Image: El viento que arrasa

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Letras

El viento que arrasa

Selva Almada

30 octubre, 2015 01:00

Selva Almada. Foto: Mardulce

Mardulce. Madrid, 2015. 168 páginas, 13€

Aparece ahora en España El viento que arrasa, la novela con la que, en 2012, Selva Almada (Entre Ríos, Argentina, 1973) cosechó un gran éxito de crítica, ventas y traducciones. Entretanto aquí nos había llegado, el pasado año, la espléndida Ladrilleros, donde el esclarecimiento de un crimen entre adolescentes de barriada daba pie a que la autora mostrara todo un tejido social brutal y desfavorecido, el de quienes vienen al mundo con las cartas del destino terriblemente marcadas.

El viento que arrasa nos cuenta una historia que surge de un azar: la avería de un automóvil deja a un fanático predicador (el pastor protestante Pearson) y a su hija Leni en medio de la nada del norte de Argentina, en la provincia de Chaco. Van a parar al taller mecánico/desguace del gringo Brauer y su "hijo" Tapioca.

Pronto sabremos de la vida nómada y el desarraigo que acompañan a Leni desde su nacimiento, al compás de los pasos misionales del fervoroso sacerdote: "Hacía muy poco que había dejado la infancia, pero su memoria estaba vacía. Gracias a su padre, [...] sus recuerdos de la niñez eran el interior del mismo coche". Antes de que el coche se averiase, habían recorrido la provincia de Entre Ríos, bajando por el río Uruguay hasta Concordia y la ciudad de Paraná, que propicia un breve, hermoso y desolador regreso a un mundo ya desaparecido a ojos del reverendo. Padre e hija iban de camino a visitar a otro religioso amigo, el pastor Zack, para la inauguración de un templo en un paraje de monte.

Pero el lugar de esta novela ágil y deslumbrante no se localiza sólo en el poderoso espacio físico y en la gran descripción del paisaje y su influencia, sino en la dialéctica entre Pearson, Leni, Brauer y Tapioca en las horas que transcurren aguardando la reparación del auto. Por diferentes razones, ambos adolescentes, Leni y Tapioca, padecieron la ausencia materna y tuvieron que crecer en unas condiciones de austeridad y dureza que conformaron su actual carácter. Una gran tormenta física y simbólica caerá sobre todos ellos. Predicar es un salir a escena, y en eso Pearson es un maestro de la seducción por la palabra y el gesto. No es casual el intercalado de sus enfebrecidos sermones y que se plantee con hondura y sutileza el asunto de la sinceridad de quienes intervienen sin tapujos sobre la conciencia de los hombres.

Como en Ladrilleros, Selva Almada despliega su maestría en la creación de atmósferas crecientes, donde el azar propicia o apunta hacia la tragedia. Hay un gran análisis de la psicología de estos personajes humildes y desamparados. La adecuación y naturalidad de sus diálogos, con la riqueza de coloquialismos, dota de vida y verosimilitud a un texto en el que alienta de fondo el asunto de la libertad de conciencia y los peligros a los que conduce el fanatismo y sus imposiciones.