo todo, lo imito, pero la semana siguiente estoy con otro. Influencia en un sentido más general, en todo el trabajo que he hecho, yo diría que es Borges. Creo que, de todo lo que escribo, el disparador es una de esas ideas paradójicas típicas de Borges. Las mías no son tan buenas, pero es ese tipo de juego de ideas...

P.- ¿Y la literatura de género?

R.- La veo un poco desde afuera. Si hago algo en ese sentido, como hice una vez con los superhéroes, lo hago con ironía, como acá con la novela gótica. No soy nada lector de literatura de género. En mi juventud leí bastante ciencia ficción. Lo que aún leo es novela policial, las clásicas inglesas, lo que se llama whodunit?

P.- Ah, sí. Que contiene su propio spoiler, como decía en Evasión y otros ensayos (Literatura Random House, 2017).

R.- Eso fue una teoría que se me ocurrió: los que hemos vivido leyendo a los clásicos vivimos siempre con esa espada de Damocles que es la relectura. Porque los clásicos siempre se vuelven a leer. La novela policial, en cambio, no se relee, porque ya sabes quién es el asesino.

P.- Hace muchos años, en una entrevista que le hicieron en el programa Saló de Lectura, de Barcelona Televisión, se preguntaba por qué las editoriales no podrían publicar cuentos sueltos y se esperaban, en cambio, a tener los suficientes como para editar un volumen que ya cumpliera con el formato libro habitual. ¿Cree que el modus operandi editorial condiciona la escritura?

"Creo que, de todo lo que escribo, el disparador es una de esas ideas paradójicas típicas de Borges"

R.- Sí. Yo empecé escribiendo novelas que parecieran novelas y que tuvieran volumen, y eso me costaba trabajo y no era lo mío. En los 80, a medida que se simplificaba el proceso de edición con las computadoras, empezaron a aparecer las primeras editoriales independientes. La primera, en la Argentina, la llevaban tres chicas jóvenes que quisieron hacer una editorial, y la hicieron. Para publicarme a mí. Habían leído mis libros y les habían gustado. Ahí vi que me iban a publicar cualquier cosa que escribiera, y me di el gusto de escribir una novela de sesenta páginas. Me liberé de esa cosa de escribir novelas que pareciesen novelas. Escribía lo mío, que no sé qué nombre tiene. Novelita, o lo que sea. Ahora, precedido por mi prestigio, puedo darme el lujo de escribir libros de veinticinco páginas. Y una vez por año le doy una novela que parezca una novela a mi editor en Random House. Pero acercarme a las doscientas páginas me da un trabajo... Me tengo que inventar una cosa, y otra, y otra más, y todavía faltan veinte páginas más... Es como un género especial, ¿no? La novela descosida. La novela que adquiere volumen a fuerza de invenciones nuevas.

P.- ¿Y poesía nunca escribió? Porque, aparte del ensayo sobre Alejandra Pizarnik, siempre hay mucha presencia de los surrealistas en su obra. Hasta escribió sobre Dalí, en Evasión y otros ensayos.

R.- No, no. Yo tuve un amigo allá en Pringles -eso fue una cosa un poco milagrosa- que tenía los mismos gustos que yo, las mismas aficiones. Pero él era poeta. Era poeta nato. Escribíamos poemas los dos. Los de él tenían algo. Lo mío era como un simulacro de poesía. Y ahí fue que hicimos la partición de aguas: él se quedó con la poesía, y yo con la prosa. Él es ahora el gran poeta argentino Arturo Carrera. Y una vez, en Cuba, unos estudiantes me dijeron que los dos autores argentinos que más leían eran Carrera... y Aira. ¡Los dos chicos de Pringles!

P.- El narrador de Prins habla, en un momento, de la "genuina necesidad que tiene la novela popular de generar la teoría que la sustente". ¿Hay que prestigiar la evasión?

R.- No quiero entrar en las aguas profundas de la teoría. Las dos categorías mentales básicas son el espacio y el tiempo. El espacio es la categoría feliz: uno vive, camina, respira, ama, come en el espacio; el tiempo, en cambio, es la categoría triste porque es donde envejecemos, morimos. Y creo que hay una literatura -la vieja novela, por ejemplo- que creaba esos grandes escenarios donde uno se podía evadir. Ahora ha sido reemplazada por una literatura del tiempo, más triste. Todo es autoficción, que es contar vidas... En fin. Esa la idea. Por eso reivindiqué la evasión en el sentido espacial.

Oímos unos pasos. Le vienen a buscar. Hay algo de prisa porque Aira se tiene que ir a Madrid. No tenemos tiempo para terminar la entrevista. Todo está medido en esta mañana; en este espacio breve, pero muy compacto. Como sus libros.