Image: Andrés Barba: La infancia es una invención de los adultos

Image: Andrés Barba: "La infancia es una invención de los adultos"

Letras

Andrés Barba: "La infancia es una invención de los adultos"

29 noviembre, 2017 01:00

Andrés Barba. Foto: Eduardo Carrera

¿Qué tiene que suceder para que nos veamos obligados a redefinir nuestra idea de la infancia? A esta pregunta trata de responder el nuevo libro de Andrés Barba, República luminosa, Premio Herralde de Novela, una cruda reflexión sobre la infancia y la pérdida de la inocencia.

¿Qué significa ser niño? ¿En qué momento abandonamos la infancia y cuándo se convierte para nosotros en algo incomprensible y, quizá por ello, sagrado? Y, sobre todo, ¿qué tendría que ocurrir para que perdiera ese carácter? Sobre estas cuestiones reflexiona el escritor Andrés Barba (Madrid, 1975) en República luminosa (Anagrama), una cruda reflexión sobre la infancia y la pérdida de la inocencia que narra en forma de crónica la aparición de 32 niños violentos y de desconocida procedencia en San Cristóbal, una pequeña ciudad tropical. Escritor multigénero que combina narrativa, poesía y ensayo con la crítica y la traducción, "como decía Albert Pla, soy un artista multimierda", bromea, Barba saltó a la palestra del mundo editorial en 2001, cuando su obra La hermana de Katia fue finalista del Premio Herrlade, que sí ha ganado ahora con esta novela, algo que no considera un cierre de círculo. "No creo que en la vida literaria se vayan "cerrando etapas". Más bien me lo tomo como un primer gran paso hacia un territorio nuevo y todavía por explorar".

Pregunta.- La reflexión sobre la infancia prepúber es un tema recurrente en algunas de sus obras como Las manos pequeñas o Agosto octubre, ¿qué motiva esta fábula que pretende redefinir o negar la idea de infancia?
Respuesta.- Lo que más me agrada de la primera adolescencia como periodo de la vida es precisamente que es un periodo intermedio. Es en esa etapa -en la que uno es muy inexperto y está por lo general bastante perdido- cuando se toman un buen puñado de decisiones que marcaran nuestro destino muy profundamente, uno es un seminiño y un semiadulto, capaz de la violencia de un adulto, y con una capacidad de manifestar sus emociones y sentimientos relativamente limitada. Y, sin embargo -como decía De Quincey- ya somos allí esencialmente lo que vamos a ser, también en lo más determinante. Hay rasgos de verdadera madurez que ya se han manifestado. Me gustaba la idea de que los 32 niños que protagonizan esta novela tuvieran esa edad tan misteriosa y difícil de definir y de juzgar, ponía todo el libro, por decirlo de algún modo, en una zona de misterio.

P.- Dice en la novela que la infancia es más poderosa que la ficción, ¿a qué se refiere?
R.- A que la infancia y también la adolescencia son invenciones, proyecciones que hacemos los adultos sobre una edad que ya no tenemos y que a veces nos hemos quedado también lejos de entender. La infancia es siempre una invención cultural. Lo que son verdaderamente los niños, lo que son en sus corazones y en sus pensamientos, es algo que en buena medida se nos escapa por completo.

P.- ¿Por qué nos inquieta tanto esa ruptura del mito de la inocencia, qué representa la infancia para nosotros?
R.- Porque el mito de la inocencia es, para una sociedad como la nuestra, que ya no puede confiar en casi nada, una zona de proteccción, de seguridad. Mientras la infancia siga siendo inocente y pura, pensamos, seguiremos a salvo, habrá un lugar de la civilización que permanecerá inexpugnable. Por eso atacamos con tanta furia a quien intenta o atacar a los niños o, lo que es en cierto modo lo mismo, nuestra imagen de los niños, nuestro mito inventado de que, al menos en esa edad, hemos sido felices.

P.- El germen de la obra se le ocurrió traduciendo a Joseph Conrad, ¿cuánto hay de inspiración en la narrativa del polaco en República luminosa?
R.- Hay muchas cosas que se podrían reivindicar de Conrad desde esta perspectiva nuestra del cansancio de la ficción. Fue un escritor de grandes ideas, grandes "ocurrencias", detrás de cada libro de Conrad uno siempre siente que hay una idea maravillosa. Conrad confía siempre en que una revisión ficcionada de la realidad es una aproximación mucho más eficaz que la de una crónica documental. Por otra parte, Conrad vivió también en tiempos convulsos, como los nuestros, en los que los valores de siempre parecían haberse quedado un poco obsoletos para describir lo que estaba sucediendo. Fue un escritor moral, pero no moralista, y entendió que la única manera de tomarse en serio la literatura era creer hasta el final que a través de los libros se podía hacer una propuesta moral sobre el mundo.

Ambos aspectos de la narrativa del polaco, ficcionamiento de la realidad y escritura moral, se encuentran presentes e la novela de Barba, que reconstruye una sociedad inexistente análoga a la nuestra que "podría existir, y donde el episodio podría ocurrir", huyendo de ciertos ecos de realismo mágico que parece inducir el paisaje selvático y tropical. "Es una crónica perfectamente realista. Sin magia de ninguna clase, aquí no vuela nadie ni come cal de las paredes. Para cada episodio que sucede hay una explicación perfectamente realista". Sin embargo, la fina frontera de lo increíble sí traspasa la realidad de los habitantes de San Cristóbal y de nuestro narrador, que llegan a dudar de si los 32 niños son humanos. La situación llega entonces a un punto insostenible y comienza una cacería teñida de urgencia y del miedo a lo imposible.

P.- Justo antes de la búsqueda, el protagonista asegura sentir miedo a encontrar a los niños, ¿a qué teme en realidad?
R.- Siempre tenemos miedo de encontrar lo que deseamos encontrar, uno sabe que cuando encuentre aquello en lo que tiene fundado la promesa de su felicidad, quedará comprometido, porque ya no tendrá ningún motivo para no ser feliz, es decir, será completamente responsable de no serlo.

P.- Hacia el final, los adultos descubren que los 32 también son humanos, algo de lo que habían llegado a dudar, ¿es un alivio o una decepción?
R.- Por supuesto que son niños, por muy violentos que sean. Eso ya lo sabían en el fondo los habitantes de la ciudad. La pregunta podría aplicarse a todo: ¿es un alivio o una decepción que la realidad confirme una suposición? La infancia, al igual que casi todas las cosas, nunca está donde uno la supone, sino en otro lugar.

P.- Durante la psicosis generada por los niños, el narrador se pregunta en qué lugar están heridos como sociedad, ¿hasta qué punto este tipo de situaciones límite sirve para reformular el arco social?
R.- Creo que la sociedad no se reformula tanto en las situaciones límites como en la experiencia posterior y post-traumática. Cuando "asimila" una situación límite. También con los individuos ocurre lo mismo: no cambian inmediatamente después de haber tenido un accidente, sino cuando comprenden qué significa para ellos haberlo tenido, lo que generalmente ocurre después, a veces años después.

P.- Viaja mañana a la FIL de Guadalajara, el encuentro literario más importante del mundo, ¿cuáles son sus expectativas?
R.- La de encontrarme con amigos de este y del otro lado. En estos momentos, en lo que se refiere a literatura hispanoparlante, el 90 % de las cosas interesantes se están produciendo en Hispanoamérica. Viajar a Guadalajara siempre es una gran oportunidad en ese sentido.