Image: El tercer John Banville

Image: El tercer John Banville

Letras

El tercer John Banville

8 septiembre, 2017 02:00

John Banville

Benjamin Black, el alter ego 'noir' de John Banville, gana el RBA de Novela Policíaca con Pecado, la historia de un detective protestante que sigue (de cerca) los pasos de un sacerdote entregado por completo al lado oscuro. Una historia que el veterano narrador tiene la sensación de "haber soñado", porque eso son las novelas para él, "sueños"

El día en que John Banville decidió desdoblarse, el día en que decidió que tendría un otro yo amante del crimen literario, también decidió empezar a teclear. Porque hasta entonces, hasta el nacimiento de Benjamin Black, John Banville había escrito a mano. Lo que no había hecho, y sigue sin hacer, es pensar demasiado en el futuro. "Como escritor no tengo un plan", dice, "simplemente me dejo llevar", añade, y, como ejemplo menciona lo que ocurrió con el último Benjamin Black, un Benjamin Black ambientado en Praga, en el siglo XVII. "Salí a pasear al perro y no tenía ni idea de que en media hora iba a tener lista una novela. Pero de repente se me apareció el nombre de Christian Stein, ¿quién demonios era? Cuando el nombre se me apareció no tenía ni idea, pero en la media hora que duró el paseo, desarrollé una trama entera. Escribir una novela es un ejercicio onírico. Cada vez estoy más convencido", confiesa. También habla del carácter de la violencia hoy. La violencia que puede estar en cualquier parte. "La muerte, hoy, puede asaltarnos en la calle, en un restaurante", dice. "Y digo esto desde una ciudad maravillosa, una ciudad herida, que aún trata de recuperarse de uno de estos actos de violencia sin sentido", añade.

Lo hace sentado tras una mesa en la que brilla su nombre, el nombre, en realidad, de su alter ego, porque él, Benjamin Black, es el flamante ganador del RBA de Novela Policíaca - sí, el premio mejor dotado del género, nada menos que 125.000 euros, ha cambiado el más genérico Novela Negra por el más específico Novela Policíaca, quién sabe por qué -, por una novela, Pecado, que, en palabras de Lorenzo Silva, representante del jurado, alumbra "un tercer Banville". "Hay muchos elementos en común con las historias de Quirke en esta novela, pero hay un matiz distinto", quiso dejar claro Silva, un segundo antes de añadir que la nueva historia de Banville/Black se interna "en los rincones más oscuros de la condición humana" desde "un clasicismo notable" que entronca "con la tradición del género", si el género, éste, el policíaco, el de misterio, se hubiera desarrollado, siempre, en la campiña irlandesa, y su protagonista hubiera sido una rareza, como lo es el inspector Strafford, un inspector "joven y protestante", en un país que es casi por completo (95%) católico.

"Estamos hablando de Wexford. Wexford es la ciudad en la que crecí. ¿Que si hay algo de autobiográfico? Todo lo es y no lo es. Toda novela de cualquier escritor es siempre 100% autobiográfica y a la vez es 100% no autobiográfica. Ocurre como ocurre con los sueños. Cuando despiertas de un sueño que tú mismo has protagonizado tienes la sensación de que el del sueño no eras realmente tú, pero en el fondo sólo podías ser tú. Eso es un poco lo que ocurre con las novelas", admite. Está sentado a la misma mesa, seis pisos por encima hay una fiesta, y es la fiesta de la entrega del premio que él mismo está acariciando en ese momento, una letra 'n' minúscula y una mayúscula, y no sonríe, asiente, y se dice, una y otra vez, que "escribir ficción es como soñar". "Es curioso pero cuando somos niños nos encanta que nos cuenten cuentos nuestros padres antes de dormir, pero cuando crecemos y dejamos de tener padres, esos cuentos, los escritores, nos los contamos nosotros mismos. Y al hacerlo, nunca estamos solos", dice.

He aquí la razón de que, como escritor, John Banville se sienta afortunado. "Siempre tenemos a alguien. A todos esos pequeños monstruos que nosotros mismos hemos creado", añade. Entre ellos figura el inspector Strafford, protagonista de Pecado - en librerías el 11 de septiembre -, la historia de lo que ocurre después de que se encuentre el cadáver de un cura católico en la biblioteca de Ballyglass House, al que han apuñalado en el cuello y le han cortado los genitales. "Todo empezó como una broma", asegura Banville, que viste traje chaqueta azul, y le sobresale del bolsillo de la solapa un pañuelo de lunares tirando a rosado. "Cuando era un chaval leí un montón de novelas de Agatha Christie y un montón de novelas de Sherlock Holmes. Pero me aburrían. Me aburrían tremendamente. Leerlas era como hacer un crucigrama, al final tenías la sensación de haber perdido el tiempo. Los personajes no te importaban lo más mínimo. Así que empecé esta historia como una broma. Literalmente, la primera frase es un guiño a cualquier novela de Agatha Christie. Dice así: 'El cadáver está en la biblioteca, dijo el coronel. Sígame'. Y otro de los personajes se apresura a añadir: 'Va en serio. Hay una biblioteca y hay un cadáver'. Me divirtió muchísimo hacerlo", confiesa, mientras da, a cada rato, un sorbo de su copa de champán.

Pero ¿acaso tiene algo en común Quirke, el bueno de Quirke, con el nuevo, y recién llegado - quién sabe si para quedarse -, Strafford? Sí, su infelicidad. "No se parecen en nada salvo en que ambos son infelices. Me gustaría poder escribir sobre un personaje feliz, pero aún no lo he conseguido", admite Banville, que no sabe si habrá una serie de Strafford, porque insiste en que el escritor no debe tener un plan, porque "así es la vida", pero "quizá vuelva a aparecérseme en una de mis muchas noches de insomnio, y me cuente una historia, que será otra de sus historias", dice. ¿Le gustaría que lo hiciera? "Sí, porque me parece muy interesante. El hecho de que represente - como protestante en un país católico - a una minoría ya me lo parece", contesta. Y dice que, su intención, desde el principio, en tanto que creador de personajes, ha sido la de que los protagonistas de sus historias negras sean "tan reales" como sea posible. "Quiero que sea gente que podríamos conocer, que su historia sea plausible", añade.

Dicho esto, y mientras seis plantas por encima del lugar en el que se ha convocado la rueda de prensa que enfrentaba a Banville con la prensa, se empezaban a servir los primeros canapés, que degustaban políticos - Artur Mas entre ellos -, editores, escritores, jefes de prensa, periodistas y hasta mediáticos mossos d'esquadra, como el 'major' Josep Lluís Trapero, el escritor se dejaba llevar por su encantadora fascinación por la anecdóta y hablaba de Franz Kafka, uno de sus escritores favoritos - decía, como él, "yo nunca hablo como pienso ni pienso como actúo" -, de Samuel Beckett - "una vez tuve un amigo que fue amigo de Beckett y le visitó en la residencia de París en la que pasó sus últimos días y le escuchó quejarse de que estaba olvidándolo todo, y fingió comprenderle, a lo que el escritor le soltó: 'No, te equivocas, para mí no es una tragedia olvidar, olvidar es maravilloso, lo malo es que lo único que no olvidamos son nuestros pecados'" -, y hasta de su último 'John Banville', una novela que, asegura, es una "secuela" de 'Retrato de una dama', de Henry James, y que escribió preso de una especie de "trance" en tan sólo seis meses. "Creedme", dijo, "seis meses son pocos tratándose de un 'Banville'".

Puede que la concurrencia fuese menor a la acostumbrada, tratándose, como se trata, del pistoletazo de salida a la 'rentreé' literaria periodísticamente hablando, este año, pero lo cierto es que el ganador estuvo a la altura de sus predecesores - el último, Ian Rankin, el penúltimo, Don Winslow, entre el resto, Michael Connelly, Philip Kerr, Patricia Cornwell, Andrea Camilleri -, o incluso fue algo más allá, elevando la condición del creador a la de alguien que vive en un perpetuo estado de (casi) gracia. "En serio", insistió una y otra vez el creador de Quirke - y ahora, también, de Strafford -, "cuanto mayor me hago, más me doy cuenta de que la escritura es algo puramente onírico. Había días, en los seis meses que tardé en completo mi último 'Banville', en que escribía en mi escritorio, a mano, y me levantaba, a tomar café, a cada rato, y cuando regresaba a la mesa y leía lo que había escrito la sensación era la de que lo había escrito otro. Como si hubiera estado hipnotizado. La escritura es, en cierto sentido, para el escritor, hipnótica. ¿No crean el resto de seres humanos sus sueños con todo aquello que han vivido, de una forma desordenada pero siempre con un sentido? Pues eso hacen los escritores, sólo que ellos, además, lo ponen por escrito", concluye.